La derecha y el Frente Amplio




La Nueva Mayoría se derrumba sobre sus derrumbes. Al lado de tal puré político, surge la coalición de Beatriz Sánchez, uniendo a cuerpos y caras jóvenes, parlamentarios carismáticos, intelectuales de renombre, un discurso político. La salud de la alianza es tal que los quejidos de Mayol suenan hasta bien y pueden ahí darse el lujo de dejar fuera a gente como Alejandro Navarro.

¿Cómo queda, en todo esto, la derecha?

No pienso en esta elección, sino en la nueva generación. En el tiempo en que Boric y Jackson puedan competir por la Presidencia de la República; o los comunistas se les hayan unido y Vallejo y Cariola decidan ir al senado. Tras ellos se cuenta una pléyade de dirigentes, con experiencia estudiantil y política.

Uno podría verse tentado a hacer la pregunta: ¿dónde está el equivalente al Frente Amplio en la derecha? ¿Dónde, la nueva generación de cartones limpios y discurso nuevo y bases universitarias y sociales fuertes, y capacidad de remover mentes? ¿Dónde, los portadores de una visión política y no sólo económico-moral de Chile, consciente de la lista de grandes transformaciones pendientes, sin las cuales la crisis en la que nos hallamos no tendrá término?

Alguien podría decir que algo así es imposible, pues la derecha es un sector ligado estructuralmente a los más ricos. Del filisteísmo nunca brotará ni el arte ni la política. "El mundo se divide en burgueses y burguesas y eróticos y eróticas", como estampa "Sol y Lluvia". Y ya todo queda zanjado.

¿Todo?

Surge la duda. Porque es cierto que hay una veta metalizada en la derecha. Pero, ¿deja reducirse la vida de un sector que va del tercio a la mitad de la población, a simple materialismo práctico?

Hay dos motivos hondos; antropológicos, podría llamárselos, pues arraigan en la estructura de lo humano y a tal punto que, si alguien pretendiese construir un futuro sin considerarlos, ese futuro perdería humanidad. Ellos son la consciencia de la individualidad y el pensamiento nacional. Desde Cruz-Coke a Frei Montalva, desde Manuel Montt a Balmaceda, desde Abdón Cifuentes a Emilio Cambié, desde Andrés Bello a Mario Góngora, la derecha -entiéndase bien: lo que se opone a la izquierda- ha tenido en Chile una persistente sensibilidad por el significado de la libertad del individuo y la idea de nación.

La consciencia de la individualidad puede ser banalizada hasta el egoísmo ramplón del "señor ricachón". Pero en tal consciencia radica un motivo más profundo y que alude al significado de la esfera interior que cada ser humano posee y le dota de su singularidad. En la dimensión privada o íntima tienen lugar vivencias de sentido -estéticas, afectivas, intelectuales- de las más intensas que puedan experimentarse. El vigor de esa esfera depende de la división del poder. Su primera condición de posibilidad social es la separación del poder político respecto del económico (y, luego, al interior del poder político y del económico).

También desde el fondo de la derecha ha surgido persistentemente -mientras no se pierde la consciencia política y no se cae en el economicismo- un pensamiento de lo nacional; la idea de que existe algo así como un sutil lazo que ata a los habitantes del territorio y los pone frente a la exigencia de velar por la integración armónica de todos dentro de una unidad que los acoja y contribuya a su florecimiento material y espiritual.

La rehabilitación de la capacidad específicamente política de la derecha, de comprender la situación, abrirle caminos de sentido y entrar en discusión pertinente con la nueva izquierda, de convencer, de tener a la vista algo parecido a una razón de ser, penden, de manera fundamental, de que esos motivos hondos sean recuperados y articulados en un discurso y una praxis renovados.

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