La discontinuidad
EL RESULTADO ha sido peor para la Nueva Mayoría de lo que nadie imaginó. Con esa capacidad reiterada para hacer caso omiso de la realidad, se empecinó en negar lo que las encuestas venían diciendo "in crescendo" desde octubre de 2014. Siguió especulando con expectativas municipales y presidenciales que el domingo fueron barridas.
Esta elección municipal no fue local, sino marcada por lo nacional. Lo dicen la abstención y el castigo a la coalición gobernante. La discontinuidad con el presente es clamor ciudadano. La derecha es gran triunfadora de la jornada, pero de la insustancialidad de la Nueva Mayoría, nace también una fuerza política por su izquierda. Como sinónimo de continuidad, la Nueva Mayoría tiene poco que hacer, dejó de hacerle sentido al grueso de la ciudadanía. Más aún, es difícil evitar un debate sobre su propia existencia.
Sólo podría aspirar a revivir si fuera capaz de construirse como discontinuidad de sí misma. El futuro es la antítesis de las continuidades que, hasta el día de la elección, intentó exigir la actual dirigencia de la Nueva Mayoría a Ricardo Lagos, el único que alguna discontinuidad puede contener.
La "crisis de la política" de la que se habla, oculta el hecho de que la izquierda de la coalición, tiene un aporte especial a ella. Aquella de toda la política se refleja en la abstención, pero en las urnas se fortalecen la derecha, los independientes y nace una izquierda fuera de aquella tradicional contenida en la coalición gobernante. No hay sólo una frustración general con la política. Se ha minado esa fe ciudadana extendida en Chile, de que la centroizquierda y en particular la izquierda tradicional dominante en ella, eran contenedoras privilegiadas de sus banderas y esperanzas. La captura de ambas ha quedado abierta y la frustrada demanda de cambio busca abanderado.
Valparaíso es un caso a analizar. Optando por una figura farandulera y mediática, la Nueva Mayoría nutrió con su inanidad una alternativa que expresó más una rebelión ciudadana que una izquierda radical, como ha tendido a verse. Seguir mirando supuestas popularidades de personas de los espectáculos o los medios, fraguando candidatos entre cuatro paredes con la única obsesión de conservarse en el gobierno, ya no sirve. Ese pueblo "empoderado", como gustan decir sin creerlo, ya no se lo traga. La discontinuidad también es en estilos de hacer política.
Nadie podrá contener el debate sobre las razones de esta fuerte derrota y sus salidas. En eso se asemeja a lo vivido por la izquierda con el golpe de Estado de 1973. Pero en ese entonces la derrota dio tiempos largos para pensar en qué nos equivocamos, qué puentes y alianzas se requiere construir, qué datos de realidad habíamos desconsiderado y cómo emprender el cambio a partir de las conclusiones. Hoy no tenemos ese espacio. El gobierno y la democracia siguen y nuevas elecciones se acercan. Pero sólo si el centro y la izquierda son capaces de procesar su derrota y mostrarse otros, lograrán ser parte de algo nuevo, distinto a lo que el domingo ha sido tan lapidariamente repudiado.
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