La familia como unidad
Hablar de la familia en Chile resulta, al menos, algo incómodo. La misma palabra trae consigo una serie de preguntas fundamentales que no todos están dispuestos a responder. Es un tema –no cabe duda– políticamente incorrecto y, por lo mismo, rara vez se aborda adecuadamente. Además, como escribía en una oportunidad Manfred Svensson, la discusión pública sobre la familia está capturada por quienes pretenden reivindicar o criticar la vida sexual de algunas personas, lo que hace imposible una comprensión global del problema.
Lo anterior resulta especialmente preocupante, si se tiene presente la importancia radical de la familia. En efecto, es difícil imaginar otra institución que sea tan fundamental para la sociedad. Por un lado, como decía Chesterton, por más esfuerzo que haga el Estado –o cualquier institución– por usurpar el rol de la familia, siempre fracasará; ella cumple una serie de tareas, comenzando por la generación de la vida y la educación de los niños, en las que es irremplazable. Por otro lado, es innegable que una gran cantidad de problemas sociales encuentran su origen –o al menos en parte– en la fragilidad de la familia. Hablar de educación, de drogadicción, de alcoholismo, de abandono del adulto mayor, del Sename, de delincuencia, sin hablar de la familia, no tiene mucho sentido; equivale a pretender enfrentar un problema sin interesarse por sus causas. De ahí que el tema de la familia no sea un asunto exclusivamente de principios morales, sino una cuestión de indiscutida relevancia política. Es decir, no es posible desarrollar un proyecto político contundente ni pensar en la sociedad que se quiere configurar, sin referirse a la realidad familiar.
Lo anterior implica tomarse en serio la familia, y ver su revalorización como un desafío político de primera importancia. En esta línea, un primer paso consiste en reconocer su carácter social, lo que requiere necesariamente considerarla como una unidad. Esto, que parece una obviedad, no lo es tanto si se tiene presente la forma en que gran parte de la clase política se aproxima a los problemas que aquejan a esta primera y básica sociedad. En particular, el actual gobierno ha articulado una retórica bajo la cual subyace la idea de que la familia es un mero conjunto de individuos que conviven, cuyos vínculos son esencialmente funcionales y afectivos y que, en la medida en que no cumplan el rol que la sociedad les asigna, pueden ser fácilmente disueltos. A esto se suma la controvertida tesis de que la familia se funda en relaciones de conflicto y opresión. Muestra evidente de lo anterior, es la inestabilidad del vínculo que hoy se propone como fundamento de la familia (en la actualidad, el matrimonio tiene que literalmente competir con el AUC) y las iniciativas legales que desvalorizan el derecho de los padres de educar a sus hijos (paradigmático es el caso del proyecto de garantías de la niñez).
Es común escuchar que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad. Es igualmente común que nadie tenga muy claro qué significa esto. Por lo mismo, el desafío de fortalecer la familia pasa, en primer lugar, por comprender que lo que se quiere no es fortalecer a los individuos que la componen unilateralmente considerados. La idea es fortalecerla como un todo, lo que implica necesariamente mirarla como una unidad. En palabras del filósofo y sociólogo Pierpaolo Donati, en la medida en que no veamos a la familia como un sujeto social, difícilmente podremos advertir su relevancia social y, por tanto, política.








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