La lógica de Jorge Abbott
El martes recién pasado La Tercera publicaba que según nuestro fiscal nacional, Jorge Abbott, el pago por colusión del tissue equivale a "mil portonazos". En vistas a que, como bien lo sabía ya Platón, las sociedades se ordenan según el modo en que entendemos la justicia, cabe preguntarse: ¿en qué sentido podríamos comparar ambos delitos? ¿Es imaginable una sociedad aterrorizada por la colusión de empresas? Más simple: pagar un precio fijado de manera arbitraria por papel higiénico, ¿es equivalente a que a una persona la bajen de su auto apuntándole con un arma?
Me parece que la analogía de nuestro fiscal nacional arrebata el sentido común. La importancia de reflexionar sobre ella no es tanto debido a su falta de sensatez como por el cargo que Abbott ocupa en nuestro ordenamiento institucional. Y es que ya lo advertía El Federalista; podemos tener cuanta regla sea necesaria para el buen funcionamiento de la República, pero eso no asegura el paraíso de una vez y para siempre. La clave son aquellos ciudadanos cuya ética mantiene con vida la legitimidad de las instituciones democráticas.
Revisemos ahora los dichos de Abbott para comprender cómo sería una sociedad ordenada a partir de la lógica que se encuentra en la analogía portonazo- colusión.
Siguiendo dicha lógica digamos que si aceptamos que la colusión empresarial en el caso tissue equivale a mil portonazos, entonces la colusión de las farmacias- por estar en juego la salud de las personas- podría equivaler a un número mayor de portonazos. ¿Unos cinco mil ochocientos cincuenta y tres? Hasta aquí vamos bien; funciona. El problema surge cuando aplicamos la lógica abbottiana a otros delitos… Cabría entonces preguntarse, por ejemplo, ¿cuántas violaciones equivalen a un asesinato? No creo que Abbott haya estado pensando en ello, sino más bien en que la comisión de delitos sociales podría quedar moralmente justificada según qué tan corruptos sean los actores del sector privado. (Me recuerda la historia de una joven que al verse increpada por haber robado la billetera a una señora, gritaba: "¡Yo tengo derecho a robar!" Seguramente, ella estaría de acuerdo con la lógica abbottiana).
La lógica abbottiana descrita se completa con la clásica y desafortunada creencia de que las personas que crecen en un medio hostil están determinadas a ser delincuentes. En palabras del fiscal: "La diferencia entre quien realiza un portonazo con el gerente que se coludió es que quien hace el portonazo probablemente tuvo deserción temprana y vive en un entorno extraordinariamente débil…" Ésta es una forma de pensar que distorsiona la realidad. No sólo porque el señor Abbott no puede saber si alguno de los gerentes coludidos cuenta con una vida sumida en la miseria afectiva y la violencia física o simbólica. La mayor distorsión resulta de afirmar que el medio ambiente determina a las personas. Al respecto, el famoso psiquiatra Víktor Frankl nos dirá que ni siquiera los presos de un campo de concentración en la Alemania nazi carecían de aquella libertad interior que nos sirve para elegir qué tipo de persona queremos ser (lo que no implica que cerremos los ojos ante las calamidades y pongamos nuestros esfuerzos en su superación).
La realidad da la razón a Frankl, puesto que es innegable que incluso en los lugares de mayor peligrosidad, la mayoría de sus habitantes no delinquen. Solo una minoría lo hace. De hecho, es muy posible que si nuestro fiscal fuera a plantear su tesis a los afectados por un medioambiente adverso, ellos le dirían lo que en varias ocasiones me ha tocado escuchar: "¿y éstos se creen que porque uno es pobre no tiene dignidad? Aquí no somos todos ladrones ni traficantes…" Y tienen razón en sentirse ofendidos, porque les están diciendo que su pobreza y el medio muchas veces violento en que viven, los priva de su sentido moral y transforma en sujetos indignos de cualquier cualificación que exceda al de la víctima de la lotería natural (que para Rawls define la posición social en que nacimos y nuestros talentos).
Sintetizando, la lógica abottiana carece de todo sentido de lo justo, desdibuja la dignidad de las personas y relativiza los delitos. Una sociedad organizada según dicho modo de pensar estaría muy lejos de la democracia que todos queremos fortalecer.








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