La nueva "guerra" del Golfo




 Sigue viento en popa el enfrentamiento entre Arabia Saudita y Qatar en el Golfo Pérsico. Una disputa feroz entre dos potencias aliadas de Estados Unidos que ponen a Trump en un disparadero. Es el acontecimiento más importante desde la "Primavera Árabe" en aquella zona del mundo.

En teoría, Arabia Saudita, secundada por sus cercanos aliados árabes –Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Yemen, Libia y las Maldivas—, ha emprendido un boicot comercial y diplomático contra Qatar, el país con las mayores reservas de gas del mundo, por apoyar el terrorismo islamista, tener estrechas relaciones con Irán y desestabilizar a sus vecinos a través de la cadena de televisión Al Jazeera. En realidad hay una lucha de poder entre Arabia Saudita, la potencia aplastante en el Golfo Pérsico y líder del mundo árabe contra Irán, y Qatar, un minúsculo país que ha irrumpido con fuerza en el vecindario gracias a su riqueza natural tiene ínfulas de competir en influencia con Riad.

Se creyó, inicialmente, que Washington apoyaba a Arabia Saudita, pues el anuncio del boicot ocurrió poco después de la visita del Presidente norteamericano, que produjo una venta de armas de Estados Unidos a su aliado por 110 mil millones de dólares. Pero Washington tiene en Qatar la mayor base militar de la zona (alberga a once mil norteamericanos) y una cercana relación con Doha (la capital) que, entre otras cosas, pasa por la libertad con que Al Jazeera opera hoy en Estados Unidos, sede sus transmisiones en inglés.

Si algo no conviene, además, a Estados Unidos es echar a Qatar en brazos de Irán y Turquía, dos países con los que Doha tiene relaciones básicamente porque le sirven para protegerse del hegemonismo saudita pero no porque lo una a ellos una alianza estratégica antiestadounidense.

Es un enfrentamiento donde no hay "buenos". Ambas partes son dictaduras. La diferencia es política. Arabia Saudita lidera a las monarquías fundamentalistas a las que los grupos yihadistas, igualmente fanáticos, quieren tumbar para establecer su califato; Qatar apoya a los Hermanos Musulmanes, también fundamentalistas pero ferozmente antimonárquicos. Es una lucha de poder por el liderazgo del mundo sunita, por oposición al shiíta, que encabeza Irán. Dentro de esa dinámica cabe todo, incluso esporádicos y tácticos acercamientos de Qatar a Irán.

La acusación principal de Arabia Saudita contra Qatar –que apoya el terrorismo de Al Qaeda y otros grupos— es hipócrita, pues Riad ha sido durante décadas una fábrica de islamistas fanatizados en mezquitas financiadas por ese Reino. La segunda acusación importante –que pretende desestabilizar el mundo árabe— es interesada. Qatar financia Al Jazeera, que dio amplia cobertura a la "Primavera Árabe" en 2011. Hoy esa ilusión se ha desvanecido, en parte porque Arabia Saudita financió y promovió las contrarrevoluciones que han devuelto a Egipto, Libia y Yemen a la "estabilidad" de dictaduras férreas, y provocó una división violenta en la oposición a Assad en Siria que ha dificultado mucho la tarea de acabar con ese dictador.

Dicho esto, a quienes Qatar apoya contra Arabia Saudita o Egipto no es a las minorías liberales que trataron infructuosamente (salvo en Túnez) de que la "Primavera Árabe" democratizara parcialmente a esos países. Lo que apoya son organizaciones opositoras que de llegar al poder se convertirían a su vez en dictaduras fundamentalistas. De allí que no haya "buenos" en este enfrentamiento entre aliados de Washington.

Hace bien Estados Unidos en no tomar partido abiertamente. Acabar con Qatar puede provocar enfrentamientos con Irán y Turquía, temerosos de que Riad aumente su poder de forma desequilibrante. El statu quo es malo pero la alternativa puede ser peor.

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