El Labo B de la Historia
Cada vez que se celebra algún onomástico pareciera que supiéramos perfectamente de qué se trata. El 21 de mayo; el Natalicio de Bernardo O´Higgins; el 18 de septiembre, etc. Lo hemos escuchado tantas veces, pero ¿de qué se trata todo esto? ¿Acaso es realmente la historia oficial la verdadera historia? Sin intentar caer en los oscuros vericuetos de las teorías conspirativas, ¿no les ha sucedido, a veces, que escuchamos versiones distintas sobre los mismos temas? ¿Por qué celebramos el 21 de mayo el Día de las glorias navales, si ese día obtuvimos una profunda derrota? ¿Por qué recordamos año a año el día del nacimiento de O´Higgins si no fue él quien nos liberó del yugo español? ¿Por qué el 18 de septiembre de 1810 es considerado el Día de la independencia si, en realidad, tuvieron que pasar muchos años más para que pudiéramos tener un gobierno realmente autónomo e independiente?
Pareciera que existe un lado B de la historia, una historia oculta que no nos han querido contar. Se trata de verdades a medias. De una verdad escrita por algunos. Por aquellos que fueron los que pudieron imponer sus puntos de vista. Aquellos que fueron los vencedores por sobre otros que aparecen como los vencidos. Pero ¿qué significa realmente esto? Seguramente, hay personas a quienes les interesa mucho que las cosas sean de una determinada manera y no de otra. Pero, ¿por qué? Si pudieran escribir la historia a su amaño, lo harían. Pareciera que se tratara de algo casi personal. Sin embargo, de alguna manera, en mayor o menor medida, la historia verdadera, la que hemos heredado de nuestros padres y abuelos, la completa, con todas sus aristas, las que nos gustan y las que no nos gustan, reaparece cada cierto tiempo en el horizonte cercano de nuestra joven sociedad; o bien siempre ha estado ahí, al alcance de nuestras manos, frente a nuestras narices, para contemplarla directamente, palpable como el aire que respiramos.
Literalmente, cuando caminamos por las calles de una ciudad es posible apreciar esa verdadera historia. Muchas calles conservan el nombre que les fue dado desde los orígenes de la República. Muchos lugares llevan la denominación de algún acontecimiento que fue determinante y que sólo ocurrió en ese lugar y no en otro. Edificios, casas y parques tienen el nombre del personaje o la familia que eran sus dueños originales. Varios monumentos siguen estando ahí porque es muy difícil hacerlos desaparecer. No obstante, hay estatuas que han sido cambiadas de lugar o que permanecen en un deterioro ostensible, sin que nadie se preocupe de ellas. También hay calles que ya no mantienen sus nombres originales, como un intento de hacer desaparecer a los homenajeados. Algunos parques y plazas importantes han sido rebautizados, olvidándose en el devenir del tiempo su legítimo origen. Es un esfuerzo premeditado de cambiar la historia.
¿Sabía usted que el Parque O´Higgins originalmente se llamaba Parque Cousiño en honor a la familia que lo donó para el dominio público? ¿Sabía usted que O´Higgins nunca llevó el grado militar de capitán general ni menos el apelativo de Libertador? ¿Sabía usted que en el mismo lugar donde está el edificio del Banco Central de Chile se situaba la casa de la familia de Manuel Rodríguez, donde nació y se crió? ¿Sabía usted que en la mayoría de las plazas de todas las ciudades de Chile existen sólo tres bustos sistemáticamente colocados: el de O´Higgins, el de Prat y el de Carrera Pinto? ¿Sabía usted que la hermosa estatua de a pie de José Miguel Carrera, esculpida por el famoso escultor francés Auguste-Alexandre Dumont -autor de la estatua de Napoleón como César, que corona la Columna de la Plaza Vendome y del Génie de la Liberté sobre la columna de Julio, en la Plaza de la Bastilla- estaba emplazada en la ciudad de Santiago exactamente donde hoy se encuentra la del General San Martín?
Pero las cosas parece que han comenzado a cambiar. No se trata solamente del vertiginoso éxito de algunos libros como La Historia Secreta de Chile de Jorge Baradit, ni de Logia, de Francisco Ortega. Tampoco se trata de las apariciones recurrentes de algunos expertos historiadores en programas matinales, hablando en paneles formados al efecto cuando sucede algún acontecimiento que nos exige recordar algo. Ni menos de canales ni programas de televisión especialmente dedicados a la historia, como History Channel, Nat Geo o H2. De lo que se trata es que, de un tiempo a esta parte, la gente ha comenzado a interesarse más sobre conocer la historia de su país, de su generación y de su vida.
Queremos indagar la historia porque queremos comprender mejor los sucesos que nos han afectado directamente. Queremos saber acerca de la historia de Chile y de nuestro continente para no repetir los mismos errores que en el pasado cometieron los que nos antecedieron. Queremos conocer la historia para no olvidar nuestro pasado. Con seguridad, seguirán existiendo aquellos que deseen borrar con el codo la historia que se escribió con pluma sobre un papel, a partir de los grandes hechos que coronan la historia de nuestro continente americano. Y también los que consideren que poseen la capacidad privilegiada para interpretar, mejor que los demás, los acontecimientos históricos de los cuales otros, no ellos, han sido sus legítimos protagonistas.
Pero tendrán que convivir con aquellos otros, que no aceptaremos más que nos impongan una historia oficial por sobre otra que se ha difundido a través de la tradición oral de las familias, de generación en generación, y en la cual nuestros auténticos héroes, los que, como José Miguel Carrera y Manuel Rodríguez, dieron su vida por algo más sublime que la tendenciosa posteridad, cual es la causa de la patria y la libertad; construyeron desde sus cimientos nuestro país y aparecen ante nosotros, como si siempre hubieran estado ahí, enfrentándonos como fantasmas, evitando ser olvidados, como vigilantes eternos de nuestro propio promisorio futuro.








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