Lo que se nos viene




Cuando en 2013 se eligió a Bachelet, puede que se haya estado pensado en su primer gobierno, pero ¿se habrá tenido alguna idea de lo que vendría después? Al punto hasta donde se han extremado las posiciones es bien dudoso. Hubo miembros de su coalición que ni leyeron el "Programa" (recordemos al senador que acaba de no ser reelecto, de ese partido que estaría por desaparecer). Lagos tampoco se imaginó qué iba a ocurrirle -cuál sería su propio destino- cuando le dio el pase a su ministra en 2005-6.

Menos probable es que el empresariado pragmático anticipara su descrédito actual, aquellos financistas de elecciones que pensaban que apoyando a diestras y siniestras (incluida a la dos veces candidata presidenta) podían contar con un comportamiento predecible, bastantes las platas invertidas. ¿Por qué, entonces, podría saberse, ahora, hacia dónde irán las cosas?

Porque se ha ido constatando una serie de datos de larga data. Así y todo, no se les ha dado ninguna importancia. La desafección con el sistema, con el consensualismo de los años 90 (por ejemplo, la abstención), viene produciéndose desde fines de esa década; se les dijo, pero lo ignoraron. Hasta no hace mucho, han seguido habiendo quienes creen que la calle como escenario alternativo el 2011 no sería sino un fenómeno pasajero, de igual manera que se insiste e insiste que el progresismo no pasa de ser un reformismo bullicioso, incompetente a la hora de poner en práctica sus conquistas; Piñera constituiría un mentís de que el país no ha desechado el ideal de la "buena gestión" y con eso bastaría. Jalisco nunca pierde.

A nadie, además, le importa la historia, es tan enredada. Sabemos que el reformismo progresista, una vez desatado, se radicaliza (pasó con aquel partido hoy agonizante con ínfulas hegemónicas tras la elección de 1964). Sabemos, a su vez, que a procesos reformistas se les consolida autoritariamente. Ocurrió en los años 30, Alessandri liderando el giro, apoyado en un Estado crecientemente poderoso, y una presidencia dictatorial para afianzar las reformas que él mismo iniciara en los años 20.

En fin, Bachelet ya ha señalado el camino duro: aun con un mínimo de apoyo se puede hacer lo que se quiera. Nada impide que la izquierda, de continuar manejando la agenda y el gobierno, intente consolidar y profundizar el "Legado" más imperiosamente en los próximos años. Si, por el contrario, "gana" Piñera, ¿por qué no habrían de venirle con todo, peor que en 2011? Si, incluso, hasta con un gobierno de Guillier escindido en su interior (pasó con la UP), ¿qué frenaría la posibilidad de que un autoritarismo con signo de izquierda se impusiera para parar a los cada vez más ultras, solo izquierdistas teniendo legitimidad para chantar a izquierdistas?

Varias razones hacen pensar que, lo que se nos viene, viene duro.

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