Londres-Unión Europea: ¿Todo cambia para seguir igual?
LLa negociación del Brexit ha producido un principio de acuerdo entre Londres y Reino Unido que interesa al mundo entero porque allí se juegan, en parte, los límites del populismo, el proteccionismo y el nacionalismo de los países desarrollados.
Han acordado que, para salirse, Londres pagará a la Unión Europea entre 35 y 39 mil millones de libras, que la transición durará dos años, que los europeos que viven en territorio británico podrán permanecer (y viceversa), y que la frontera entre Irlanda del Norte, que pertenece a Reino Unido, e Irlanda, que pertenece a la UE, será bastante flexible. Falta definir qué significa flexible ("frontera suave", le llaman) y qué acuerdo comercial regirá los intercambios económicos entre ambas partes.
No es raro que los europeístas británicos estén eufóricos... sin que los euroescépticos estén excesivamente contrariados. Porque hay suficiente ambigüedad en todo esto como para que sea posible, todavía, que uno de los sectores ideológicos salga triunfador. Pero ya podemos concluir que ni Europa va a tratar de castigar a Londres tan brutalmente como parecía después del referéndum del Brexit (algo que perjudicaría a los europeos tanto como a los británicos), ni el divorcio va a ser tan inamistoso -y la ruptura tan definitiva- como se temía.
Es evidente que habrá, al final, un acuerdo de libre comercio con limitaciones y un sistema en el que los británicos, sin tener que aceptar las reglas europeas, harán que sus propias normas no diverjan demasiado de las de Bruselas (única forma en que se puede tener una frontera flexible o "suave" entre Reino Unido e Irlanda, es decir Europa). Y seguirá habiendo, porque a todos les interesa, fuerte cooperación en temas como la seguridad y la defensa, que por lo demás pasa en parte por la OTAN.
¿Qué significa esto? Sencillamente, que la realidad ha hecho añicos el sueño aislacionista de los "leavers" (los partidarios de salirse de Europa). En el mundo de hoy, no es materializable la aspiración nacionalista para un país desarrollado (tampoco para los emergentes, pero esa es otra historia). Haber tenido que pasar por el traumático Brexit -con sus consecuencias económicas, políticas y psicológicas- para acabar, un año después, teniendo que negociar un acuerdo para que las cosas no cambien demasiado es un caso de "gatopardismo" que debería abrir los ojos del populismo contemporáneo.
Cambiarlo todo en la relación entre británicos y europeos, que era lo que querían los del Brexit, ha resultado ser una forma alambicada, costosa, irónica, de que (casi) nada cambie. A menos que haya sorpresas, en contra del espíritu del principio de acuerdo al que se ha llegado, en la siguiente fase de las negociaciones, que involucran el crucial asunto de los intercambios comerciales.
Esto último es altamente improbable. Habrá momentos de duda, de pleito y de titulares escandalosos. Pero lo que no habrá es una ruptura ni una verdadera salida de Reino Unido de la Unión Europea. Más bien, veremos a Londres sacar un coqueto pie de Europa afirmando el otro, que seguirá adentro, e incluso aquél estará lo suficientemente cerca de éste como para que, en los hechos, el Brexit sea una puerta giratoria antes que un muro.
Los liberales han lamentado, en los últimos tiempos, su desventaja retórica y emotiva frente a los populistas, que despiertan tan fácilmente simpatías populares con su discurso demagógico. Pero el tiempo va demostrando que, si bien es cierta esta desventaja en determinados momentos, la visión liberal de las relaciones entre países y personas sigue contando con el aliado más poderoso de todos: la pedestre realidad.








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