Los desafíos de los proyectos hídricos
Hace un par de meses, en esta columna, escribí sobre los desafíos hídricos que enfrenta el país y sugerí algunas medidas para enfrentarlos. Uno de los temas que mencionaba es que al elevarse las temperaturas promedio mundiales se acumularía menos nieve, se derretirían más rápidamente los glaciares, reduciendo su tamaño. Por tanto, tener mucha agua acumulada en glaciares no era garantía de disponer de agua fresca para consumo humano, conservación y protección ambiental, y para las actividades productivas. Este es un tema que abordamos más extensamente en uno de nuestros recientes Cuadernos del CPI (www.infraestructurapublica.cl)
En esta ocasión me quiero referir al tema de los proyectos hídricos y cómo abordarlos enfrentados al cambio climático y el calentamiento global. Para ello quiero usar como ejemplo lo que está ocurriendo en la provincia de Ancash, al norte de Lima, en Perú. Esta es una zona semi desértica que se caracteriza por tener importantes glaciares en la alta cordillera en un área que, precisamente, se conoce como la Cordillera Blanca. En los alrededores de la ciudad de Huaraz nace el río Santa que desemboca en el mar. Este es muy parecido a los ríos de la zona norte y central de Chile en tanto sus aguas nacen de las nieves y los glaciares que se derriten en la cordillera. Este tipo de río no tiene nada que ver con los que nacen y fluyen en el lado oriental de la cordillera, donde la gran cantidad de lluvia da origen a ríos como el Marañón, gran tributario del Amazonas.
A mediados de la década de 1980 Perú construyó una de sus más grandes y sofisticadas obras de infraestructura, desarrollando una red de esclusas y canales que permitieron regar unas 40.000 hectáreas y convertirlas en zona agrícola de exportación. Además, se incluyó una planta de generación hidroeléctrica abasteciendo de luz a los habitantes y permitiendo la incorporación de tecnología sofisticada en la agricultura. El enorme proyecto se conoce por el nombre Chavimochic. Su costo fue cercano a los US$1.000 millones. Por las características del clima en esta zona es posible obtener hasta tres cosechas anuales de maíz y otras hortalizas. La creación de un nuevo espacio agrícola altamente productivo generó nuevas fuentes de trabajo y la población pasó de unas 9.000 personas a unas 80.000 en la actualidad.
Es decir, muy parecido a lo que se habla de crear en el Norte Chico de nuestro país. En realidad, hay proyectos mucho más ambiciosos como el que promueve Juan Sutil, que propone traer agua dulce de la cuenca del Bío Bío hasta las regiones IV y V para regar un área mucho más extensa y convertir a Chile en una verdadera "potencia agroalimentaria".
Pero el proyecto Chavimochic está enfrentando desafíos inesperados. En primer lugar, lo que permitía que esta iniciativa se desarrollara, el derretimiento de los glaciares de la Cordillera Blanca, puede ser su talón de Aquiles. Se estima que las temperaturas se han elevado entre 0,5 y 0,8 grados Celsius en la zona de los glaciares por lo que estos se están retrayendo a un ritmo de unos 9 metros anuales. El resultado es que en los próximos años el flujo de agua podría disminuir en un tercio en relación a los niveles actuales.
En segundo lugar, al disminuir el volumen de los glaciares, las aguas que fluyen están arrastrando metales pesados que contaminan los flujos, dejándola no apta para el consumo animal y humano. Además, posiblemente contaminen las hortalizas que se cultivan haciendo que estas no sean aceptadas en los países importadores al superar los límites establecidos para el consumo humano.
Por último, al aumentar significativamente el área bajo riego hay nuevas plagas que afectan a la agricultura. Plagas que no existían mientras la zona mantuvo su condición desértica.
Del primer problema, esto es, que los glaciares pierdan su capacidad de almacenamiento, se puede hacer cargo la ingeniería moderna construyendo represas para embalsar las precipitaciones y evitar su escurrimiento al mar. Esta es la solución que se ha propuesto para Chile. Esto supone que el régimen de precipitaciones no se ve afectado por el fenómeno del cambio climático.
El segundo problema, el de la contaminación por metales pesados, requiere construir plantas de procesamiento y una inversión importante que elevará los costos del agua y reducirá la competitividad de esas exportaciones.
Escribo esto para señalar que lo que parece obvio no es siempre una buena solución.
Perú tiene más del 95% de sus fuentes de agua dulce en el lado oriente de la cordillera de Los Andes y es perfectamente posible imaginarse que podría traer agua desde la otra vertiente de la cordillera de concretarse la disminución de los flujos glaciales en el lado occidental. Para que no se piense que esto es una locura, desde hace décadas la ciudad de Quito, en Ecuador, se abastece de agua potable desde la vertiente oriental de la cordillera por razones similares. Desde luego, esto ha requerido la construcción de grandes tuberías y centrales de bombeo, pero es factible hacerlo a costos aceptables.
Chile, en cambio, no dispone de una "vertiente oriental". Por lo tanto, nuestra estrategia para expandir el área agrícola no puede ser la misma del Perú.
En la práctica, nosotros tenemos un doble desafío. Tenemos tierra sin uso que potencialmente puede ser agrícola si la regamos. Para eso, por el momento disponemos de glaciares especialmente en la zona central y, en menor escala en la zona norte. Las proyecciones y la experiencia nacional, y ahora la internacional, indican que los glaciares no serán una fuente confiable de agua dulce en el futuro. La técnica de los embalses, para capturar los escurrimientos, funcionaría sí y sólo sí las precipitaciones se mantienen en el tiempo. Eso está en duda en las zonas del centro y del Norte Chico.
De disponer de agua embalsada, proveniente de los escurrimientos, hay que considerar que, al igual que en el Perú, nuestra cordillera es densa en metales pesados que habrá que eliminar antes de usarla para el riego.
Esto no es trivial. En el caso de Calama está prohibido consumir las hortalizas que se producen en el oasis producto de la contaminación por metales pesados. Desde hace años hay proyectos financiados por empresas mineras para corregir este problema, pero las cosechas de Calama no han logrado cumplir con los estándares sanitarios.
Ciertamente Copiapó no es Calama, pero posiblemente tampoco es tan diferente el contenido mineralógico de su cordillera.
Enfrentados a estos dilemas, la prudencia aconseja en primer lugar estudiar cuidadosamente el régimen de precipitaciones, los escurrimientos, los acuíferos y los glaciares para determinar su comportamiento tanto en cantidad como en calidad.
Como sabemos, nuestros conocimientos sobre los recursos hídricos en Chile se limitan en la práctica a los usos y sabemos muy poco sobre las fuentes.
En segundo lugar, si bien no tenemos una vertiente oriental a nuestro alcance, sí tenemos un inmenso mar al occidente y, con los cambios tecnológicos, potencialmente podríamos tener enormes cantidades de energía, insumo crítico para desalar el agua de mar. Es cierto que el proceso de desalar agua de mar, tal como se practica hoy, contamina el entorno donde ello ocurre, pero la mitigación posiblemente sea mucho menos onerosa que eliminar metales pesados del agua "dulce".
Por mientras, parsimonia parece ser lo indicado. Capturar los escurrimientos mediante embalses pequeños en serie, cuyo costo de inversión se pueda recuperar en pocos años, parece ser una estrategia razonable, mientras se diseñan sistemas de desalinización que minimicen el impacto sobre la flora y la fauna marina.
Todo parece indicar que la escasez de agua fresca llegó para quedarse en nuestro país. Estamos en la hora de comenzar a evaluar estrategias alternativas que nos permitan usar al máximo las capacidades productivas y ambientales de nuestro territorio y que sean sustentables en el tiempo. Postergar la discusión y análisis es simplemente irresponsable.








Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.