Lucidez, arrojo y encanto




Hace cinco años, en un ensayo titulado La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa se quejó sin mucha gracia de la alarmante decadencia cultural de Occidente, fenómeno que él, en calidad de celador de la alta cultura, atribuía al triunfo desolador de la cultura popular. Algo muy distinto es lo que ahora plantea el crítico literario inglés Terry Eagleton en Cultura, una reflexión potente y provocativa que tiene la chispa, el encanto y el humor que tanta falta le hicieron a la divagación del Nobel peruano. De partida, Eagleton pone las cosas en su lugar: "Gran parte de la cultura popular es excelente, mientras que el canon literario también contiene bastante material de inferior calidad". Como por ejemplo, cabe agregar, la más reciente y exitosísima novela de Vargas Llosa, Cinco esquinas.

No es antojadiza la mención al escritor peruano cuando lo que aquí corresponde es hablar del libro de Eagleton. Ambos autores representan visiones opuestas: Vargas Llosa habla desde el liberalismo (aunque muchas veces lo hace utilizando argumentos conservadores), mientras que el inglés, un seguidor de Marx que probablemente cree en Dios, argumenta que "la cultura no es tan fundamental para las sociedades modernas como piensan algunos de sus apologistas". ¿Quiénes serían estos apologistas? Muchos pensadores contemporáneos, los defensores de la diversidad, "los apóstoles posmodernos de la pluralidad", la gente dedicada a los estudios culturales, los estudiantes políticamente correctos. Dando un primer paso en su propia defensa, Eagleton cita al filósofo Richard Rorty: "No hay necesidad de debatir con personas que sostienen que un punto de vista es tan válido como cualquier otro, puesto que no existen".

Notable en este libro es la reivindicación de dos intelectuales irlandeses a quienes la posteridad, probablemente, no les concedió todos los honores que merecían (Eagleton es de ascendencia irlandesa). El primero es Edmund Burke, un pensador más asociado a la derecha que a la izquierda, pero que a ojos del autor de Cultura resulta ser un filósofo de múltiples cualidades, entre otras la de haber reparado en "que la cultura no siempre es un instrumento del poder, también puede ser una forma de resistencia". El segundo es Oscar Wilde, personaje al que Eagleton le rinde un homenaje lúcido y justo ("Nadie puede vivir sólo de la cultura, pero Wilde se acercó a ello más que ninguno de sus contemporáneos"), al tiempo que rescata sus ideas políticas, que aspiraban, por sobre todo, a liberar al hombre del trabajo.

Luego de echarle un vistazo histórico a las diversas acepciones y fronteras de la palabra "cultura" durante los siglos XIX y XX, Eagleton repara en temas muy concretos y actuales. En su opinión, junto a la caída del comunismo y de las Torres Gemelas, "la decadencia global de las universidades se cuenta entre los acontecimientos más trascendentales de nuestra era". La tradición secular de las universidades como centros de la crítica humana se está desmoronando, sostiene, debido a que han pasado a ser "empresas pseudocapitalistas bajo la influencia de una ideología de gestión brutalmente filistea". Peor aun: "En su mayor parte, están en manos de tecnócratas para quienes los valores se identifican sobre todo con propiedades inmobiliarias".

El multiculturalismo ha limitado el poder de la cultura, y el capitalismo, causa del primer fenómeno, la ha convertido en una mercancía inocua. Después de la crisis económica de 2008, pudimos darnos cuenta de que "los verdaderos gángsters y anarquistas llevaban trajes de raya diplomática y dirigían bancos en vez de asaltarlos". A los lectores chilenos, que saben bastante acerca de esto último, el libro de Eagleton les resultará especialmente iluminador. Lo que aquí está en juego es bastante más que el significado de la palabra "cultura".

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