Más allá de Francia y Europa




"Todos contra Le Pen" fue el lema de la reciente elección presidencial en Francia, y aparentemente rindió sus frutos. El candidato liberal y europeísta ganó con un 66% de los votos y ahora los partidos y movimientos que lo apoyaron se congratulan tanto por un triunfo vistoso, como por la derrota del Frente Nacional de Marine Le Pen. Indudablemente, si esta elección se mirara como un tema coyuntural, como un suceso de corto plazo, podría hablarse de una gran victoria. Sin embargo, por debajo de la marea de aquel éxito fluyen aguas muy turbias.

En efecto, el Frente Nacional obtuvo su mejor resultado histórico, con un tercio de las preferencias de los votantes. En lugares como Calais, Le Pen logró un apoyo mayoritario a sus planteamientos nacionalistas habida cuenta de las tensiones causadas en la población local por la inmigración ilegal y los refugiados. Pero esto es sólo el comienzo de un asunto mucho mayor, pues existen extensas corrientes planetarias que no se van a detener con una elección, ni con la buena voluntad de un joven presidente que abraza a las "elites" europeas mientras Francia es golpeada por la globalización, el desempleo y el terrorismo yihadista. Le Pen en Francia, May en Inglaterra, Trump en Estados Unidos, o el mismísimo Putin en Rusia, representan reacciones al avance de una globalización que aparenta no tener un "dueño" específico, que pisa fuerte y que va dejando demasiados heridos en el camino.

Las voces de alerta surgen desde los más diversos lugares y estamentos: las iglesias cristianas de Europa, el islam, el budismo, los partidos nacionales europeos y americanos, las múltiples corrientes contrarias a la globalización, entre tantas otras. Son advertencias pasajeras, pues el liberalismo de mercado no puede detenerse por ahora y sigue su marcha hacia una meta que pretende ser homogénea en común, hacia un resultado que  identifique a sus partidarios con el éxito que se logra a través de la Unión de Voluntades, y que más parece una amalgama pegada con engrudo que otra cosa, habida cuenta de las disímiles condiciones vitales existentes entre los ganadores y los perdedores de este proceso globalizador, también conocido como mundialismo. No importan demasiado las víctimas; los beneficiados por el sistema siguen votando y escogiendo más de lo mismo, y luego regresan con toda placidez hacia sus hogares por la tarde, a gozar de una buena cena. No les interesa saber que más de la mitad de los habitantes del planeta no participan en elecciones democráticas - no son parte de la actual estructura -, y que más de 2.000 millones de personas se acuestan con hambre por la noche. El éxito produce ceguera, no permite ver que el mundo se encuentra inmerso en un proceso de transición inevitable, que aún tiene un largo camino por recorrer.

Entre las poblaciones pobres del planeta, esta compleja transición continuará generando muchas angustias, tensiones sociales y alteraciones; las guerras fratricidas, las migraciones forzadas y los actos terroristas son y serán cada vez más frecuentes. El cruel resultado de esta situación es que a pesar de todas las conferencias internacionales y buenas intenciones orientadas a terminar con la desigualdad, ésta aumentará su presencia a medida que el creciente desorden destruya a Estados débiles, en las  numerosas zonas conflictivas del mundo.

El explosivo crecimiento en Francia del Frente Nacional - o como quiera que se llame más adelante -, es una primera señal de que se comienza a transitar hacia el surgimiento de formas de gestión y de direccionamiento del poder totalmente distintas, que en su futura evolución tendrán pocos puntos de similitud con las estructuras que hemos instaurado en los últimos doscientos años para ejercer el poder político, donde se impuso la democracia como forma de gobierno dominante en Occidente. Sin embargo, la separación entre lo público y lo privado se irá haciendo cada vez más difusa. La totalidad de la vida política, económica y social de individuos e instituciones fluirá a través de una amplia red de distribución, intercambio e información, con sofisticados sistemas de fiscalización y control. En ese futuro aún distante, el orden público - el bien más preciado hoy y mañana -, quedará asegurado a través de mecanismos de regulación y coerción tremendamente eficientes, inevitables y rara vez apelables. Algo de esto ya está comenzando a imponerse de manera incipiente, en vastos sectores de Occidente y también de Oriente, habida cuenta de las recurrentes crisis económicas, políticas, sociales, humanitarias y de seguridad que asolan al planeta.

Las comunicaciones son globales e instantáneas; todo se sabe, se informa en tiempo real, para bien o para mal. En esa futura época visualizada -  a fines de este siglo, quizás más allá -, no existirán fronteras ni defensa ante poderes externos por cuanto habrá tan solo un poder, que será planetario, única forma de minimizar y acabar con el descontrol. Cada región, cada sector y cada proceso económico accederá, de acuerdo con la potestad relativa que ostente, a diversos cuerpos directivos e instancias de decisión que, en forma escalonada, administrarán la operación de una enorme tecnoestructura planetaria, muy distinta a la meramente empresarial descrita por John K. Galbraith medio siglo atrás en su obra "El Nuevo Estado Industrial", pues a futuro ésta tendrá una clara orientación hacia el control político.

La actual experiencia al interior de la empresa demuestra que la administración eficiente de los negocios, debe realizarse con gran flexibilidad y a través de esquemas horizontales, lo que se ve posibilitado y facilitado por grandes adelantos tecnológicos. Sin embargo, la gestión y control político-mundial de todo el proceso financiero y macroeconómico, se realiza según esquemas crecientemente verticales y autocráticos. El poder real en el futuro gobierno lo detentará una compacta estructura para la cual lo importante será la eficiencia del sistema en todos los ámbitos bajo su  direccionamiento. Esa suerte de gobierno planetario se abocará también al mejoramiento de la calidad de vida de las grandes masas de pobres y a la justicia social, como método para evitar los conflictos, manteniendo así el orden y la paz. Este poder incorporará mecanismos de auto-regulación y corrección sustentados en la recepción y estudio de enormes cantidades de información, procesada e interpretada de manera permanente.

La máxima figura mundial no se parecerá ni a un presidente, por cuanto ello traería recuerdos de ineficacia y debilidad, ni mucho menos a un "Chief Executive Officer" ya que esa figura es sólo válida para conducir los procesos administrativos horizontales en el ámbito de los negocios, pero en el mundo del futuro la economía planetaria habrá quedado subordinada al poder político y militar de la Autoridad Máxima, y sus delegados. Resulta muy decidor comprobar que a pesar de las constantes alabanzas a favor de la democracia - la alianza de facto contra Le Pen en Francia es un buen ejemplo de aquello -, se tolera, por otra parte, la existencia de regímenes autoritarios como China o crecientemente policiales como Estados Unidos, pues en ellos están la semilla y el modelo que servirán de conexión hacia las nuevas formas de gobernar un mundo cada vez más convulsionado y sobrepoblado.

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