!No a la reelección!




En los regímenes presidenciales hay una corriente universal contraria a las reelecciones de presidentes. Hay países que la prohíben de modo absoluto (México); o la permiten solo para un periodo inmediato pero luego la niegan para siempre (en EE.UU., Clinton y Obama no podrán ser reelectos nunca). Otros la autorizan pero no inmediato sino intermediadas por un periodo: Chile, Argentina, Perú. En la vereda contraria dictadores o aprendices de dictadores, al estilo de Chávez, Maduro, Evo y Daniel Ortega, reforman sus constituciones para establecer reelecciones ilimitadas. En la derecha, Uribe o Fujimori, que intentaban tres reelecciones sucesivas, debieron ceder ante la oposición democrática. Lula, acusado de corrupción, después de dos periodos sucesivos hoy flirtea con su reelección.

Las razones de esta oposición son muchas. De partida, las reelecciones degradan a los partidos, incluso los destruyen, penetrándolos por el clientelismo pues la tentación fatal de un presidente que busque su reelección es una colectividad donde sus dirigentes -desde los más altos hasta los de base- gocen de cargos públicos los que defenderán asegurando la reelección del Jefe del Estado. En los partidos clientelares no hay discusiones de ideas y la renovación es muy difícil. Sobre esos pilares -reelección más clientelismo- se establece un personalismo tóxico. Los partidos, sus ideologías, ceden ante los "kirchnerismos", "uribismos", "chavismos", "correísmos", "danielismos".

Hay un doble estándar en quienes condenan las reelecciones de Evo o Maduro, pero que la impulsan en Chile. La respuesta posible a esta contradicción es que entre nosotros el presidente siempre tendrá una estatura moral mayor que los antes mencionados, lo que es un argumento inaceptable pues ningún sistema político se construye a partir de la supuesta virtud de algunos de sus miembros, sino de la necesidad de limitar el poder y someterlo a normas, quienquiera que lo ejerza. La corrupción, la ineficacia, la tendencia al abuso ronda por igual a los mesiánicos, a los justos y a los escépticos, a la izquierda y a la derecha, a los inteligentes y a los imbéciles, y estas tendencias, que son el lado oscuro del poder, son más difíciles de controlar cuando se hacen en nombre de la virtud o desde la supuesta infalibilidad de la tecnocracia.

Lo anterior lleva a otra objeción. Es sabido que el mal gobierno es más frecuente que el buen gobierno. La pregunta es: ¿Qué se puede hacer frente al mal gobierno? En un sistema político parlamentario es cambiar al Jefe de Estado -así haya durado meses- y sustituirlo por otro. Puesto que el primer ministro es elegido por el Parlamento, éste, del mismo modo que lo nombró puede cesarlo y nombrar a uno nuevo. En el sistema presidencial, en cambio, el presidente tiene un plazo fijo y sea bueno, malo o pésimo gobernante dura lo que dice la Constitución, ni un día más, ni un día menos. Si el gobierno se muestra ineficiente o corrupto no hay nada que hacer salvo aguantar hasta que expire su plazo constitucional.

En un sistema tan marcadamente presidencial como el chileno, solo sería razonable autorizar una reelección si se introducen mecanismos típicos del sistema parlamentario (semipresidencialismo) que permitan rectificar el mal gobierno… Pero ese es otro debate.

Finalmente, concuerdo con Sebastián Piñera en que el presidente elegido este año no debe impulsar una reforma para autorizar su reelección inmediata. Eso lo descalificaría. Por tanto, una reelección solo podría operar al término del mandato del presidente que se elija el 2021, esto es, para las presidenciales del 2025.

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