El nuevo escenario político 2018
Cerrado el ciclo electoral 2016-2017, vemos que el cambio político que se abrió con el triunfo opositor en las elecciones municipales, concluye con Chile Vamos como la primera mayoría relativa del Congreso y con Sebastián Piñera alcanzando un triunfo histórico tanto por el apoyo obtenido, más de 3 millones ochocientos mil personas votaron por él, como por el nivel de participación con más 7 millones de electores algo que hace ya muchos los no pasaba menos aún con voto voluntario.
La irrupción del Frente Amplio en el Congreso, con sus 20 diputados y un senador, terminan de concretar el quiebre de la izquierda y una disputa inconclusa por la hegemonía entre la vieja y la nueva izquierda. Entrar al Congreso donde sus votos se verán tensionados en qué tipo de oposición quieren ser, una testimonial que niegue el sal y el agua atrapada en el discurso anti Piñera u otra que sea capaz de entender el funcionamiento de una democracia donde el diálogo y los acuerdos son una necesidad en la construcción del país. Es la madurez política del Frente Amplio lo que queda por verse ante los desafíos de dar y ofrecer gobernabilidad.
Los restos de la Nueva Mayoría, dividida y derrotada aún no encuentran una explicación del resultado electoral. Porque si ellos giraron hacia la agenda más progresista, a ratos en la frontera con el Frente Amplio, la ciudadanía los pone nuevamente en la oposición, y en una peor posición que el 2009, la competencia a dos bandas con ChileVamos por un lado corriéndose al centro y por el otro el Frente Amplio presionando desde la izquierda, los dejó no solo sin estrategia ni nicho, sino casi sin identidad. ¿Qué representan hoy los partidos de la vieja izquierda como el PS o el PPD, el Partido Comunista o el Radical?, ¿cuál es su espacio real de conexión con la ciudadanía?, ¿se podrán atrincherar en un bacheletismo sin Bachelet? ¿Y hacer de la defensa de ese gobierno un relato que los una y proyecte? Son demasiadas preguntas abiertas y sin duda será un camino largo responderlas con honestidad. También está la tentación de ser la oposición antipiñera, pero ese es un discurso que ya fracasó en la elección por ser insuficiente y mediocre.
La Democracia Cristiana y el Partido Comunista, viven sus propias disyuntivas políticas, la DC quebrada en su interior no ha logrado frenar las renuncias de connotados dirigentes falangistas, que ya no ven en su partido al referente social cristiano que lideró e influyó en la política chilena de manera decisiva los últimos 50 años. El aislamiento en que se encuentra la pone frente a la decisión de seguir al resto de los partidos de la ex Nueva Mayoría en un giro hacia la izquierda, abandonando lo poco de centro que queda en su electorado o asume que su camino es la reconstrucción de una opción de centro y moderada, fórmula que tanto éxito le dio en el pasado. Más tensionado aún se ve al comunismo chileno, aferrado a su alianza con los socialistas, sin duda que parte importante de sus cuadros ven que su futuro es el Frente Amplio, ya sea por convicción o por necesidad. Su paso por el gobierno los asimiló a los mimos de siempre y los hizo perder poder y presencia en el mundo social, el mismo que hoy es ocupado por el nuevo referente de izquierda.
Chile Vamos todavía celebra y con razón, su esfuerzo por generar una institucionalidad fuerte capaz de dirimir diferencias hacia su interior, es parte de porque su unidad le dio un gran triunfo parlamentario y presidencial. Pero sin duda que el desafío de ser partidos de gobierno no puede ser entendido como labor solo de uno sino de todos, la gobernabilidad ofrecida en la campaña debe transformarse en una realidad durante el futuro gobierno del Presidente Piñera. Esto no niega que la identidad propia de cada partido se potencie, sino solo le pone límites en cuanto esa diversidad sea puesta en común para construir y no solo para tratar de sacar pequeñas ventajas. Este segundo paso político en el camino de la centroderecha será decisivo a la hora de proyectarse hacia un segundo o tercer mandato consecutivo. El contraste natural que puede ofrecer las divisiones que vive la izquierda le ponen por delante un desafío histórico de transformar esa mayoría electoral en una mayoría social y política.








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