Perder o perder




Visto el tema desde afuera, nunca se sabrá si la dramática disyuntiva presidencial a la que se enfrenta hoy el comité central del Partido Socialista responde a la indolencia de no haber realizado sus tareas a tiempo o al hecho de haber sido la colectividad eje de un gobierno tan fracasado como el actual.

Probablemente operaron ambos factores. La directiva que tuvo el partido prefirió ir chuteando las decisiones, confiando en que las cosas se resolverían solas y por su propio peso a medida que la elección presidencial se fuera acercando. La tentadora idea de "ganar tiempo" una vez más se convirtió en la política chilena en una trampa fatal para perderlo. La presidenta del partido dilató las definiciones no solo por consideraciones de prudencia. También lo hizo porque en algún momento las encuestas y el alto concepto de su propio liderazgo le hicieron pensar que no había en el horizonte mejor candidata que ella. En esas circunstancias, desapareció todo incentivo en la colectividad para haber fijado con la debida antelación un procedimiento medianamente razonable con el cual elegir un candidato que fuera competitivo y que surgiera de una deliberación responsable y transparente.

Pero esa es solo una cara de la moneda. La otra es que nadie hubiera dicho hace dos o tres años que la izquierda iba a quedar tan debilitada, dividida y confundida después de la farra de la Nueva Mayoría. El saldo que deja para este sector político la gestión de la Presidenta Bachelet es desastroso: no logró formar un solo líder con convocatoria popular que representara su continuidad y el socialismo hoy está políticamente dividido en tres vertientes, en ninguna de las cuales se reconoce gratitud al ADN de la actual experiencia gubernativa: están los socialistas que fueron los pivotes de la antigua Concertación, que saben que las cosas se hicieron mal y que hoy se sienten mejor interpretados por el liderazgo de Ricardo Lagos; están los socialistas alarmados por la eventual victoria de Piñera, que no se conforman con la pérdida del poder y que consideran que no hay mejor manera de retenerlo que subiéndose al carro incierto de la postulación de Alejandro Guillier, y están también los socialistas más radicalizados, todos muy decepcionados de la orgánica partidaria, que comienzan a ver en el Frente Amplio el camino más corto para cumplir con sus expectativas y aspiraciones transformadoras.

No es habitual que en los partidos se planteen con tanta crudeza como se plantearán este domingo en el PS los dilemas entre coherencia ideológica y el rating. Los miembros del comité central están llamados a decidir entre apoyar a un abanderado genuinamente socialista que marca poco en las encuestas o respaldar la candidatura de un senador independiente sin mayor trayectoria política, mejor rankeado en las encuestas, errático en sus actuaciones y que, dentro de la Nueva Mayoría, aparte de una rareza, fue posiblemente el parlamentario menos contaminado por el discurso refundacional de La Moneda.

No hay cómo el partido pueda ganar con esta decisión. Cualquiera sea el desenlace, igual va a perder. El tema es si hacerlo con mayor o con menor dignidad. Distinta es la posición de los precandidatos, porque ellos sí tienen margen para ganar. No hay duda que el apoyo de su partido -porque es una tinterillada discutirle su militancia- podría ser un balón de oxígeno importante para la candidatura del ex presidente, quizás no para triunfar en la primaria, pero al menos para que su postulación y lo que ella representa se mantengan a flote. No cabe duda, tampoco, que el apoyo socialista le daría a la candidatura de Guillier una vitalidad que en las últimas semanas, por muy diversos motivos, ha estado perdiendo. No tiene nada de raro, por lo mismo, que la presión de ambas candidaturas sobre los miembros del comité central haya sido muy intensa en los últimos días. Los candidatos se juegan mucho. Pero la verdad es que el partido muy poco, porque el daño ya se produjo.

Debe ser duro para el ex presidente sentirse parte de una disyuntiva que coloca al PS contra las cuerdas. Se podrán hacer muchas consideraciones respecto de si enfocó bien o enfocó mal su campaña, pero Lagos no tiene la culpa de marcar poco en las encuestas. Quizás tampoco la tiene el PS, pero esto no es tan sencillo, porque nadie contribuyó tanto como los socialistas a devaluar la imagen de Lagos y, además, porque son los partidos los llamados a generar liderazgos políticos potentes que permitan ir proveyendo la renovación dentro de un proyecto político de largo plazo. Como nada de eso ocurrió, el ex mandatario decidió dar la cara. Hoy se sabrá cuántos se lo agradecen y cuántos lo ven a él más como un problema que como una solución.

Según recuerdan los memoriosos, no es la primera vez que el PS enfrenta una encrucijada de esta envergadura. Algo parecido ocurrió para la elección del 52, cuando una parte de la colectividad apoyó a Ibáñez y la otra se quedó con Allende. Eso significó que por años se dividiera en dos. La diferencia, la gran diferencia, es que entonces la del general Ibáñez era una candidatura de perfil claramente ganador. Perfil que no tiene la de Lagos y, entre altos y bajos, tampoco la de Guillier.

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