Purgatorio




Contradiciendo el embrujo de la post-verdad que nos indicaba que estaba todo dicho y que casi no valía la pena abrir las urnas, las elecciones abrieron la puerta a lo imprevisible, como pocas veces ocurre en este país. Aunque resulta natural remitirse a la contienda Lagos-Lavín para registrar una sorpresa semejante a la que nos sometimos el domingo pasado, hay otros episodios que en su momento dieron vuelta el tablero, como el estrecho triunfo, en 1938, de Aguirre Cerda sobre Ross, el mago de la Bolsa. En ese tiempo, Pablo Neruda arrendaba una casa en Irarrázaval con Pedro de Valdivia, que no tenía el sello que después impondría en La Chascona o La Sebastiana. En esta vivienda sin gusto a nada, el poeta decidió celebrar el estrecho triunfo del Frente Popular metido adentro de un gallinero junto a algunos amigos y armó un concurso de kikirikíes en honor al profesor que llegaría a La Moneda. Las gallinas sufrieron buena parte de esa noche al no reconocer la voz de su amo y señor, hasta que se dio por ganadora a mi tía Graciela Matte, hermana de Eugenio, uno de los fundadores del PS.

En estos días de asombro se han escuchado más cacareos que kikirikíes. Cacareos justificados, otros bien intencionados, algunos derechamente sólo gritos para sobreponerse al desconcierto.

Lo peor es que, si seguimos ensimismados o sólo cacareando, seguiremos perdidos en la lectura de los cambios que ha experimentado nuestra sociedad y también lejos de captar sus demandas. En este purgatorio que se ha convertido el intermedio entre primera y segunda vuelta para la élite chilena, como si tuviéramos un pie en el infierno y otro en el cielo, ningún grupo político se absolverá de cara al electorado con trucos populistas. A la luz de los resultados, lo primero que podemos decir es que el Gobierno de Michelle Bachelet ha movido el cerco de la ideas y esto no parece una ilusión, contraviniendo lo señalado con tanto empeño por algunos analistas que confiaron ciegamente en las encuestas disponibles.

La votación nos demuestra que fracasó la idea de que Chile va camino al despeñadero. El Frente Amplio, la Nueva Mayoría, la Concertación y otros suman un gran colectivo que busca llevar adelante los cambios que la sociedad y los tiempos modernos reclaman.

Sin embargo, si tomamos nota que la sociedad chilena está cansada de " lo mismo y de los mismos", que está aburrida de la corrupción y de las malas prácticas privadas y públicas, y que a nivel parlamentario hoy premia a aquellos que fueron unidos (como el Frente Amplio y Chile Vamos) y castiga a quienes se separan y fracturan (como la Nueva Mayoría), podemos concluir que los ciudadanos hoy requieren otra forma de hacer las cosas y prefieren ser representados por quienes son capaces de leer los cambios culturales, sociales y económicos ocurridos. Vivimos una campaña que no fue sobre-ideologizada, donde no se expusieron muchas ideas, pero sí el proceso remarcó la necesidad de adecuarse a los nuevos tiempos.

La gente común quiere mejorar su calidad de vida e ingresos, no quiere retroceder en progreso y estabilidad, pero quiere un proceso integrador, con menos clasismo, elitismo, cuoteos y pitutos.

Es un hecho que la gobernabilidad está cada día más difícil para cualquiera que pretenda ser Presidente, sobre todo si no se tiene mayoría parlamentaria. Esto ocurre aquí y en todo el mundo, porque la volatilidad es un fenómeno global, que se explica por todas las transformaciones tecnológicas, económicas, culturales, productivas, energéticas y tantas otras que estamos atravesando como humanidad. Este escenario, como ya hemos visto en otros países, es caldo de cultivo para ideas populistas, que aquí ya se aventuró con eso de que "vamos a convertirnos en Venezuela". No, no vamos para allá. Es un abuso funcionar con ese tipo de retórica para infundir un terror alimentado por los temores que vivimos globalmente en vez de asumir de manera noble el desafío de comprender los requerimientos de una sociedad que está en plena transformación y por lo mismo es tan impredecible.

Hoy debemos revalorizar la buena política como herramienta para direccionar la conducción social en estos tiempos complejos y de cambios. Y también para salir del purgatorio y así avanzar hacia una sociedad más integradora como la que nos propone Alejandro Guillier.

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