Universidades públicas: más que una vocación
Las universidades públicas buscan, no sólo por una simple vocación, hacer participar a todos los ciudadanos de nuestra sociedad en un conocimiento común, sin importar su etnia, religión o su cultura. Este deber, que busca universalizar el saber más complejo de las humanidades, las ciencias y las tecnologías, no tiene como fuente principal un sentimiento subjetivo. La motivación por integrar cultura, sociedad y desarrollo humano, que reúne a todas las universidades públicas, tampoco nace de la emocionalidad de una vocación.
Reducir la función pública del Estado a un deseo de vocación humanista o religiosa es desde ya un error, pero el hacerlo con las universidades, es todavía más grave. Significa confundir las cosmovisiones de los humanismos o las religiones (todos ellos, por definición totalizantes y, por lo mismo, excluyentes) con los deberes propios de un Estado secularizado y moderno, que debe resguardar para cada uno de sus ciudadanos los valores democráticos de universalidad, integración e igualdad en el conocimiento, el saber y las artes.
Bienvenidas sean las universidades privadas de cuño humanista o religioso que manifiestan, entre otras cosas, una vocación por lo público. Sobre todo, si ese sentimiento se traduce en un profesionalismo eficaz y eficiente. Un Estado secularizado y moderno también debe garantizar que los proyectos privados que tienen en su base ideológica una "imagen del mundo" (en palabras de Heidegger), puedan disputar desde su lenguaje de la fe o desde sus puntos de vista, las interpretaciones prácticas que cada ciudadano hace en sus decisiones individuales, colectivas o políticas. No obstante, ello no puede ser interpretado en el sentido de que el Estado deba dar a estas visiones ideológicas de las instituciones privadas, prioridad alguna respecto a sus propias universidades.
Las casas de estudio públicas expresan, sin ambages, el deber de universalidad, integración e igualdad que no nace, a su vez, de ningún ánimo de lucro o de dominación ideológica. Son universidades eminentemente públicas, que buscan el saber para ponerlo al servicio de los ciudadanos sin importar si son creyentes o no. Por lo mismo, las universidades eminentemente públicas expresan la acción del Estado que está mucho más allá de cualquier vocación particular.
Este gobierno y nuestras autoridades políticas tienen en sus manos a instituciones valiosísimas para la vida y la salud de la democracia misma. Cuidar las universidades eminentemente públicas es fortalecer nuestra propia vida democrática. No es posible dejarlas a merced de los intereses particulares del juego del libre mercado ni tampoco a la subjetividad de una vocación, cualquiera sea ésta.








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