En septiembre de 1936 asomó en los cines de EEUU The road to glory (Camino a la gloria), cinta dirigida por Howard Hawks y que ofrecía a los espectadores "el drama de la Gran Guerra". Relectura de una cinta francesa basada en la novela Las cruces de madera, de Roland Dorgelès, la película reclutó a actores de la talla de Frederic March y Lionel Barrymore para ofrecer un espectáculo que prometía detener los corazones de la audiencia.

En los afiches, como de costumbre, figuraban en gran tamaño los nombres de las mencionadas estrellas de Hollywood. Más pequeños aparecían el de Hawks y los de los productores Darryl Zanuck y Nunnally Johnson (incluso se lee el de Mickey Mouse, a propósito un corto que se exhibía antes de cada función). Quien no figura en los posters, aunque sí en los créditos, es uno de los escritores más destacados del siglo XX: William Cuthbert Faulkner, coautor del guión junto a Joel Sayre.

El futuro Nobel de Literatura, que había trabajado en libretos para la Metro-Goldwyn-Mayer, hacía sus primeras armas en el recién fusionado 20th Century-Fox. Entre 1932 y 1954, y en paralelo a sus afanes como novelista, Faulkner participó en la escritura de una cincuentena de guiones, aun si la mayoría de las veces su nombre no fue reconocido. En el caso de Fox trabajó rápido, incluso para los estándares de Hollywood, produciendo cinco libretos cinematográficos en pocos años -para la mencionada Camino a la gloria, Banjo on my knee, de John Cromwell (1936); Slave ship, de Tay Garnett (1937); Patrulla submarina, de John Ford (1938), y, del mismo director, Al redoblar de tambores (1939)- y un sexto, bastante después, que daría pie a Del destino nadie huye, de Edward Dmytryk (1955).

Los seis textos están reproducidos y comentados en William Faulkner At Twentieth Century-Fox, The annotated screenplays. A cargo de Sarah Gleeson-White, académica de la U. de Sydney, la obra marca un nuevo jalón en un ítem que tiene algo de misterioso y de fascinante: las incursiones faulknerianas en Hollywood.

Contra la leyenda

Dice la leyenda, poco más o menos, que Faulkner era un tipo entregado a su arte narrativo y que recurría a Hollywood cuando sus bolsillos se vaciaban (en medio de lo cual estaba su relación más bien cercana con el alcohol y las presuntas rabietas de altos ejecutivos por incumplimiento de contrato). Que sus grandes obras y el condado ficticio de Yoknapatawpha eran lo que le importaba, por lo cual habría mirado lo demás con un dejo de desprecio. El propio autor, por lo demás, contribuyó a la leyenda, o cuanto menos a la confusión.

"Si no me tomara en serio el trabajo en el cine o si no me sintiera capaz de tomármelo en el serio, no lo habría intentado, por simple honestidad hacia las películas y hacia mí mismo", declaró a The Paris Review en 1956. Sólo un año antes, sin embargo, le había escrito a su editor: "Nunca he aprendido a escribir películas, ni siquiera a tomármelas en serio".

El lector está autorizado a asumir que la segunda de estas declaraciones faulknerianas, hecha en confianza y privadamente, es más "sincera" que la otra, dirigida al público de una revista prestigiosa. Pero nunca es todo tan evidente. Menos con Faulkner.

En este espíritu, cabe atender a lo que escribió en 1944 a su amigo Malcolm Cowley, a quien confidenció que se sentía capaz de mantener un trabajo y el otro en compartimentos separados. Y sólo cuando se ha hecho un inventario acabado de ambos, propone Gleeson-White, podremos "reconocer, tal como Ben Robbins concluyó recientemente [en su ensayo "The pragmatic modernist"], que 'el escritor flexible encuentra un hogar para su imaginación tanto en la novela experimental como en el guión hollywoodense'".

No ha sido fácil, efectivamente, conciliar estos mundos. Pero ésta y otras publicaciones ayudan a unir puntos entre el creador de una ardua narrativa modernizante (basta pensar en Mientras agonizo y su flujo de la conciencia a través de 15 narradores), el libretista de la fábrica de sueños y el autor de relatos "pop" que aparecieron en revistas masivas. Todos son el mismo y no es descabellado afirmar, como lo ha hecho Peter Lurie, que la conciencia de Faukner respecto de los nuevos medios de masas animó sus obras más modernistas y "antipopulares".

En lo que toca al cine, sus incursiones más célebres se dieron en los 40, de la mano del mencionado Howard Hawks, el mismo que posibilitó su primer trabajo en la industria. Protagonizadas por Humphrey Bogart y Lauren Bacall, Tener y no tener (1944) y Al borde del abismo (1946) son clásicos incontestables bajo el paraguas de Warner Bros. Pero antes estuvo Fox.

Si para MGM sus guiones eran originales o basados en sus propios relatos breves, para el estudio de Darryl Zanuck se trató de adaptaciones de novelas contemporáneas. O bien, como en Camino a la gloria, de una película francesa de respeto, a su vez basada en una novela autobiográfica.

Cintas bélicas como ésa, observa la autora del libro, eran la especialidad de Fox y "Faulkner estaba en buenas condiciones para contribuir, pues para entonces ya había producido varios relatos y novelas centrados en la guerra". Y si se la examina concienzudamente, cosa que los eruditos han hecho muy poco, se puede llegar a conclusiones como las de Matthew Ramsey: que los muertos y las figuras fantasmales que pueblan el filme "pueden haberle dado nuevas dimensiones a ¡Absalón, Absalón! (1936) y un nuevo ímpetu al regreso de Faulkner a Francia, a las alegorías cristianas y a los soldados sacrificados en Una fábula (1954)".

Si se perdona la obviedad, lo que se ve en el cine son las películas, no los textos en que éstas se basaron. Y de ahí uno de los encantos del libro que acaba de aparecer: conocer los esqueletos a partir de los cuales se armaron cintas que hoy pueden verse de varias maneras (retocados y alterados, como suele pasar, pero así es la industria).

Otra gracia, a propósito de leyendas, es la posibilidad de desmitificar. Por ejemplo, desestimar cierta fama de guionista mañoso e incumplidor. Hoy existe consenso, escribe Gleeson-White, en cuanto a que Faulkner "trabajó concienzudamente en las tareas que se le asignaron, le gustaran o no, y sólo ocasionalmente se opuso o rechazó alguna".

Por lo demás, remata la autora, ser contratado y recontratado por los mayores estudios de su tiempo, durante más de veinte años, es una muestra incontestable de profesionalismo.