Una de las razones por las que la especulación sobre el futuro de la humanidad cae en el foso del imaginario supersónico (o lisa y llanamente en la ciencia ficción) es que el mundo no avanza de la misma forma para todos. Ni en cada hemisferio ni en cada continente. No somos todos iguales ni a todos nos pasa lo mismo. Homo Deus, el nuevo libro del historiador Yuval Noah Harari (que en realidad no es tan nuevo, pero el éxito de De animales a dioses lo ha dejado en un segundo plano), habla justamente sobre esto: sobre cómo será el mañana en vista de lo que tenemos hoy.

El ensayo es extenso y documentado. Sin embargo las partes más interesantes son aquellas que, en vez de conectar la ciencia del presente con la del futuro, lo hace vinculándola con el pasado. Especialmente a la hora de hablar de la espiritualidad y los credos de un hipotético Nuevo Hombre Nuevo.

"En realidad, ni a la ciencia ni a la religión les importa demasiado la verdad, y por lo tanto pueden alcanzar fácilmente acuerdos, coexistir e incluso cooperar", propone. "La religión está interesada por encima de todo en el orden. Pretende crear y mantener la estructura social. La ciencia está interesada por encima de todo en el poder. Pretende adquirir el poder de curar las enfermedades, combatir las guerras y producir alimentos". Es decir, se empeña en cumplir todo aquello en que la religión se queda corta, promete y no cumple.

En días en que se anuncia la nueva visita de un papa a nuestro país, es imposible no asociar el ensayo de Yuval Noah Harari a lo que serán los preparativos y las expectativas de este acontecimiento tan beneficioso para el gobierno y para la iglesia católica. Sin embargo, de inmediato han asomado las preguntas de rigor: cuál será la agenda, qué podrá decir y qué no; en qué temas se pronunciará con fuerza y en cuáles nos entregará evasivas adornadas como poesía de tablón.

De seguro habrá protestas por la visita del papa argentino. Y no porque sea argentino, sino porque es el papa, el príncipe de un reino que se cae a pedazos. Quizás las cosas no sean tan feroces como en 1987 (cuando el papa polaco, a ratos, era una especie de aliado para botar a la dictadura), pero sí lo bastante enfáticas para enrostrarle todos los temas en que, si bien no ha guardado silencio, tampoco ha hecho gran cosa para corregirlos. Todos sabemos de qué se trata, pues los delincuentes y los cómplices de los delincuentes siguen allí, intocables.

La visita de un papa a cualquier país relativamente civilizado es, antes que un momento de unión pegado con engrudo, una instancia para saber un poco mejor cómo es el lugar donde vivimos y, más aún, cómo y en qué creemos las personas que lo habitamos.

"La religión la crean los humanos y no los dioses y se define por su función social y no por la existencia de deidades", afirma Yuval Noah Harari. "La religión es cualquier historia de amplio espectro que confiere legitimidad superhumana a leyes, normas y valores. Legitima las estructuras sociales asegurando que reflejan leyes superhumanas".

El gran tema de Homo Deus, se dijo, es el futuro entendido como el escenario en que se concretarán los cambios que intuimos en el presente. Uno de ellos es el advenimiento de la llamada religión de los datos, el dataísmo, en el cual todo cuanto somos como individuos es información, referencias para la gran máquina que nos tutela desde el éter.

En el principio fue el Verbo.

Ahora es el Dato.

Yuval Noah Harari es menos divertido y menos virulento que Christopher Hitchens, autor del inolvidable Dios no es bueno (2008). No dice, por ejemplo, que "los tres grandes monoteísmos enseñan a las personas a considerarse seres abyectos, pecadores desgraciados y culpables postrados ante un dios airado y celoso que, según versiones discrepantes, los moldearon o bien a partir del polvo y el barro o bien de un coágulo de sangre", pero desde su rol de académico advierte que el trasfondo del dataísmo es, sin duda, económico y político. Enfatiza que aquello tan íntimo como la experiencia humana será vista desde un enfoque estrictamente funcional, como un mecanismo de almacenamiento de información inagotable. No será entonces un dios el que nos mirará, sino una enorme procesadora, tan compleja e imponente, que necesitará más de técnicos que de emisarios infalibles como el que se nos dejará caer en enero.