URSS antes y después: la historia de la revolución en imágenes

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A 100 años del ascenso al poder de Lenin, la UDP presenta el ciclo El Cine Soviético: clásicos y filmes poco conocidos de entre 1928 y 2014 que ofrecen distintas visiones sobre el período. Octubre, filmada para celebrar los 10 años de la revolución, abre el ciclo hoy a las 19.00 h.


El 20 de enero de 1928 se estrenó en las salas soviéticas Octubre, filme que una comisión gubernamental había encargado a un grupo de creadores encabezados por Serguei Eisenstein, quien aprovechó de materializar en él sus teorías del montaje. Epopeya ensalzatoria de la audacia bolchevique de 1917, la cinta no podía sino tener en su centro a V.I. Lenin, el padre de la patria soviética (1870-1924), encarnado por un actor tan semejante a él -y con tales énfasis en su interpretación- que no faltó quien dijera que Nikandrov, el actor, no se parecía a Lenin, sino a una estatua de Lenin.

Más de 70 años después, en febrero de 2001, comparecía Taurus. Rodada en video por Alexander Sokurov, mostraba a Lenin seis años después de ese octubre victorioso: ya no a la vanguardia de la vanguardia, sino como vejete semipostrado y mañoso, víctima de una afasia que le adormece el cuerpo y que lo tiene a distancia de Moscú, desde donde ni siquiera lo dejan comunicarse telefónicamente con el mundo. Un ser nada heroico que recibe la visita de Josef Stalin, cuya soltura en escena anticipa su imposición como nuevo jerarca.

Entre una película y otra hubo un régimen que vio morir a millones de los suyos por la guerra, el hambre o el terror. Una superpotencia que discutió la supremacía planetaria con EEUU, que fue vista como ejemplo o como anatema y que, principiando los 90, colapsó, poco después de la llamada "órbita soviética".

Y hubo, también, un cine soviético. Esta cinematografía, y algunas cintas "post-Gorbachov" que abordan la historia de la URSS, llega a partir de hoy a la Biblioteca Nicanor Parra de la UDP. Allí se presentarán hasta el 19 de octubre, días antes de que la universidad inaugure una conferencia internacional por los 100 años de la Revolución Rusa, una decena de filmes, cada uno introducido por académicos de distintos ámbitos.

Hay ficción y documentales, en color y blanco y negro, algunos canónicos, otros enmohecidos o revividos tras la censura. Todos aportan vías para enriquecer la mirada y para ver de qué estuvo hecha la revolución bolchevique y lo que vino después.

Guerra y propaganda

Una mirada a la selección permite inferir que, desde la cinefilia más estricta, faltan apellidos clave del cine soviético, como Pudovkin, Dovzhenko, Romm, Kalatozov, Paradjanov, Abuladze y Klimov. Una mirada más amplia, sin embargo, sabrá perdonar estas ausencias en beneficio de uno que se repitió el plato -Eisenstein, que también comparece con la primera parte de Iván, el terrible-, del retablo político-deportivo que propone el documental Red army (2014, producido por Werner Herzog) o bien del feeling de una popular película estaliniana de los años 30.

Este último es el caso de Chapaev (1934), de Serguei y Georgi Vasiliev. El filme aborda la vida legendaria de un campesino analfabeto que se convirtió en figura central en la batalla contra el Ejército Blanco, en tiempos de la guerra civil que sucedió a los acontecimientos de octubre. Y se convirtió en favorito del régimen y de los partidos comunistas de Europa. Al decir del historiador Marc Ferro, este favoritismo pasa por el hecho de que "Chapaev demuestra que los héroes se equivocan, que la espontaneidad conduce al error y que los individuos mueren, mientras el partido siempre ve claro, nunca se equivoca y no muere jamás".

En el ámbito de la ficción, la escuela soviética del montaje hizo época. Sin embargo, la posguerra daría cuenta de otras aproximaciones, algunas de ellas teñidas de una épica de los sentimientos y del lirismo. Es lo que pasó con La balada del soldado (1959), de Grigor Chujrai, caso inhabitual de cinta soviética nominada al Oscar "extranjero". Ambientada en la URSS invadida por los nazis, es la historia de un joven militar que a los 19 años incurre en una acción heroica que le ha valido una medalla. Pero él prefiere cambiar toda condecoración por un permiso para ver a su madre. El camino es largo y arduo, lleno de azares y con los afectos a flor de piel. En una veta más existencial, aunque ambientada en el mismo conflicto, asoma El ascenso (1977), ganadora del Oso de Oro en Berlín que no llegó a ser terminado por su realizadora, Larisa Shepitko, muerta en un accidente a los 41 años.

Si la pregunta fuese qué cintas soviéticas -dentro o fuera de esta muestra- han tenido mejor sobrevida, las repuestas podrían no ser evidentes. Podría argüirse, por ejemplo, que las de Eisenstein ya no ocupan los Top 10 críticos de todos los tiempos y que en los últimos años ha descollado una no ficción experimental y revolucionaria en más de un sentido.

En 2012, El hombre de la cámara (1929) se encaramó al octavo puesto en la célebre encuesta de la revista Sight & Sound. Dos años más tarde, el filme de Dziga Vertov encabezó el primer ranking que la publicación inglesa dedicó a los documentales. Este es "un experimento en la comunicación cinematográfica/ de acontecimientos reales/ sin intertítulos/ sin guión", advierte el filme en su inicio. Y lo que sigue es una sucesión de calles, edificios, objetos, habitaciones, corredores, fábricas y vehículos exhibidos en cámara lenta y en cámara rápida, en picado y contrapicado, con la imagen congelada o la pantalla dividida en dos.

En su minuto, no se consideró al filme de utilidad para el régimen soviético, mientras documentalistas pioneros como John Grierson y Paul Rotha tendieron a despreciarlo. Así con las veleidades del arte.

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