Neil Armstrong obtuvo su primera licencia para pilotear aviones a los 16 años. Solía arrendar un viejo monoplano marca Aeronca, con el que sobrevolaba las ciudades de Ohio, y así llegó a East Lafayette (Indiana) para postular a las becas que ofrecía la Universidad Purdue. Todo el mundo se sorprendió cuando bajó de la avioneta un muchacho delgado y de mediana estatura que preguntaba por la ubicación del campus. El resto llegaba en auto, pero Neil Armstrong ni siquiera tenía licencia de conducir. Según su padre, tampoco importaba: nunca tuvo novia en la secundaria y, por lo tanto, no tenía que impresionar a nadie.

Retraído en clases, brillante en matemáticas y aplicado boy scout, Armstrong conservó durante el resto de su vida aquella pasión por las máquinas voladoras y una cierta lentitud en sus relaciones sociales. Esas características lo convirtieron en un sorprendente ingeniero aeronáutico, en el primer hombre en la Luna y en un esposo y padre de familia distante, abstraído en sus propios asuntos.

Ese cosmonauta de personalidad elusiva es la columna vertebral de El primer hombre en la Luna (2018), película que se estrena la próxima semana en Chile. Exhibida en el último Festival de Toronto, con muy buenas críticas, la cinta del ganador del Oscar Damien Chazelle (La La Land) recrea el programa Apolo, que comenzó en 1962 y llevó al hombre a la Luna el 20 de julio de 1969. Pero también aborda la relación de Neil Armstrong (Ryan Gosling) con sus hijos y con su esposa, Janet (Claire Foy), mujer de personalidad fuerte y soporte emocional de la familia en ausencia del padre.

El filme se basa en el libro El primer hombre (2005), la única biografía autorizada de Armstrong, escrita por el historiador James R. Hansen (1952). Reacio a las entrevistas y enemigo de la publicidad, Armstrong fue rechazando uno a uno todos los intentos de contar su vida. Finalmente, tras quedar impresionado por un libro de Hansen sobre el pionero de la aviación estadounidense Fred Weick, cedió. Cuando le consultaron por qué había aceptado, respondió en su usual, educado y lacónico estilo: "Era tiempo".

Desde Alabama, donde hace clases en la Universidad Auburn, James R. Hansen conversa con Culto sobre el astronauta fallecido en 2012, a los 82 años, y acerca de la película de Chazelle.

-¿Cree que el filme captura la experiencia de Neil Armstrong?

-Me parece brillante. De alguna manera, es una película que sorprende a quienes van al cine. El primera viaje a la Luna es una historia mucho más oscura de lo que se cree. No es una película edulcorada: muestra los altos riesgos y las muertes que rodearon el programa; también, quemuchas tecnologías eran primitivas. Siento que Chazelle lleva a los espectadores directamente a la cabina del Apolo 11.

-¿Cómo logró convencerlo de hacer el libro?

-No fue fácil. Muchos lo intentaron antes que yo, y fallaron. Creo que lo que finalmente lo persuadió de hablar conmigo es que yo llevaba cerca de 20 años escribiendo temas de historia e ingeniería aeronáutica. Neil acababa de cumplir 70 años y sus hijos, de alguna forma, le decían que debía permitir que escribieran su historia.

-¿Por qué fue él la persona adecuada para ser el primer hombre en la Luna?

-Antes que nada, tenía una capacidad de concentración extraordinaria. Sabía exactamente lo que debía priorizar para que una misión espacial fuera exitosa. Además, era el profesional perfecto para ser el comandante de Buzz Aldrin (Corey Stoll, en la película), uno de sus dos compañeros junto a Michael Collins (Lukas Haas). No todos los astronautas querían trabajar con Aldrin: no porque fuera un mal profesional, sino porque había aspectos de su personalidad que les disgustaban, entre otras cosas su ego. Para Neil, en cambio, todo se trataba de trabajo. Nunca iba a buscar hacerse amigo de nadie en la tripulación, pues entendía que su función en el Apolo 11 no era esa. Sabía que debía hacer que todo funcionara y que cada cual se desempeñara de la mejor forma. Sus habilidades sociales no estaban particularmente desarrolladas, pero su sangre fría le sirvió para liderar el Apolo 11. Es probable, igualmente, que eso no le haya hecho ser el mejor de los padres o el más cariñoso de los maridos. Se dedicaba tanto a su trabajo, que a veces podía estar ausente de la familia. Eso lo hace un personaje muy interesante: admiras su gran concentración y agilidad como ingeniero y astronauta, pero al mismo tiempo te das cuenta de que en algunas de sus relaciones sociales podría haber sido mejor.

-¿Qué importancia tuvo en su vida Janet, su esposa?

-Janet Armstrong fue crucial para que Neil pudiera dedicarse a tiempo completo a lo que quería. Ella crió a los hijos, llevó las riendas de las casa, habló muchas veces con la prensa, etc. Es, en general, lo que hacen las mujeres de los astronautas, y es ingrato. No por nada el porcentaje de divorcios es bastante alto (Armstrong se separó en 1990 y se volvió casar en 1992). Por lo demás, se trata de mujeres que siempre están esperando la muerte: la carrera espacial está plagada de accidentes fatales y es demasiada la presión de estar en una familia cuyo padre puede fallecer en cualquier momento. Fue el caso de Edmund White (Jason Clarke en la cinta), quien era vecino de Neil Armstrong y murió en 1967, en las pruebas de la primera misión Apolo. O el de uno de los mejores amigos de Neil, Elliott See (Patrick Fugit), que falleció en un accidente de avión que era parte de su entrenamiento en el programa Gemini.

-La película parte con la muerte de Karen, la hija de Armstrong. ¿De qué manera lo afectó?

-Karen murió en 1962, a los dos años, de un tumor cerebral. Fue la época en que Neil aún era piloto de pruebas en California. Cuando le pregunté directamente acerca de la manera en que esto lo había afectado, me respondió: "Es imposible que algo así no afecte la vida de un ser humano". Es una clásica respuesta de Neil Armstrong. Una manera oblicua de decir, "sí, me afectó mucho, pero no puedo decirte cómo". Por lo que he investigado, llegué a la conclusión que la decisión de hacerse astronauta, en la primavera de 1962, tuvo que ver con aquella pérdida. Fue una forma de cambiar su vida, de ir en otra dirección.

-¿Efectivamente Buzz Aldrin, que siguió a Armstrong en pisar la Luna, quería ser el primero?

-Hay suficiente evidencia para decir que Buzz Aldrin esperaba ser el primero. Buzz hizo bastante campaña, entre otros astronautas y en la NASA, para que lo eligieran. Entre otras razones dadas por Buzz, está la personalidad de Neil, según él demasiado retraído para articular en palabras cómo sería la experiencia de ser el primero en la Luna. Las diferentes maneras de hablar de Neil y Buzz se notan claramente en las conferencias de prensa de la época: eran totalmente diferentes. Michael Collins decía que la relación entre Armstrong y Aldrin era la de dos "amables extraños". Es decir, dos personas que se llevaban bien en el trabajo, pero nada más. Me tocó revisar toda la correspondencia de Neil Armstrong y no encontré ni una sola carta de Buzz Aldrin después de su misión lunar. Seguramente hablaron por teléfono varias veces, pero resulta extraño no hallar comunicación escrita entre dos personas que compartieron una tarea así. No hubo antagonismo entre ellos y, de hecho, Aldrin admiraba las cualidades profesionales de Armstrong, pero la química de la amistad no existía.

-¿Hasta qué punto fueron conscientes de que la misión podía fracasar?

-Armstrong siempre tuvo claro que había 50% de posibilidades a favor y 50% en contra. Tanto de no poder alunizar, cómo de que fallara algo en algún tramo o de que simplemente murieran. Cualquier detalle puede desencadenar un problema mayor: desde un pequeño componente hasta un botón que no funcione. Uno de los episodios más espectaculares de la misión Apolo 11 se da cuando el computador de la nave deja de funcionar y comienza a dirigir el módulo lunar hacia una superficie llena de rocas, del tamaño de un auto, donde era imposible que alguien alunizara. En ese momento, Neil Armstrong decide tomar el control manual y hace volar el aparato en forma horizontal para encontrar una superficie plana, usando más combustible del necesario. Quizá otro piloto habría abortado la misión y se habría devuelto a la nave, pero Armstrong estaba decidido a concretarla. Confió en sus capacidades y manejó el módulo hasta que alunizó. Cuando tocó la superficie, le quedaban 20 segundos de combustible.

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