Fue imposible terminar la autobiografía de Bruce Springsteen (69) hace un par de años, no hubo caso. A pesar de lo bien escrita (creo que "el Jefe" es mejor cronista que músico), hubo algo en su psicología con lo que no enganché, una personalidad tensa similar al carácter de Steven Spielberg retratado en el imprescindible Moteros tranquilos, toros salvajes (1998) de Peter Biskind, sobre la generación de directores indie que revolucionó Hollywood hace medio siglo. En una opción válida y fríamente calculada, tanto Spielberg como Springsteen se concentraron en el éxito mientras el carrete les parecía un estorbo.

Archivo tardes bucólicas escuchando Nebraska (1982) pero nunca fui fan, como el favoritismo santificador de la Rolling Stone me parece dudoso. Enfrenté prejuiciado Springsteen on Broadway en Netflix, espectáculo ofrecido por el músico desde octubre de 2017 hasta la semana pasada en el teatro Walter Kerr de la afamada avenida neoyorquina, sumando 236 fechas. Tras las dos horas y media de monólogo y canciones no me declaro converso pero creo que este es un extraño caso en que la "película" resulta mucho mejor que el libro.

El ídolo de Nueva Jersey cuenta su vida en una combinación de anécdotas y canciones interpretadas con guitarra acústica, armónica o piano, sazonadas con reflexiones íntimas como si se tratara de una terapia donde exorciza, entre otros fantasmas, la difícil relación con su padre, en un relato que ofrece matices al retrato más hostil impreso en la autobiografía.

Springsteen hace una emotiva reivindicación del rock como una manera de enfrentar la vida -el deseo abrumador por la independencia reflejado en fintas a la autoridad y los esquemas-, y cómo fue introducido a esa cultura la noche de 1956 en que Elvis Presley apareció por primera vez en televisión. El mundo cambió en un instante, relata entusiasta, "en un sudoroso y mojado orgasmo de diversión". Con gran elegancia nunca menciona el nombre del Rey del rock -"una nueva clase de hombre dividió el mundo en dos", proclama- pero la audiencia sabe perfectamente de quien habla. La complicidad entablada por "el Jefe" es inmediata gracias al carisma, la energía, las pausas, la honestidad brutal, por ejemplo, cuando añora esa sensación de la juventud en que la existencia es una página en blanco, consciente de la curva en la que se encuentra donde el repaso y los recuerdos le permiten comprender mejor quién es, qué ha hecho hasta ahora y sus motivos.

Los puntos cardinales del rockero, la importancia de la guitarra como una especie de arma de guerra y liberación, las pequeñas derrotas camino al éxito, el amor, los amigos, los brillos y los horrores de la nación norteamericana con alusiones a Vietnam y Trump. Todo aquello y más Bruce Springsteen lo relata con gracia cautivante y profunda humanidad. Le crees todo lo que dice y cuánto canta, incluyendo clásicos como My hometown y Dancing in the dark en versiones desnudas donde el valor de la letra refuerza el relato y los recuerdos de un artista que se ha convertido en una especie de conciencia nacional, alguien que recuerda la grandeza y los conflictos del imperio en composiciones inolvidables.