Astor Piazzolla (1921-1992) nació con pie bot, una malformación que consiste en un pie arqueado hacia adentro y hacia abajo, como un palo de golf. Lo operaron siete veces y a la larga pudo caminar, pero con una pierna derecha dos centímetros más corta y ostensiblemente más delgada que la izquierda. Ese defecto no le impidió que de pequeño integrara cuanta patota hubo en el West Side de Manhattan (en ese tiempo un barrio rudo) y que a pesar de una estatura relativamente baja no se amilanara ante nadie.

No se asustó con las pandillas de Nueva York de los años 20 ni tampoco con el bandoneón de segunda mano que su padre le compró para que aprendiera a bailar a su propio ritmo. En poco tiempo lo manejó a la perfección.

Ese espíritu rebelde y buscapleitos ilumina todo el documental Astor Piazzolla: Los años del tiburón (2018), que se estrena esta semana en el país. La película dirigida por Daniel Rosenfeld (1973) es un gran cofre audiovisual con material compuesto de conversaciones familiares, registros caseros en súper 8, transmisiones radiales, programas de televisión y las voces y rostros de Daniel (1945) y Diana Piazzolla (1943-2009), los dos hijos de su primer matrimonio con Dedé Wolff. Además, por supuesto, siempre está Astor Piazzolla. Nadie más: ningún musicólogo, ninguna celebridad.

Una parte importante de estos documentos es inédita y corresponde a las conversaciones de los años 80 que Piazzolla mantuvo con su hija Diana para la biografía que ella publicó en 1987. Es por eso que Piazzolla: Los años del tiburón es un retrato familiar, incluyendo todas las fricciones que eso puede implicar: tanto Diana como Daniel permanecieron en diferentes años enemistados con su padre por disputas grandes y pequeñas, como pasa en todas las familias.

En ese sentido, las palabras que se cuelan en aquellos viejos cassettes TDK y Sony de la década de los 80 son reveladoras. "Vos eras más parecida a mí", le dice Piazzolla a su hija en algún momento a propósito de la personalidad combativa de Diana, que fue poeta y además ejerció de periodista. El contraste es a propósito de Daniel, el hijo menor, músico como Astor, pero más dúctil de carácter.

Es él quien aparece al principio, al medio y al final de esta historia, con un constante gesto de asombro al escuchar por primera vez las conversaciones familiares de dos seres queridos que ya no están.

"La película muestra las contradicciones de un artista. Quería que el propio Piazzolla se traspasara al público como un huracán", explica su director Daniel Rosenfeld, que estuvo de paso en Chile la semana pasada presentando el filme en el Festival de Cine de Viña del Mar. Además de ser el retrato de un genio capaz de dar vuelta de cabeza el tango, Piazzolla: Los años del tiburón es el fresco de aquella tormentosa relación con sus dos hijos. "Lo que está en juego es el amor y desamor de todas las familias, al fin y al cabo", dice Rosenfeld.

Si en el caso de Diana, las desaveniencias vinieron cuando Piazzolla almorzó con el dictador argentino Jorge Rafael Videla en 1976 (ella estaba exiliada), la disputa con su hijo fue más "artística".

En el documental, Daniel Piazzolla cuenta cómo quería tocar nuevamente con su padre en su octeto con instrumentos eléctricos en los años 70, pero las esperanzas se estropearon cuando decidió volver a su antigua formación de quinteto acústico. "Cuando mi padre regresó al quinteto, le dije que había dado un paso atrás; no me lo perdonó. Estuvimos diez años sin vernos", recuerda Piazzolla hijo.

Fueron diez años que duraron demasiado: lo volvió a ver sólo para cuidarlo durante sus dos últimos dos años de vida, paralizado por una trombosis.

Tiburones

De la misma manera que la película ilustra su tumultuosa vida en familia, también encara el tango, lo único que realmente le importó a Piazzolla. Hacia el año 1955 formó su Octeto Buenos Aires, incorporó guitarras eléctricas, comenzó a prescindir de cantantes y enfiló hacia las variaciones del jazz. Fue el nacimiento del llamado "nuevo tango", un estilo que rompía con la clásica orquesta y por el que en Argentina fue en principio rechazado.

Mientras en Buenos Aires se trenzaba en discusiones por la radio con quienes los llamaban un "asesino del tango", en el extranjero tocaba con el saxofonista Gerry Mulligan o el vibrafonista Gary Burton.

Su naturaleza incendiaria tiene tal vez su origen en la infancia. "Su padre le enseñó box a los 7 años para que aprendiera a defenderse en las calles neoyorquinas y le solía decir 'vos pegá, antes que te peguen'. Creo que eso después lo aplicó en la vida y en la música: él cambia la música antes que lo haga el resto. Obviamente él tenía con qué. Tenía talento", dice Rosenfeld.

Pero para entender la naturaleza de este artista quizás haya que remitirse a su título. Piazzolla acostumbraba a pescar desde pequeño y el tiburón era su preferido. En el documental se lo ve varias veces con ejemplares recién salidos del mar. Una práctica que hoy puede resultar anti-ecológica era el combustible del hombre que cambió el tango. Lo dice así: "El día que yo no pueda pescar tiburones, no toco el bandoneón. Y el día que no pueda tocar el bandoneón, no pescaré más tiburones".