En estos tiempos de streaming y confusión, cuando no sabemos del todo lo que es el cine, cuando algo que no se estrena en salas es capaz de cautivarnos y algunos estrenos que llegan a las pantallas lo hacen con la escasa convicción de quien hace un trámite, al menos hay una certeza: qué es una estrella de cine y quiénes (al parecer) cumplen ese rol.

No basta con que su nombre esté arriba del título, obvio.

Cada vez hay menos estrellas de fiar. De esos que cumplen, atraen, optan por cintas que además de intrigarlos a ellos también nos seducen a nosotros (muchas estrellas, se sabe, se han autoinmolado) y nos mantienen alertas. Brad Pitt, que capaz que obtenga un Oscar secundario por su rol protagónico en Había una vez... en Hollywood, es una estrella. ¿Cabe alguna duda?

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Sigo: no es fácil ser una estrella y a veces se lo mira en menos a la hora de castear y tienden a robar escena y acapararlo todo, pero cuando son bien usados, brillan y mejoran una cinta. Tarantino lo supo (siempre lo ha sabido) y dejó a sus estrellas ser eso: estrellas. Es decir, brillar. Di Caprio es claramente una estrella hace décadas y tiende a mejorar lo que no posee tanto brillo (La playa; El gran Gatsby) y hace asequible lo que pudo ser algo más críptico (The Revenant; todas las cintas que ha hecho junto a Scorsese). Brad Pitt, como un doble que usa más el músculo que el intelecto, ha exfoliado el arte de no hacer mucho, pero hacerlo bien. Margot Robbie, que está junto a estos dos astros, parece una estrella y podría convertirse en una, pero posee una cierta tendencia muy común y entendible en ciertas actrices a intentar mostrar que no es tan guapa y que puede hacer roles completamente distintos. Esto la puede convertir en una gran actriz, pero no en una estrella pues una estrella real no necesita demostrar nada.

A Brad Pitt, por su parte, más que Di Caprio, no le molesta ser guapo ni ser él mismo. Aún así: no molesta. Sabe que le gusta a todos y, sobre todo, ha intentado no alienar al público masculino que no desea sentirse amenazado con su belleza. Pitt, como nadie, ha intentado hacer filmes llenos de testosterona acerca de un cierto tipo de hombre que necesita probarse y decir poco. Por algo su rol icónico en El club de la pelea, hasta los filmes que hizo con Angelina Jolie. Pitt intenta apostar por trabajar con buenos directores de cine, pero ya entiende que no debe alejarse mucho de sí mismo. Pitt no es un intérprete, sino una presencia. Esto es muy de cine clásico y está robando de todos los grandes (a la larga, Pitt es un vaquero que se quedó sin westerns).

Dicen que el verdadero arte de seguir siendo estrella no va tanto en actuar, sino en elegir bien los roles. No hacer más de lo que puedes y no querer ser otro. Este año, Pitt ha sido un doble y ahora un astronauta. Es cierto: pocos dobles y astronautas se ven como él, pero sí podrían si se cuidaran. Pitt, que se sabe perfecto, solo acepta roles donde sus personajes no lo son. Funciona más como un tipo común y corriente y brilla más en la acción que en el drama y nunca pierde el humor. Cuando ha hecho de galán, casi siempre ha rodado cuesta abajo, como en ¿Conoces a Joe Black?

A diferencia del eslogan de la MGM, hoy por hoy hay más estrellas en el cielo que abajo en los estudios, en las plataformas y en las redes. Casi todo lo que entendemos del cine ha caído o mutado (el negocio, la forma de distribución, los géneros), pero aún existen estrellas (pocas) y esas estrellas siguen brillando, provocando deseo, interés y comidillo, además de ser capaces de sostener un filme por sí solos (mejor dicho: aún consiguen que uno desee ver una cinta por el solo hecho de que ellos están en el rol principal). Una estrella (Brad Pitt claramente es una) perdura, porque una estrella de verdad debe durar más de una temporada, es más que el-sabor-del-mes, puede convocar a masas, es capaz de reinventarse, pero no demasiado, y debe fascinar a un par de generaciones (Pitt partió en los 90).

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Algunos insisten en que Timothée Chalamet es una estrella. Lo dudo. Le falta. Se acerca, es cierto, y tiene glamour, onda, sabe vestirse, sintoniza con los tiempos y es buen actor, pero eso no basta. Se necesita más o capaz que lo que se necesita es menos. Se necesitan presencia y misterio. Hay más gente que no sabe quién es Timothée Chalamet que aquellos que correrían a tocarlo. No para el tráfico, aunque sí es capaz de alterar un bar. Tampoco es capaz de llenar salas por sí solo. Su mayor éxito, Call Me By Your Name, fue un evento del cine-arte, no un coloso mundial que pisa fuerte. Es más un astro de nicho o un ídolo alternativo. Convoca a los paparazzi, pero no conecta con diversas generaciones. Esto no lo hace peor o mejor actor. Es más: pocas veces las capacidades interpretativas de un actor tienen que ver con su calidad de estrella. No es necesario actuar bien para lograr el firmamento, pero tampoco molesta si un actor tiene rango.

Que yo me sienta cercano a Brad Pitt es una de las razones por las que es una estrella. No altera, no aliena, produce empatía. Parece normal, pero no lo es. Pitt ha participado en algunas películas estupendas e icónicas y generacionales, pero también en muchas desechables y olvidables. Incluso, cuando uno está cambiando un canal, la imagen cercana, afable, reconocible de Brad Pitt legitima la película más inconsecuente o el fracaso más grande (Furia; Aliados). Todo esto lo reflexiono en un bar con quizás demasiado jamón y olor a croquetas mientras leo en una Esquire de unos meses atrás un estupendo perfil a Keanu Reeves ("cada generación tiene su Keanu Reeves") y espero que parta la función de Ad Astra: Hacia las estrellas, en un cine de Barcelona (versión original). El Metro de la capital de Cataluña está tapizado con la cara, algo ajada, de Brad Pitt en un traje de astronauta. ¿Una estrella en viaje a las estrellas? En este caso, sí. Debo esperar que parta un avión y no tengo dónde refugiarme. La humedad es intensa. Entonces decido ir al cine. Hay bastante oferta y dos o tres comedias españolas, pero no conozco ni a los actores (la verdad que tampoco a los directores). Quiero ver algo bueno y James Gray es un muy buen director (un auteur, para los europeos) y el hecho de que Brad Pitt esté ahí me da cierto confort o garantía. Lo conozco, pienso. Sé qué puntos calza, qué le interesa, lo que puede dar. ¿Deseo ir al cine o esconderme del mundo? Quizás ambas cosas. Da igual: prefiero pasar la tarde con Brad. Aunque sea navegando por los cielos. No sé si me gustan las cintas del cielo, pero prefiero una con al menos una estrella.