Hace algunas noches atrás (entre el sonido metálico de las aspas de los helicópteros que pasaban por entre el humo negro que corta la paz, altera el sueño y convoca miedo reprimidos) terminé de ver (de volver a ver) Missing de Costa-Gavras y aun me cuesta despertar. ¿Fue un déja vu o una pesadilla? ¿Es una cinta de autor, lo que se llama un thriller político producido por Hollywood, o me quedé dormido viendo la televisión? Un par de semanas atrás tuve la ocurrencia de ver Estado de sitio durante el estado de emergencia y no fue una grata experiencia aunque sí iluminadora, puesto que, a pesar que la historia transcurre en Uruguay y trata del caso de unos secuestros por parte de los Tupamaros de un trío de funcionarios internacionales que asesoraban a los militares en tema de tortura y represión, la cinta se grabó en Chile, durante la Unidad Popular, en 1972, con todo el apoyo de Allende, y donde el país (y hasta el mismo Ejército) hizo una suerte de ensayo técnico de un golpe de Estado (o estado de sitio) frente a la cámaras de Costa-Gavras. Poco después de terminar de rodar la cinta, sucedió el golpe real del 73. La ficción pasó a ser entonces un documento fílmico no sólo acerca de Uruguay sino también por cierto acerca de Chile puesto que Viña y Valparaíso y Santiago haciendo de Montevideo y decenas de actores conocidos con veinte años están en escena. Costa Gavras rodó lo que luego iba a suceder: torturas, allanamientos, patrullas deteniendo a civiles. Si Estado de sitio hubiera terminado como una cinta mediocre e inepta, ya valdría como un documento invaluable. Lo fascinante es que es un filme errático, tenso y, visto desde un Santiago en estado de emergencia, una película que demuele y que aterra.

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Ver este combo chileno (una cinta acerca de Uruguay filmada en Chile, una cinta acerca de Chile filmada en México) del cineasta griego hoy es revelador y necesario. Quizás TVN podría transmitirlas en franja estelar. Siempre es bueno -dicen- volver a ver películas que uno no ha visto hace tiempo. Los filmes no cambian, dicen, sino uno. Pero ¿qué sucede cuando uno en efecto es otro, pero el contexto también lo es? ¿Missing (ganadora de Cannes el 82, nominada al Oscar, con estrellas como Jack Lemmon y Sissy Spaceck) y Estado de sitio, su primo hermano mayor francés aunque menos célebre, se verían distinto si lo hubiera visto hace unos años y en un cine de un mall? Sin duda. Ver este notable, pero siniestro y aciago y remecedor programa doble de películas "chilenas" del director griego internacional Constantin Costa-Gavras no parece tanto un viaje hacia el pasado sino es como entrar a una suerte de festival de cine maldito donde proyectan trailers y works-in-progress y adelantos de lo que (espero) no suceda pero algunos ya piden. Ahora que la palabra golpe ha entrado a nuestro inconsciente y la vemos en twitter como trending topic (#pinochetazo) o negacionistas comentan que los derechos humanos son menos importantes que el orden y conversos expulsados del casting de los extras de Guasón insisten "hay que tomar medidas muy duras con alto costos, incluso en vidas", estas cintas poco vistas en Chile adquieren relevancia vital.

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Miro en un matinal a dueñas de casas asustadas que piden que regresen los militares a la calle. ¿Habrán visto Missing o Estado de sitio? Creo que no. Quizás no es su culpa. No quisimos, no pudimos, no nos convenía colectivamente, creímos que Sexo con amor era el tipo de cine que nos interpelaba. ¿Hace falta revisar ficción vieja o sirve de algo revivir películas con más 37 o 47 años a sus espaldas para iluminar nuestros días? Creo que sí. A mí me han remecido y angustiado y potenciado. Es cierto que los documentales de la época sirven (vaya cómo crece por hora La batalla de Chile), pero la ficción tiene algo que el documental urgente no tiene: te involucra en la historia y te hace ser parte de manera emocional del relato o la pesadilla. No sólo miras desde afuera (digamos) sino que estás adentro y con ganas de salir y escapar del horror.

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Estado de sitio transcurre en Uruguay pero se rodó en Chile, en 1972 con el apoyo de Salvador Allende y el Ejército de Chile.[/caption]

Volver a Missing y, de paso, su primo-hermano Estado de sitio, es -insisto- ingresar a un programa doble sangriento, siniestro, feroz y real, dos ficciones con mucho de documental, que iluminan y aterran ahora más que antes cuando fueron ninguneadas por ser supuestos artefactos setenteros politizados por el matonaje intelectual artístico que consideraba que estas obras no eran más que trozos de propaganda. ¿Lo son? No. Al revés: tienen algo didáctico. Y, sobre todo Missing, que ha sido muy mal entendida acá donde es considerada un panfleto oportunista y el tipo de cinta que humedece a los progres que desean conquistar premios afuera. Eso es mala fe. Basta de tanta mala fe. Missing funciona y, me parece, es una gran cinta acerca de extranjeros extraviados en un infierno que antes consideraban un paraíso o un oasis (esas imágenes de los cuerpos en un estadio) y que ingresan a laberintos kafkianos donde todos están errados y crispados y llevados por la venganza, la ira y el odio. Insisto: la trama no tiene tanto que ver con Chile (no es acerca de nosotros) sino de un padre norteamericano que se siente apolítico, que no le interesan las disputas de la Guerra Fría en países lejanos o del paso al socialismo de un país que no conocía, y cómo ante el horror de perder a su hijo y ver cómo Chile cae y es eviscerado, conecta, capta y despierta. Missing es acerca de un despertar, de un durmiente que de pronto capta lo que nunca quiso ver. Es de una extraña manera una historia de amor de dos seres distintos que conectan bajo un toque de queda sangriento: un padre receloso y cauto con su yerna bohemia y liberal. Missing, por lo tanto, no intenta hacerse cargo de nuestra historia, pero tampoco es una cinta infame que busca sólo usar la tragedia del 73 como un telón de fondo exótico. Costa-Gavras denuncia e incomoda y entrega información pero hace mucho más: Missing tiene tensión cinematográfica, a veces humor absurdo (comidas y conversaciones interrumpidas por el ruido de balazos), secuencias casi surrealistas (quedarse en el centro durante el toque de queda, ver caballos correr por la noche, esconderse en una tienda que vende vestidos de novia) y logra poner en escena algo con que todos hoy podemos conectar: la incertidumbre, el no saber, sospechar, tener que contar hasta diez, sentir que ya nada es igual y que algo tremendo pasó que vino a arrasar cómo éramos y vivíamos.

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Estado de sitio, que nunca se estrenó en el país, es fascinante por partida doble. No sólo porque adelanta y anticipa varios temas de los 70's (la CIA en América Latina, el surgimiento de movimientos de izquierda revolucionarios, cómo un país democrático se convierte en una dictadura) sino porque esta cinta tipo puzzle y coral retrata el colapso de todas las instituciones. El extra de mostrar una Viña del Mar y un país que no existe es fascinante, pero donde alcanza lo sublime es cuando uno procesa cómo se jugó (¿irresponsablemente?) a montar un golpe de estado antes que ocurriera. Ni Estado de Sitio ni Missing se estrenaron en Chile. Durante la dictadura de Pinochet, Missing se volvió codiciada porque no podíamos acceder a ella. Se veía en parroquias y universidades en malas copias de videos infiltradas al país dentro de carátulas Disney y luego la gente comentaba: esperaba más o me pareció fome o tanto gringo o incluso tonteras como Viña no parece Acapulco. A pesar de ser vista por pocos (y vista mal quizás y procesada peor) es una película clave en este país. Cuando llegó la alegría y algunas cintas rechazadas por la censura aparecieron en la cartelera como El último tango en París, Missing (que ni siquiera fue rechazada por la censura militar puesto que los distribuidores americanos captaron que no valía siquiera intentarlo) no tuvo estreno ni rito republicano post 1990. Miedo, quizás, o ese tacto ligado a la transición que ahora supura y nos cobra la cuenta.

Missing apareció en VHS y estuvo perdida y acumulando polvo en los estantes de Blockbuster entre copias de Juegos de guerra o Rambo II para luego languidecer, quizás en YouTube y estar un rato sin mucho rating en Netflix. Una crisis, un derrumbe, una ruptura, hace que todo se vea distinto. Missing ha crecido y sin Guerra Fría deja de ser un elemento de supuesta propaganda. Nunca lo fue, por lo demás. La desecharon por propaganda o por ser simplemente política, como si ese fuera el peor de los insultos: como si el arte nunca fuera político o comprometido (partiendo por el que en apariencia no lo es) y se puede escribir y filmar de todos menos de la memoria. No tratar ciertos temas es una manera de expurgar el pasado con la tonta idea que no va a regresar.

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Missing se estrenó en 1982 y ganó un premio en Cannes, pero nunca llegó a la cartelera chilena.[/caption]

En ambas cintas el tema es el mismo: cuando caen las máscaras, la civilización se viene abajo, nace lo peor y la venganza y el odio desatado supera las frágiles reglas a las que estábamos acostumbrados. El tema de Costa- Gavras entonces no es la política o la denuncia: es la caída de las confianzas y cómo hasta la gente más de fiar puede convertirse en una bestia (o, en el caso de Estado de sitio, cómo un hombre fino y culto oculta una bestia en su interior). Durante décadas me han taladrado y quizás he aceptado que Costa-Gavras era un cineasta "izquierdoso", tendencioso, ramplón, oportunista y que sus películas (sus thrillers) políticos eran, en sus puntos álgidos, propaganda pura y dura y, cuando tropezaba, panfletos que merecen estar en la alcantarillas. No es así. A pesar de haber visto Missing muy joven, justo al momento de estrenarse en Estados Unidos el 82 (y haber gatillado una novela con el mismo título acerca de otro tipo de desaparecido: aquel que desea huir por su propia voluntad, no aquel que lo secuestran, torturan y matan), nunca la había admirado demasiado. O quizás no la entendí o no la sentí tan cerca y certera. En la universidad, donde la vimos de manera subrepticia, les parecía entre burguesa, innecesaria y americana. Poco a poco fui comprándome la idea que Costa-Gavras pertenecían a la cáfila de los cineastas politizados internacionales, como si tener una visión del mundo (política, sexual, estética) fuera algo que lo atajaba para llegar a ser un autor mayor y lo dejaba relegado a sus fans militantes, instalados en la platea con sus pancartas listos para aplaudirle.

Mientras balean ojos y las calles se llenan de rayados poéticos, la cinta de Costa-Gavras me pareció sublime: una catedral poética, un monumento atroz pero formidable acerca de la desesperación y la ansiedad, un tratado acerca de la contención, un serio intento en encontrar poesía y belleza e imágenes potentes entre medio del horror de ver como todo cae, como todo se va derrumbando.

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