Elvis Presley estaba a punto de subirse a un tren que lo llevaría de vuelta a Memphis cuando sus padres lo llamaron por teléfono para contarle una noticia que esperaba hace tiempo: habían visto una casa, en las afueras de la ciudad, que creían llenaría todo su gusto para comprarla y así mudarse a algo más definitivo. Graceland, que había sido construida en 1939 y que recibía ese nombre por Grace, la hija de sus antiguos dueños, quedaba en la carretera 51, escondida en una pequeña loma entre pinos y robles, ni muy cerca ni muy lejos de la ciudad a la que Elvis llamaba su hogar. Tres días después de hablar con sus padres sobre la propiedad, "El Rey del Rock and Roll" ya había tomado la decisión de adquirirla. Lo hizo principalmente para hacer feliz a su madre, pero también para convertir aquella mansión en su refugio más íntimo: "Esta casa va a ser mucho más bonita que la de Red Skelton (humorista) cuando la deje como yo quiero".

En Último tren a Memphis, Elvis: la construcción del mito, Peter Guralnick cuenta que el músico compró Graceland por 102.500 dólares, pero no en efectivo ni de una sola vez. En 1957 Presley brillaba y remodelaba a la sociedad estadounidense, pero así y todo no era aún multi multi millonario. De hecho, para adquirir Graceland dio su vieja casa familiar en parte de pago por 55 mil dólares, entregó sólo 10 mil dólares en efectivo y pidió un crédito por 37.500 dólares. En esta época el cantante vivía profundos cambios y no sólo por la mudanza: el "coronel" Tom Parker había consolidado su poder sobre Elvis y su banda original con Scotty Moore, DJ Fontana y Bill Black comenzaba a quebrarse.

Elvis se preocupó personalmente de los arreglos de su nueva vivienda, con fachada de piedra caliza y columnas estilo griego. Quería un sillón tapizado de satén amarillo verdoso, cortinas azules, paredes lila, alfombras blancas y una cama cuadrada de 2,5 metros. La mayoría de sus caprichos se hicieron realidad, como el gallinero para su madre y un sofá de cinco cuerpos. Parte de estos lujos y comodidades permanecen intactos y pueden ser contemplados por los visitantes que a diario repletan los rincones de Graceland, en recorridos auto guiados con iPads. Lo que no sabía Elvis, es que su hogar luego se transformaría en su prisión.

Pandas y discos de oro

"Escuchaste la música, pero ahora podrás ver el lugar al que Elvis Presley llamó su hogar", reza el slogan que cada año atrapa a entre 500 mil y 750 mil personas que visitan la mansión. Situada en lo que ahora son los suburbios de Memphis, hay dos cosas que llaman de inmediato la atención: apenas se entra por el estacionamiento principal se divisa un gift shop aunque de saldos –un canapé de otras siete tiendas de recuerdos del músico- y que la casa está emplazada al borde de una carretera sin grandes rejas ni protecciones, casi como al alcance de la mano para cualquier fan de la era Elvis que quisiera un encuentro cara a cara con "El Rey".

Incluso cuatro décadas después de su muerte, Elvis baila en su cripta, con ingresos anuales cercanos a los 30 millones de dólares, en gran parte gracias a las ganancias obtenidas por las visitas y compras en Graceland. En realidad hay dos Graceland: la mansión en un terreno de cinco hectáreas donde Elvis vivió durante dos décadas, hasta su reventón final en 1977, y otro terreno justo al frente que sus herederos (o la empresa que maneja el negocio) transformaron en una suerte de mall, con galpones con salas de cine, tiendas de souvenirs y enormes salones donde se pueden contemplar sus trajes, sus autos, sus motos, miles (literal) de pertenencias personales y sus discos de oro. "Yo pensaba que los Beatles sí que tenían discos de oro, hasta que visité Graceland", dijo alguna vez Paul McCartney.

Antes de acceder a la mansión a los visitantes se les muestra un video de 10 minutos a modo de resumen de la vida de Elvis, desde su nacimiento en Tupelo (Mississippi), su estallido en Sun Studios, su paso por el servicio militar, además de escenas de Aloha from Hawai, el Comeback Special de 1968 y sus shows en Las Vegas. Las imágenes se mezclan con varios hits ("Jailhouse Rock", "All Shook Up", "Hound Dog", "Heartbeark Hotel" y "Burning Love"), pero a un pulso mucho más rápido. Elvis está vivo.

Luego, cada persona con ticket en mano (hay cuatro posibilidades entre US$ 41 a US$ 174) se sube en una van especial (con música de Elvis, claro está) para acceder al palacete. El recorrido está hecho de tal manera en que cada visitante puede tomarse el tiempo que estime conveniente para ir de salón en salón, con el iPad como auto guía, disponible en múltiples idiomas. La idea de sumar lo interactivo es que la voz del propio Elvis es quien cuenta una pequeña historia en cada habitación. Además, el menú de la pantalla portátil ofrece videos y fotografías de época que varían en cada pieza. Es como si Elvis estuviese vivo.

En la primera planta se encuentra el comedor principal, el living –con sillones blancos y cortinas azules-y la cocina, que no fue abierta hasta 1995 y en la que Elvis contaba con un circuito cerrado de televisión. Una escalera pequeña lleva a una suerte de subterráneo, en el que se sitúa el "salón de la música" (con espejos en el techo; paredes amarillas; una colección de vinilos y tres televisores que el músico adquirió después que vio que Richard Nixon veía varios programas de manera simultánea; una sala de billar y el "salón de la selva", con pasto sintético en el piso, plantas exóticas por doquier y un panda de peluche en un sofá.

Fue en esta "jungla" donde Elvis pasaba largas horas tocando sus bajos Fender y donde grabó su último tema: "Way Down" (cuesta abajo), una suerte de oscuro presagio, ya que el cantautor murió boca abajo en uno de los baños de la mansión que no está abierto al público y cuya ubicación ha sido camuflada para evitar sobresaltos de los fans.

Un mall surrealista

Afuera de la casa está el garaje, un granero, una enorme sala-museo con cuadros y pertenencias de "El Rey", una piscina y probablemente el rincón más sobrecogedor: la tumba donde reposan los restos del músico, junto a sus familiares más cercanos, incluido su hermano gemelo, Jesse Garon, que falleció durante el parto, el 8 de enero de 1935. Sus padres creyeron que Elvis fue "un regalo de cielo" y que su hermano de alguna manera le traspasó toda su energía, por eso el carácter único del músico.

Esa es precisamente una de las frases que se lee en su lápida: "Fue un regalo precioso de Dios. Y un talento que le dio Dios y que compartió con el mundo (…) Revolucionó la música y recibió los más grandes premios. Se convirtió en una leyenda de su época (…) Te extrañamos". Eso sí, el recorrido por Graceland puede ser visto también como una suerte de acción de "blancura" sobre lo que fue su vida, ya que por ninguna parte figuran los excesos, más allá de lo meramente material que salta a la vista.

El "mall de Elvis" es otra historia. En el salón principal están expuestos la mayoría de sus autos, desde el Cadillac rosado de 1955 –su favorito-, el Rolls-Royce Phantom 1963 y el MG descapotable rojo, mientras que en el salón adyacente están expuestas sus motos, como el Rupp Centaur Trike. A la salida de cada galpón hay una tienda de obsequios temática e incluso se venden réplicas de los trajes blancos con incrustaciones de diamantes de Elvis.

Un poco más allá está el museo, con una enorme exposición de los discos de oro de "El Rey" y muchísima memorabilia, como la guitarra que utilizó Scotty Moore en los primeros registros, el piano de Elvis y sus trajes de Las Vegas. Y para el final, el Lisa Marie, el avión privado del cantante, con cama de dos plazas, bar y entretención al por mayor.