Invierno de 1970, 14 de junio. Sentado tranquilamente, y vestido con su habitual terno, Armando Uribe Arce recibió la pregunta de un ágil de la prensa que quería saber más de él. En rigor, del matutino El Sur de Concepción. Quizás, tomando en cuenta su prestancia digna de un Lord, el reportero pensó que se encontraría con un academicista que le dictaría una cátedra de preciosismos y tecnicismos de poesía.

- ¿Cómo enjuiciaría Armando Uribe la poesía de Armando Uribe?

-Mi concepto de la poesía es: el arte es naif (así en francés). Mis poesías no me gustan mucho. Escribo para no aburrirme. Pero me aburro de todos modos. (Es explicable: no soy Goëthe).

- ¿Ha estudiado normas estilísticas?

-No…y si he estudiado algo, lo he olvidado.

- ¿Considera que puede darse un buen poeta que ignore absolutamente las normas estilísticas?

-No hay un buen poeta sin mucho entrenamiento, pero eso nada tiene que ver con las normas estilísticas, sino con el lenguaje hablado, esto es, la capacidad de conocer una realidad determinada en forma profunda, y transformarla en palabra.

- ¿En qué consiste su entrenamiento?

No responde de inmediato. Abre su portadocumentos y dice:

-Leo cartas, escribo cartas. Leo muchos libros. Ahora, debido a mi cargo leo incluso pasaportes.

Esa idea de la poesía casi como un divertimento engloba la mayoría de los poemas de Armando Uribe. Lejos del preciosismo y la técnica depurada, lo suyo era un ejercicio de ironía. El poeta Germán Carrasco lo define así: "Uribe es muy formal pero con visos de humor negro, siempre desde lo católico y lo conservador".

Por su lado, el poeta y editor Guido Arroyo lo resume de la siguiente forma: "Como una suerte de isla dentro de la poesía chilena. Una obra monumental, radicalmente coherente y a ratos tautológica, que proyecta una mirada descarnada y, a la vez, entrañable, sobre las experiencias humanas, las dudas existenciales y la materialidad de la vida".

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Armando Uribe Arce, nacido el 28 de octubre de 1933 en Santiago, no era un literato de profesión. Tal como Jorge Edwards, otro coetáneo de la llamada Generación literaria de 1950, estudió derecho en la Universidad de Chile. Pero ser abogado no era lo que lo movía. "En la vida yo no he hecho otra cosa que leer. Mi verdadera profesión es ser lector", confesó en la misma entrevista con El Sur.

Autores fundamentales para Uribe sin duda fueron los poetas Ezra Pound, Eugenio Montale y Paul Leautaud. "Lo que me atrajo de ellos es lo distintos que son de mi, en beneficio de ellos. Además, me sentí atraído porque, en diferente grado, me daban la posibilidad de expresar cosas que quería decir de mí, atribuyéndoselas a ellos. También porque ninguno de los tres me importa esencialmente, entonces escribir sobre ellos me daba una sensación de libertad o de que me estaba reservando para lo propiamente mío y que estos ensayos bien los podía honestamente despreciar. En cada uno de ellos, en cierto modo, hay un descastado en su época, en su medio, en distinta proporción: crecientemente más Pound que Montale y más Leautaud que Pound, pero a la vez descastados los tres procuraron desesperadamente filiarse en una profunda y más o menos remota tradición cultural dejada de lado en su época", señaló Uribe en la citada entrevista.

Sin embargo, Pound ejercería una influencia importante en la formación literaria de Uribe.

Tanto es así que incluso terminó publicando un ensayo sobre el autor estadounidense titulado Pound, El Espejo de Papel (Universitaria, 1963). Ahí, Uribe da cuenta que se acercó a su obra siendo un becario en Italia, a fines de la década de 1950. En el ensayo realiza un análisis de la poesía del autor de Cathay. "En el mundo o museo económico que crea Pound para la poesía, museo vivo, acuario, mar, o urbe laboriosa y terrible (asesinatos se consuman, el trigo crece en los montes, los ejércitos disputan el pan a los niños), en este país nuevo que la poesía no había poblado, prospera la poesía más sorprendente de Ezra Pound. Todos sus Cantos claman al cielo por el hombre y en contra del hombre económico, claman a la tierra y la toman por testigo, a la historia y la sacuden del polvo, a la sabiduría y la vuelven vida sentenciosa, práctica, aplicada".

Del ejercicio de la lectura, vino el paso natural, la escritura. Premio Nacional de Literatura 2004, fue un autor prolífico tanto en poesía (Transeúnte pálido, 1954; El engañoso laúd, 1956; A peor vida, 2000, entre otros), ensayos (Una experiencia de la poesía: Eugenio Montale, 1962; El fantasma de la sinrazón & el secreto de la poesía, 2001), tratados en derecho minero, e incluso, escritos políticos. En este último aspecto, destacan El libro negro de la intervención norteamericana en Chile (Siglo XXI, 1974), escrito tras partir al exilio a Francia debido a su rol como embajador del gobierno de Salvador Allende en China, y Carta abierta a Patricio Aylwin (Planeta, 1998).

¿Cuáles son los títulos fundamentales de su obra? Germán Carrasco señala a Culto: "He señalado que los mejores poemas de Uribe son, uno, su carta abierta a Patricio Aylwin sobre esa frase horrenda que es 'justicia en la medida de lo posible' que fue una de las tantas humillaciones de la transición y, dos, todo lo que decía como abogado respecto al cobre chileno. Pero también dije que No hay lugar (1971) fue un libro con cierta importancia y quizás El fantasma de la sinrazón & el secreto de la poesía donde señala que la naturaleza del poema excluye el azar, que el poeta integra al poema, que los lapsus, las erratas de autor, las "licencias" poéticas, cuando no provienen de voluntad consciente, no son casualidades Integrar esas cosas al poema, eso me parece interesante".

Por su lado, Guido Arroyo recomienda: "Para no caer en lo evidente, que sería: Odio lo que odio y rabio lo que rabio; Las Críticas de Chile y De muerte; me quedo con una rareza intertextual llamada Las Brujas de Uniforme; una suerte de poema-relato que desde Macbeth hace una feroz parodia de los deleznables miembros de la Junta Militar que articularon el Golpe de Estado".

Esta es mi generación

Armando Uribe fue parte de la llamada "Generación literaria de 1950" junto con otros nombres capitales de las letras nacionales como Jorge Edwards, José Donoso, María Elena Gertner, Claudio Giaconi o Teresa Hamel. Si bien fue un grupo heterogéneo, mantenían ciertos rasgos comunes, como el deseo de dejar atrás el costumbrismo y utilizar la profundidad narrativa de autores estadounidenses como William Faulkner, o los clásicos rusos (Tolstoi, Dostoievski).

Uribe se daba el tiempo de defender la obra de sus coetáneos generacionales. En la citada entrevista con El Sur de Concepción, se atrevió con un juicio categórico: "No creo que Cortázar sea un escritor más importante que Joaquín Edwards Bello. Jorge Edwards se indignó cuando le dije esto, pero después de leerlo me encontró toda la razón. González Vera es un gran escritor, y creo que los cuentos de Jorge Edwards son de los mejores que se han escrito".

¿La obra de Uribe puede ser representativa de dicho grupo o va por otro lado?, responde Germán Carrasco: "Con respecto a lo generacional, siempre hay voces muy distintas. Lihn, Teilller, Uribe creo que no comparten casi nada, quizás Lihn y Uribe comparten la administración y desarrollo o deformación de la herencia parriana, para mi Uribe es lo segundo".

De manera similar piensa Guido Arroyo: "Totalmente. Me gusta pensar que Uribe es deudor de esa generación y un representante que, sabiendo leer las torsiones de la época, sostuvo su poética hasta la muerte".

Lo último mencionado por Carrasco no es casualidad. Por su estilo, la obra de Armando Uribe suele ser comparada con Nicanor Parra. "Yo siempre he creído que es una continuación conservadora de Parra", afirma Carrasco.

Por su lado, Arroyo señala: "Parra, como Mistral, Millán, Lihn o Elvira (Hernández); son signos únicos dentro de la poesía chilena. Uribe un poeta que ni intentó esa singularidad. Su propuesta, creo, es la punzante continuidad".

Una tarde en el Forestal

En su momento, Guido Arroyo tuvo la oportunidad de conocer a Armando Uribe, a quien fue a visitar a su domicilio. A continuación descasetea la historia para Culto.

“Pasé una larga tarde junto a un amigo (Manuel Araneda) en su departamento con vista al Parque Forestal. Yo tenía 19 o veinte años. Llegamos cerca de las 17 horas de un viernes de primavera y -era que no- vestía traje y corbata. Nos enseñó sobre derecho minero, sobre métrica, sobre qué significaba cuando el Papa hablaba en cátedra, sobre las complejidades de traducir a Pound; nos habló de su exilio, sobre su mirada crítica de la escena poética pueril -nos incitó a alejarnos de ella- nos hizo reír, fumó, fumó y fumó. Salimos tipo 22.00”.