Su padre, un irlandés católico, observó cómo repetía de memoria las líneas de Lo que el viento se llevó. En vez de sentir orgullo, confirmaba largas sospechas. El niño de 10 años recitaba sólo los diálogos femeninos “porque son las mejores partes”. La respuesta le valió una tunda, recurso aleccionador habitual del papá de Ryan Murphy. Hizo lo mismo cuando se robó un zapato rojo de taco alto en una tienda. Quería borrar a golpes la orientación sexual manifiesta de su hijo.

El futuro creador de algunas de las series más exitosas de este milenio como Glee y American horror story asegura saber que es gay desde los cuatro años, gracias a la influencia de su abuela fan de Rodolfo Valentino y los vampiros, que lo llevó a ver Funny girl (1968), protagonizada por Barbra Streisand. A la salida del cine el pequeño Ryan tuvo una revelación. “¡Eso es! Soy homosexual. Y me voy al mundo del espectáculo”.

Con 54 años y título de periodista, su talento para crear, escribir, producir y dirigir -roles resumidos en el término showrunner-, con temáticas extraídas de marginados y personajes macabros y adorables, le valió en 2018 un contrato histórico con Netflix de cinco años por 300 millones de dólares. “Las series de Ryan Murphy han influido al espíritu de la cultura global, han reinventado géneros y han cambiado el curso de la historia de la televisión”, sintetizó Ted Sarandos, jefe de contenidos de la plataforma.

The Politician, su primera serie en Netflix.

Antes de llegar a la pantalla, Murphy ejerció como periodista freelance de espectáculos, siempre atento a perfilar y entrevistar grandes divas como Cher, Meryl Streep y Jessica Lange, anticipo de una de sus rúbricas como realizador rescatando grandes estrellas. En la reciente Ratched, precuela de Atrapado sin salida con la historia de la enfermera del mismo nombre, trajo de vuelta el glamour de Sharon Stone. La propia Jessica Lange fue revalorizada en American horror story y The Politician.

En el estilo de Ryan Murphy asoma una fijación con el pasado, en particular la era dorada de Hollywood, el predominio de personajes femeninos empoderados -Gwyneth Paltrow en The Politician-, la presencia permanente de minorías sexuales -el elenco transgénero de Pose-, protagónicos gay -Los chicos de la banda-, y afroamericanos -Laura Harrier en Hollywood-. Como todo director de renombre tiene actrices fetiche. Sarah Paulson (“me ha abierto un universo y no ha parado”) figura en cinco roles.

La controversia también es parte de su fama. Nip/Tuck, su primer gran éxito sobre unos atormentados cirujanos plásticos, fue alabada por la crítica por la mezcla de drama y humor retorcido, y resistida por el canal FX donde se emitía por tramas extravagantes, como el episodio donde un yogui adicto a la autofelación exigía empequeñecer su miembro.

“Solo escribí o creé programas que realmente quería ver, por lo que inevitablemente tenían personajes homosexuales, personajes trans y minorías”, contó a The Guardian. “Y les hice protagonistas en lugar de los compinches, porque eso es lo que hice en mi propia vida”.

Sólo blancos

Murphy es particularmente crítico con el tipo de realizadores y ejecutivos dominantes en la industria televisiva, anglosajones maduros que producen historias para su propio target “sobre antihéroes (...) desaliñados, de mediana edad”. Hace cinco años en medio de una filmación se percató que era el único gay en un set donde “todo el mundo era blanco, hombre y de 50 años”. Decidió establecer sus propias reglas de contratación. Así nació Half Foundation “donde exijo que el 50% de todos nuestros programas sean dirigidos por mujeres”.

Sarah Paulson, su colaboradora más habitual.

Criticado por superficial y efectista, Ryan Murphy se define como barroco. “Es un enfoque maximalista de la narración que siempre me ha gustado”, contó a The New Yorker. “El barroco es una elección. Y todo lo que hago es una elección absoluta”.

Su primera serie, Popular (1999), ya contenía varios elementos de sus siguientes relatos: una galería freakeada entre personajes populares y perdedores, gays (tolerados por los productores sólo si sufrían en la trama), y toques de culebrón. Admirador de Steven Spielberg, David Fincher, Hal Ashby y Mike Nichols, fue el director de E.T. quien le compró el guión de “¿Por qué no puedo ser Audrey Hepburn?”, una comedia romántica escrita por Murphy en 1995 mientras atravesaba una crisis con su pareja de entonces, el cineasta Bill Condon.

De toda su obra, Glee (2009-2015) sigue siendo la más popular y galardonada con más de 70 premios. “Contra todo pronóstico, el ‘musical maricón’ entre comillas, se convirtió en una marca de mil millones de dólares”, se ufana Murphy. La serie también arrastra una fama oscura. En su elenco hay muertos, drogas, cargos por agresión doméstica y posesión de pornografía infantil. Para Ryan Murphy, simplemente se trata de Hollywood. “Nadie viene aquí porque está sano”.