“Querido Miguelón”. Así solía comenzar sus misivas Pablo Neruda cuando se las enviaba a su amigo, el venezolano Miguel Otero Silva, acaso dando muestra de la soltura y el aire campechano que siempre mantuvo el oriundo de Parral. A simple vista, una correspondencia cualquiera entre dos amigos, pero esto adquiere otra dimensión cuando uno es el poeta más trascendente del siglo XX chileno junto a Gabriela Mistral, y el otro, el director del periódico El Nacional, de Caracas.

Hasta ahora, esa correspondencia permanecía inédita. Ocurre que mientras rastreaba cartas para editar un futuro epistolario de Pablo Neruda, el investigador Abraham Quezada (60) -quien ha publicado otros volúmenes de misivas del vate y es uno de los expertos en su historia- se topó con las cartas entre el autor de Crepusculario y el venezolano.

“En otros conjuntos epistolares me aparecía la relación con Otero Silva. Terceros hablaban de él. En Confieso que he vivido (1974), la biografía de Neruda, habla algo de él”, señala Quezada en diálogo con Culto. Así, decidió dar con el conjunto de escritos. Para materializarlo, hizo los contactos respectivos con el diario El Nacional, donde le dieron los datos de los familiares, viajó a Venezuela y así pudo acceder al archivo.

Estas cartas se ubican entre 1961 y 1973, aunque la relación entre ambos había comenzado mucho antes, a fines de la década del 40. “Otero Silva era un tipo de izquierda, era dueño de un diario antifascista -cuenta Quezada-. Neruda estaba en una etapa ascendente de poeta comprometido. Es ahí cuando lo conoce”.

Abraham Quezada, Ph.D. Foto: Boris Andrade.

Más allá de las “facilidades” que Otero le daba a Neruda para publicar en el diario, hubo un factor que contribuyó a solidificar la relación y permitió que el venezolano entrara al círculo más estrecho del Nobel. Ese vínculo lo trazó Matilde Urrutia, la pareja oficial del poeta a contar de 1955. “Era muy difícil ingresar al círculo nerudiano sin la luz verde de Matilde. Por eso eran amigos. Si hubiese sido alguien que a la Matilde no le simpatizaba, Pablo difícilmente habría sido amigo de él”, argumenta Quezada.

Eso explica el volumen de la correspondencia. Son 59 cartas de Neruda a Otero Silva, más dos del parralino a la esposa del venezolano. Además, hay cinco de Matilde; de ellas, tres son a Otero y dos a su esposa. Quezada explica: “Era una relación más de cuatro que de a dos”.

De ahí en adelante, Otero Silva se convirtió en un cercano. Él fue quien editó Confieso que he vivido, a pedido a Matilde, tras la muerte de Neruda, en 1973. Además, acompañó al poeta a Suecia cuando recibió el Nobel, en 1971. “Era un amigo entrañable. Neruda pocas veces en la parte íntima dice ‘mi hermano’, y se lo dice tres o cuatro veces en las cartas”, precisa Quezada.

Extracto de una de las cartas de Pablo Neruda a Miguel Otero Silva. Fuente: Archivo Histórico El Nacional.

“No derrocarán jamás a Fidel”

El Neruda del período de estas cartas corresponde ya a un personaje público, ampliamente conocido, de lo que era absolutamente consciente. Por lo cual, se aboca mucho más al lado político que al escritural. Para entonces, había publicado los libros que le habían dado un nombre mayúsculo: 20 poemas de amor (1924), Residencia en la tierra (1935) y Canto general (1950).

“Desde el punto de vista político, Neruda era escuchado, era valorado como un intelectual de izquierda. No era un marxista callado. Es un crítico de los gobiernos de derecha”, apunta Quezada. Así, en las cartas se refiere a uno de los hitos de esos años: la revolución cubana, la cual promueve.

Neruda escribe en marzo de 1961: “Mi opinión sobre Cuba se ha fortalecido, y creo que es el fenómeno más interesante que nos ha ocurrido hasta ahora. Pienso que no derrocarán jamás a Fidel, aunque llegaran a asesinarlo”. En otra, asegura: “Cuba es la única democracia seria que hay en América”. También critica al Presidente venezolano Rómulo Betancourt en una misiva. “Un tipo que se dice socialista, y prohíbe los periódicos cubanos y hace vender el asqueroso Bohemia libre, es simplemente un asesino de la única democracia interesante que tenemos: Cuba”.

Pablo Neruda

Sin embargo, la relación de Neruda con Cuba terminó en 1966, cuando los isleños hicieron pública una carta contra el poeta acusándolo de “falta de compromiso político”, la que circuló en los principales círculos intelectuales. Fue toda una operación “incluso la mandaron a la Academia Sueca -cuenta Quezada-, fue de alta traición contra Neruda”.

El poeta reaccionó sobre el asunto en sus cartas con Otero. En octubre del 66 le dice: “¿Has visto la villanía, la perversidad, la traición y el error de los Guillenes de Cuba?”. Y en otra, de diciembre de ese año, profundiza: “Lo de los cubanos es asqueroso, y la náusea no se me pasa, no les responderé, puesto que buscan la polémica para erguirse en directores políticos y poéticos del continente. Me contentaré con no dar la mano a ninguno de esos devergonzados”.

Extracto de una de las cartas de Pablo Neruda a Miguel Otero Silva. Fuente: Archivo Histórico El Nacional.

El “oxidado”, el “cabrón” y el “loco”

Pero Neruda, no contento con desplegarse opinando de Cuba, también lo hizo sobre la agitada política chilena de esos años, la de los tres tercios. La que en plena mitad del siglo XX cambiaría nuestra historia.

Así, en las cartas con Otero Silva, se refiere mucho a la carrera a La Moneda, sobre todo pensando en Salvador Allende. En marzo de 1964, para las elecciones presidenciales de ese año, lo daba por ganador seguro ante Eduardo Frei Montalva y le dice a Otero: “Espero que vengas en septiembre para que celebremos el triunfo. Ojalá te nombren a la transmisión de mando de Allende, en noviembre”. Pero Allende perdió.

Aunque no sólo de Allende hablaba en esos textos. En mayo de 1969, el PS estaba por designar a su candidato presencial para el año siguiente, y a Neruda no le gustaba el nombre que sonaba. “El loco [Carlos] Altamirano parece que será el candidato socialista (pelea contra Allende). Esto quiere decir que perdemos la elección, puesto que este lunático quiere Frente Revolucionario sin Radicales. Esto será el triunfo a Alessandri, ¿para qué quedarme a ver esto?”.

Pero el mismo Neruda fue precandidato presidencial por el PC, de cara a las elecciones de 1970, aunque en sus cartas no se entusiasma mucho. “Miguelón, no creo que mi candidatura llegue al fin -escribe en septiembre del ’69-. Ha sido la única manera de arrastrar a los socialistas que no querían ir con los radicales, pero la obligación absoluta creará el candidato único, ¿yo? Me parece imposible, aunque hay un fervor naciente, multitudinario”.

Tarjetón del Comando de campaña presidencial de Pablo Neruda. Fuente: Archivo Histórico El Nacional.

También habla del ex mandatario Jorge Alessandri. Con él, no tuvo buena relación, a diferencia de la que mantuvo con su padre, “El León”. Así lo ilustra en septiembre de 1970: “Me olvidaba decirte que tuvimos una elección en la que traqueteé mucho. Ya sabes que ganamos, pero hay toda clase de conspiraciones de los reaccionarios encabezados por el oxidado de Alessandri. Es muy importante que El Nacional apoye al Presidente electo en una editorial, puesto que de no ser así, los reaccionarios lograrán torcer el designio popular. Tendríamos una guerra civil, no creemos que se atreverán”. Esto, en el contexto que la UP aún no firmaba el estatuto de garantías con la DC, lo que ocurrió un mes después.

En ese mes también tuvo duras palabras contra Agustín Edwards, el dueño del diario El Mercurio. “La situación se mejora en cuanto a que ya no hay duda en el Congreso. El cabrón de Agustín Edwards anda movilizando la prensa exterior contra Chile. El Universal [Venezuela] pertenece a esa cadena. No estaría de más una editorial de El Nacional”.

Extracto de una de las cartas de Pablo Neruda a Miguel Otero Silva. Fuente: Archivo Histórico El Nacional.

La urgente carrera por el Nobel

No sólo la intensa agenda política le interesaba al poeta por esos días. También otro objetivo mayor que se puso entre ceja y ceja: ganar el Premio Nobel de Literatura. “Era un fuerte candidato ya desde los 60. El 64 se lo gana Jean-Paul Sartre y lo rechaza ‘hasta que no se lo entreguen a escritores como Pablo Neruda’”, dice Quezada. De hecho, cada octubre -cuando se anuncia el premio- el vate y Matilde compraban mercadería para encerrarse una semana y no atender a nadie. “Sabía que si lo ganaba o lo perdía, lo iban a ir a entrevistar. Se aislaba del mundo”, cuenta Quezada.

Sin embargo, en sus cartas habla de las gestiones que le pide a Otero Silva con el propósito de ganárselo. Ocurre que en 1967 lo obtuvo el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, amigo de Neruda. En enero de 1968, Neruda dice: “Lo de Miguel Ángel muy bien, ojalá alcanzara a Chile el premio. Comprendo que le hayan dado a Miguel Ángel no solo el premio de Literatura, sino también de la cordura”.

Pero en agosto del 69 le solicita un especial favor a Otero: “Confidencial: un amigo de la embajada sueca en Santiago, me sugiere que Asturias proponga mi nombre a la Academia Sueca. Los que recibieron el Nobel son consultados. Yo no quiero pedírselo, pero creo que tú podrías hacerlo, ¿qué piensas? Urgente”.

Incluso, Neruda fue más lejos. En 1967, Asturias era el embajador de Guatemala en Francia; ahí le dieron el Nobel. “El 70 Neruda también se va a París, como embajador, para intentarlo”, añade Quezada. “A pesar de que era su amigo, pedirle un favor así a Asturias, era como sentirse menor, y él sabía que era un poeta más grande que Asturias, por eso se lo pide a Otero”.

Pablo Neruda, en 1971. Archivo Fotográfico / Armindo Cardoso. Biblioteca Nacional Digital de Chile.

El otoño de Neruda

En sus últimos años, explica Quezada, Neruda estaba afectado de un cáncer prostático, “él no lo sabía, y lo confundía con dolores de reumatismo”. En sus cartas a Otero, se refirió a su tratamiento en París, mientras era embajador.

“He estado mal con la secuencia posoperatoria, y el 14 de julio entro en clínica para una cauterización -escribió a inicios de julio de 1972-. Estoy anémico y abstemio, me mareo un poco, pero bien de espíritu, aunque aburrido de enfermedades y de embajada”.

Hacia 1973, la sombra de la muerte comenzó a rondarlo, no solo por su enfermedad, sino por una falsa noticia que se divulgó acerca de su fallecimiento. Lo escribe en abril, ya de vuelta a Chile: “Sí, me contó Volodia cuando lo llamaste. Lo curioso es que todas esas versiones que pretendieron mi fatal desenlace, nacieron de la siguiente manera que paso a contarte. Terminado el Nixonicidio llamó Allende, que vino el helicóptero, para que se lo leyera. Pasamos varias horas leyendo, riéndonos y tomándonos una botella de whisky que me trajo. Al mismo tiempo le pedí me dejara libre de la lata embajador (qué sabio has sido tú en esto!) Al día siguiente, seguramente las agencias noticiosas presentaron esto poco menos que como una visita ‘in extremo mortis’”.

Volcado a recordar

Consciente de su enfermedad, Neruda continuó escribiendo sus memorias, las que luego serían publicadas como Confieso que he vivido.

El 29 de agosto del 1973, en la última carta registrada que Neruda le envió a Otero Silva, le comenta: “Estoy escribiendo mis memorias y en unas líneas breves sobre Caracas me hace falta el nombre de este poetillo que organizó la contra manifestación en la Universidad. Te ruego mandarme ese nombre a vuelta de correo. Las memorias serán un libro largo. Si El Nacional quiere publicarlas por anticipado, creo que lo mejor sería escribirle a Carmen Balcells, pero sin duda que ésta les pedirá tan caro a José Ramón se desmayará a conocer la cifra. Pero las Memorias valdrán un desmayo. Son bastante escabrosas, humorísticas, políticamente críticas y tan cómicas que la Patoja se ríe continuamente cuando yo se las dicto”.

Quezada señala que en la totalidad de estas cartas con Otero Silva se ve el otoño de la vida de Neruda. De alguna manera, en sus palabras late el epílogo. “Su virtud es que escribió sus grandes libros muy temprano. Él a los 50 años ya estaba listo en términos poéticos, pudo haber ganado el Nobel tranquilamente con sus tres libros importantes. Del año 60 en adelante, es una época que uno podría calificarla como de administración del talento, lo empieza a administrar como una pequeña pyme poética”.

“Se vuelve loco escribiendo libros, porque sabía que todo se vendía y se empieza a dar gustos poéticos, le gustaban los personajes históricos, y empieza a escribir sobre eso”, agrega Quezada.

Luego sentencia: “Él necesitaba el Nobel, no andaba buscando un premio que no merecía”.