Demetrio, el hijo desconocido de O’Higgins

Nacido de la relación con Rosario Puga, una joven separada, creció bajo la sombra del prócer, pero sin su apellido: era conocido como Demetrio Jara. O’Higgins lo separó de su madre y lo llevó consigo al exilio en Perú. La relación entre ambos fue más bien fría, si bien el padre le heredó sus bienes. Demetrio no buscó la gloria: fue un dandy que se dedicó a viajar, gastar y tener amores. Acabó en bancarrota y con varios hijos no reconocidos.


La bandera británica flameaba en el asta de la corbeta Fly. La nave zarpaba desde Valparaíso en dirección al puerto del Callao. Desde la cubierta, Bernardo O’Higgins veía cómo la embarcación se alejaba de la bahía, en una despedida sin honores: el exdirector supremo salía al exilio. Era el 17 de julio de 1823, y el prócer nunca más volvería al país. En el barco lo acompañaban su madre, Isabel Riquelme; su hermana, Rosa Rodríguez; una pequeña mapuche de nombre Petronila, dos sirvientes y un niño de cinco años, nacido en 1818, el mismo año de la Independencia.

Figura elusiva y prácticamente desconocida, Demetrio nació de su relación con Rosario Puga, una guapa joven separada, “esbelta, de tez blanca y rosada” y “de arrogante postura en el caballo”, como la describió Vicuña Mackenna. Se conocieron en Concepción en 1817, tras el triunfo de Chacabuco. Ella tenía 22 años, O’Higgins estaba por cumplir 40. Durante el asedio a Talcahuano, el director supremo y Rosario se hicieron pareja.

Cuando el ejército se retiró a Santiago, O’Higgins se preocupó especialmente de ella y de su familia, encabezada por el teniente coronel Juan de Dios Puga. La cercanía entre ambos era evidente para la tropa, tanto que de “no ser por su traje femenino”, la habrían confundido con la mano derecha del general. “Pero siendo mujer, como era, y además hermosa, no podía sino ser su favorita”, según el mismo historiador.

Pese a los comentarios, la relación con O’Higgins se mantuvo alejada de la luz pública. La familia Puga se instaló cerca de la casa de gobierno, en una casona de calle Catedral, donde Rosario vivió su embarazo y donde recibía las visitas del director supremo. El niño nació el 29 de junio de 1818 y fue bautizado al día siguiente como Pedro en la iglesia San Isidro. Su registro de bautismo dice que fue hijo de padres desconocidos. Bernardo nunca lo reconoció y sería conocido como Demetrio Jara, por el sacerdote que le dio sus primeras lecciones.

Demetrio “ha sido víctima de una serie de mitos a raíz del hermetismo que lo rodeó desde su concepción en el claustro materno y hasta cuando su padre, Bernardo, lo llevó al Perú en 1823”, escribe Raúl Dinator Moreno, director de la Academia de Historia Militar en su libro Los O’Higgins. La investigación traza un retrato íntimo de Ambrosio, Bernardo y Demetrio, y muestra los rasgos compartidos y la forma en que las relaciones se repitieron entre ellos.

Así como Bernardo fue el hijo ilegítimo del gobernador de Chile y virrey del Perú, Demetrio nació de una relación fuera del matrimonio. Y del mismo modo que Ambrosio separó a su hijo de Isabel Riquelme, se lo entregó a una familia amiga en Talca, luego lo internó en Chillán y finalmente lo llevó a Lima, su hijo haría algo parecido con el nieto. Por lo demás, los tres se mantuvieron solteros.

Rosario Puga, la madre de Demetrio.

De acuerdo con los testimonios históricos, Demetrio vivió sus primeros años con Rosario en Miraflores con Santo Domingo. Al menos cuando María Graham visitó a O’Higgins en 1820, no habló del niño, pero sí de unas indiecitas que se abalanzaron a las piernas del director supremo, entre ellas Petronila, que algunos identifican también como hija suya.

Poco después, en torno a 1821, la relación con Rosario se quebró. Ella había intentado legalizar su separación, sin éxito. Al parecer, en la ruptura hubo un tercero: José Antonio Pérez Cotapos, un teniente carrerista y opositor a O’Higgins. Eventualmente bajo su influencia, Rosario tomó distancia y comenzó a ver a Bernardo como un dictador. Isabel Riquelme, la suegra y abuela, alejó a Rosario y se llevó al niño a casa con Bernardo.

Tras la salida hacia Perú, dos años después, la madre nunca más vería a Demetrio. Solo tuvo noticias suyas tras la muerte de O’Higgins.

“¡Mi caro hijo! ¡Ah! Saber tú lo que es pronunciar este dulce nombre, soy una madre privada de una parte de su corazón”, le escribió. “He sido tan desgraciada (...). Te hablo como si siempre hubieras estado a mi lado, como si no te hubieras separado de mi seno. Tal vez te amaré demasiado”, anotó en respuesta a una carta de Demetrio.

Vida en Perú

Si en Chile estaba desacreditado políticamente, en Perú la figura de O’Higgins gozaba de prestigio. Como director supremo había organizado y financiado la escuadra libertadora que comandó Lord Cochrane, y que tuvo un enorme costo para nuestro país. Pocos días antes de llegar a Lima, su amigo José Bernardo de Tagle asumió el poder, pero el territorio aún estaba en guerra.

O’Higgins residió en una casa a pasos de la iglesia de La Merced, que había ocupado antes José de San Martín. En esa casona creció su hijo, que fue inscrito como Demetrio Jara en el Colegio Limeño. En reconocimiento a sus servicios al Perú, el gobierno le asignó dos haciendas en Cañete, a 114 kilómetros de Lima, Montalbán y Cuiba.

Al principio, O’Higgins vivió entre Lima y Cañete. Deseaba unirse al ejército que lideraba Simón Bolívar y dar la última batalla para derrotar definitivamente a los realistas. Pero ya había perdido influencia política y Bolívar lo ignoró cortésmente.

Bernardo O'Higgins mantuvo una relación fría con su hijo.

Sin el traje de general, se convirtió en “el ciudadano particular Bernardo O’Higgins”, como le dijo al mismo Bolívar. Y aunque se mantuvo atento a los movimientos políticos y las noticias que llegaban de Chile, se concentró en sus haciendas, sobre todo Montalbán, donde vivían unos 300 esclavos. Allí aprendió a producir azúcar y más tarde instaló una destilería de ron. Demetrio estaba en Lima y se iba a Cañete en vacaciones.

Tras terminar los estudios de gramática y retórica, el hijo rindió exámenes en la Universidad de San Marcos. Le fue bien, pero en lugar de estudiar una carrera universitaria, decidió trabajar en la hacienda. Su padre abrió una tienda para distribuir los productos y le encargó atenderla.

“Bernardo y su hijo no tuvieron una relación de amistad y cariño. Bernardo era más bien seco con el muchacho, pero comenzó a introducirlo en el negocio de la caña y a darle responsabilidades en la hacienda”, escribe Alfredo Sepúlveda en su biografía Bernardo.

Demetrio fue criado bajo la mirada severa de su tía Rosa y se refería a su padre como “señor”. El general José María de la Cruz visitó la hacienda y observó esa distancia: le preguntó a O’Higgins por qué el muchacho no se sentaba a la mesa con ellos, y este respondió que “el dependiente solía comer en diferentes horas”.

Para Dinator Moreno, la presunta frialdad de O’Higgins es relativa. “Bernardo siempre estuvo pendiente de él y observaba en silencio las cualidades de Demetrio y la manera cómo llevaba sus estudios y algunos trabajos en la hacienda”.

El historiador peruano José Chaupis Torres confirma que “Bernardo siempre silenció esta situación, su hijo no era presentado a visitante alguno, el vínculo de sangre no le daba derecho a sentarse a la mesa, comía en un cuarto diferente, a distintas horas. Bernardo jamás en su correspondencia lo mencionó con el título de hijo. De alguna manera se repetía la historia que el mismo había vivido al ser escondido por su padre y él lo reeditaba con su hijo en el Perú cuando se lo quitó a su madre”. Agrega que “si bien es cierto se preocupó del bienestar y de la educación de éste, fue indiferente con él”.

Curiosamente, cuando nació el hijo de Petronila O’Higgins se mostró feliz: “Un niño precioso y lo más hermoso que he visto”, escribió al padre, José Toribio Pequeño. El bebé fue bautizado Bernardo Santiago Pequeño.

Tras la muerte de Isabel Riquelme en 1839, el ánimo y la salud de O’Higgins decaen notablemente. Muy debilitado, fallece en octubre de 1842 y deja sus bienes a nombre de su hermana Rosa y de su hijo Demetrio. Ocho años después, tras la muerte de ella, todo queda en manos del vástago.

Con fortuna, sin controles y luciendo su apellido O’Higgins, Demetrio decidió disfrutar la vida. No buscó la gloria, sino el placer. Hizo vida social en Lima, gastó dinero, se despreocupó de las haciendas y, según Dinator Moreno, “fue víctima del adulo y la inexperiencia”. Las deudas comenzaron a perseguirlo.

Hacia 1859 logró estabilizar las finanzas aumentando la producción de azúcar y ron. Demetrio soñaba con Europa y visitar los lugares donde vivió su padre. Así, en 1860 se embarca en un viaje de tres años por el Viejo Continente.

En el inicio de su recorrido pasó por Chile. Su madre había muerto dos años antes; Demetrio estuvo un mes en casa de su tía Nieves, hermanastra de Rosa, y recorrió los lugares de las batallas históricas: Chacabuco, Maipú y Rancagua.

Para la alta sociedad de la época, la visita del hijo de O’Higgins -cuyos restos descansaban en un nicho en Lima- no pasó desapercibida. Fue destacada por la prensa y en Rancagua lo nombraron hijo ilustre y le brindaron un banquete.

De Santiago a Buenos Aires y de allí a Europa: Demetrio visitó Londres, Alemania, Italia, España y Francia. Fue a Sligo, en Irlanda, la tierra de origen de los O’Higgins; en Sevilla, encantado con sus bellezas, se quedó ocho meses, y en París se radicó otro período. Ciertamente gastó grandes sumas de dinero.

En Roma encargó al escultor Rinaldo Rinaldi un mausoleo de mármol para su padre, el que fue enviado a Chile por sugerencia de Vicuña Mackenna. Exiliado en Lima, este último se dedicó a estudiar la figura de O’Higgins gracias a los documentos que le confió Demetrio antes de emprender su viaje.

Al regresar a Perú, estaba en bancarrota. Postuló a diputado y fue electo, pero asistió poco al Congreso. Firmó un contrato de sociedad para salvar su propiedad, que fue muy desfavorable. Murió el 24 de noviembre de 1868 luego de beber aguardiente con gotas de almendras amargas. Tenía 50 años.

A su muerte dejó una hija natural reconocida, Antonia Isabel O’Higgins Davis. De sus numerosas relaciones nacieron otros niños no inscritos legalmente, entre ellos Carmen Demetria O’Higgins y Ruiz y Bernardo O’Higgins Girao. La ley solo reconoció a la primera, luego de un largo proceso. Aun así, no pudo acceder a la propiedad de las haciendas, que pasaron al Fisco peruano.

“De apuesta figura y reconocido por su ilustre apellido, Demetrio fue un dandy bohemio y algo desordenado, sus correrías amorosas le crearon la leyenda de procrear 200 hijos. Hoy en las calles de Cañete, la capital peruana del arte negro, es común el apellido O´Higgins entre gente morena y una céntrica arteria lo recuerda”, dice José Chaupis.

En 1869 los restos de Bernardo O’Higgins fueron repatriados y descansan bajo el monumento en la Plaza de la Ciudadanía. Los de su hijo Demetrio, que no alcanzó los honores del padre, permanecen en Cañete. En 2007 un terremoto dañó severamente el nicho que los conservaba y el gobierno de Chile donó un nuevo mausoleo. Si la figura de Demetrio es prácticamente desconocida en nuestro país, en Cañete dejó un legado: al menos medio centenar de ciudadanos llevan su apellido: son los O’Higgins peruanos.

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