Flee se podría haber estrenado en cualquier momento del año en salas de Estados Unidos. También, como les ha ocurrido a decenas de películas de autor durante la pandemia, podría haber saltado directamente al streaming o haber quedado disponible de inmediato para arriendo o compra digital.

A comienzos de 2021, en el Festival de Sundance, el largometraje del danés Jonas Poher Rasmussen (40) empezó a dibujar un camino particular, cuando ganó el máximo premio consagrado a los documentales internacionales y fue adquirido por la compañía Neon, reconocida por haber estrenado en Norteamérica Parasite y actualmente Spencer, de Pablo Larraín.

La fecha de debut que estableció el distribuidor es pura estrategia: llega este viernes a cines estadounidenses, justo en semanas en que se definen las cartas más fuertes para la temporada de premios. Una carrera en la que acaba de recibir el impulso de los Gotham Awards –que la distinguió como Mejor documental– y donde aparece con posibilidades en hasta tres categorías de los Premios Oscar: Mejor documental, Mejor película animada y Mejor película internacional (fue preseleccionada por Dinamarca).

“Ya veremos, queda un largo camino por recorrer para eso”, dice el cineasta a propósito de los Premios de la Academia. “Pero creo que ha sido realmente asombroso ver cómo la gente ha asimilado la película en todo el mundo”, señala en diálogo con Culto a través de videollamada, en la previa a que Flee se muestre este jueves 2 de diciembre en la 25° versión de Fidocs (21 hrs., Centro Arte Alameda, actualmente ubicado en sala Ceina).

Por cierto, paciencia y sutileza fueron dos atributos que se conjugaron en el origen de su elogiado filme. Se basa en las experiencias de un refugiado afgano al que años atrás conoció durante un viaje en tren y con quien desde entonces lo une una estrecha amistad. En la medida que se hicieron más cercanos, el director sospechó que había una parte de su vida que se negaba a contarle a sus conocidos, hasta que le realizó una propuesta concreta.

“Le pregunté si podía hacer un documental radiofónico sobre su historia, y en ese entonces dijo que no porque no se sentía preparado pero que le gustaría compartirla en algún momento”, explica el cineasta, quien más tarde ingresó a Anidox, un taller pensado en la realización de documentales animados y donde conviven profesionales con raíces en ambos mundos.

El devastador largometraje que terminó haciendo aborda el testimonio de Armin (un seudónimo), quien relata sus experiencias en Kabul entre los años 80 y 90, cuando Afganistán fue sacudida por el cruce fatal de conflictos internos y la Guerra Fría. A la luz del resultado, la animación opera como un recurso que vigoriza la potencia de su historia y como una efectiva manera de mantener en reserva la identidad del protagonista.

Jonas Poher Rasmussen junto a la productora Monica Hellström con el reconocimiento obtenido en los Gotham Awards. Foto: Evan Agostini/Invision/AP

Una de sus siguientes decisiones creativas fue que descartaría entrar en excesivos detalles respecto al país de origen de su amigo. “No quería profundizar demasiado en la política”, señala Rasmussen. “Realmente quería que todo proviniera de Amin, para que él lo explicara. Pero tienes la sensación de un país que se mete entre dos superpotencias durante la Guerra Fría, como el campo de batalla entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y que eso lo destruyó”.

¿Pero cuánto habría cambiado el filme si la realización del documental se hubiera encontrado con el regreso de los talibanes al poder en agosto pasado? “Nunca se sabe”, dice, para luego insistir en cuál era su principal prioridad: “No tengo nada específico que decir sobre Afganistán. Creo que tengo algo específico que decir sobre los refugiados y cómo necesitamos darles un rostro humano, porque se convierten en una gran masa de personas y se entiende que son todos iguales, pero tienen historias y cada uno de ellos tiene complejidades como el resto de nosotros. Así que realmente darle un rostro humano a la historia de los refugiados fue un objetivo clave al hacer esta película”.

En su documental, ejemplifica, incluso hay cabida para la risa en partes del diálogo entre Amin y él, lo que aporta matices al retrato del protagonista y al grupo de personas que representa. “La mayor parte del tiempo se describe a los refugiados según sus necesidades. Necesitan un hogar o necesitan un lugar en el que estar. Pero ser refugiado no es una identidad, es una circunstancia, es una situación por la que se atraviesa, pero no es todo lo que son”.

La otra capa de la película consiste en que el personaje principal es gay y, de hecho, el documental incluye momentos en que está en su casa con su pareja estable. A diferencia de todo lo que implicaban sus experiencias en Kabul siendo niño y adolescente, Rasmussen sí estaba al tanto de la orientación sexual de su amigo, pero sostiene: “Su historia de ser gay y decírselo al mundo refleja su historia de tener que ocultar su pasado”.

“La película se llama Flee y trata sobre una huida que va desde Afganistán hasta Dinamarca, pero en realidad también es una historia sobre alguien que tuvo que esconderse y huir (flee en inglés) de sí mismo cuando era un niño en Afganistán, porque no podía ser abiertamente gay. Y luego, cuando llegó a Dinamarca, tuvo que guardar un secreto respecto a todo su pasado”, expresa. La película, concluye, “no se trata solo de ir de un lugar a otro. Es realmente una historia fundamental sobre cómo encontrar tu lugar en el mundo”.