“Que importa mi perdida generación, ese vago espejo, si tus libros la justifican. Yo soy los otros. Yo soy todos aquellos que ha rescatado tu obstinado rigor. Soy los que no conoces y los que salvas”. Con estas palabras finaliza el poema Invocando a Joyce, del escritor argentino Jorge Luis Borges.

Con dicho texto, Borges alza un homenaje al autor que rompió con los límites del lenguaje, abriendo un abanico de posibilidades para la literatura que le sucedió. Este 2 de febrero, Ulises (1922), la compleja novela de James Joyce que condensa todas las posibilidades narrativas de una época, cumple su primer centenario.

Sin embargo, el camino hacia su publicación no estuvo exento de trabas. Antes de Ulises, Joyce ya cargaba con dos libros que dieron a conocer su habilidad literaria. Y todos tuvieron dificultades a la hora de encontrar una casa editorial.

Tanto en el caso de Dubliness, su primera y única compilación de cuentos; Retrato del artista adolescente, considerada como una novela autobiográfica; y con Ulises, las editoriales de la época se mostraron recelosas, pues las leyes de entonces otorgaban igual responsabilidad por el contenido de los libros al autor y al editor. El conocimiento y manejo cabal que Joyce tenía de la realidad llevó a que, muchas veces, sus obras fueran catalogadas de “inmorales” (fue, por ejemplo, el primer novelista que escribió sobre una persona defecand).

Raúl Rodríguez, académico de la Universidad Católica de Valparaíso, traductor y ensayista, es un estudioso de la obra de Joyce. Sobre sus peripecias editoriales, Rodríguez señala que le debemos la publicación de Ulises en Estados Unidos a la feminista sufragista Harriet Shaw Heaver, quien incluso debió contar con abogados, pues la novela -que ya había sido censurada en Inglaterra- fue catalogada por la Sociedad para la Supresión del Vicio de Nueva York como “material inmoral y pornográfico”.

Antes, Heaver intentó que Ulises fuera acogida por la editorial de Leonard y Virginia Woolf. “Le propuso su publicación a Hogarth Press, la editorial de los Woolf, lo que llevó a Virginia a escribir en su diario que se trataba de un libro ‘plagado de indecencias’, aunque sabían que lo que se les ofrecía era un gran libro, pese a que, según leemos en la biografía de Richard Ellman, lo consideraban ‘un producto de la mala educación o de la falta de ella’. Finalmente señalaron que no tenían la capacidad para publicar un libro tan extenso”, comenta Rodríguez.

James Joyce

Pese a las dificultades, la obra de Joyce se posicionó como el máximo referente de la literatura del siglo XX. El psiquiatra, escritor y dramaturgo Marco Antonio de la Parra, la recuerda con especial cariño. “El Ulises de James Joyce fue mi regalo de navidad de los 15 años”. Lo describe como un “festival del lenguaje y las tácticas narrativas, que transformó el narrar en una aventura tanto para el lector como para los escritores que se dejaron influir por esa libertad total de Joyce”. Entre ellos, menciona a Faulkner, García Márquez, Cortázar y Droguett.

Para Rodríguez, su influencia llegó a nuestro país con la pluma de Roberto Bolaño. “Cualquier lectura detenida se da cuenta de que el efecto del Ulises griego es determinante en el Ulises irlandés, de la misma manera en que éste será importante para el Ulises latinoamericano que configurará Bolaño: Ulises Lima”, menciona el académico, en referencia la inspiración que significó La odisea de Homero en la novela del escritor irlandés.

Asimismo, Rodríguez afirma que parte del legado de Joyce recae en que “transformó el modo de escribir y entender la novela, convirtiéndose en un escritor con el que las generaciones posteriores se deben enfrentar, pues no lo pueden esquivar”. A raíz de este libro, que narra en mil páginas los acontecimientos de un solo día, “las y los escritores posteriores tendrán que elegir si serán o no ‘tradicionalistas’, mientras que en la época prejoyceana lo eran con toda normalidad”, explica el académico.

Por su parte, De La Parra señala que, no siendo una lectura fácil, “requiere siempre recordar que se entra en un laberinto lingüístico que no debe leerse como novela de trama y que hay que respirar hondo entre capítulo y capítulo para seguir este periplo”.

Ambos concuerdan en que parte de su relevancia es la basta artillería de referencias, como también su profundo conocimiento y uso de los elementos de la realidad (Rodríguez describe a Joyce como un “saqueador de la cotidianeidad”, que, a falta de papel, era capaz de escribir en su camisa una palabra que llamase su atención).

James Joyce

Aunque es una obra reconocida por su complejidad -algunos expertos recomiendan leerla de cinco a siete veces para, recién, empezar a comprenderla-, la invitación del psiquiatra y dramaturgo es a entregarse al texto: “Abra el Ulises, déjese marear, escúchelo más que léalo. Texto feroz, impúdico, infinito, lo reconocerán en toda su inmensa influencia en tantas y tantos escritores posteriores. Entenderán por qué fue censurado y por qué ha generado tantos discípulos. Por qué es inmortal”.

Para Rodríguez, la clave está en la paciencia y la voluntad, “dos elementos que se requieren para leer y disfrutar cualquier clásico. Ello es lo que hizo, hasta el punto de llevarlo a una nueva traducción, Marcelo Zabaloy, que demoró un año en leer en inglés Ulises. Zabaloy no es escritor, profesor ni traductor. Es un simple lector que nos donó la maravillosa última traducción de un libro que nos tendrá ocupados otros cien años, sin, seguramente, llegar aún a algún puerto”.