En las páginas de Violeta, la nueva novela de Isabel Allende, la protagonista le escribe a su nieto: “El viaje de la vida se hace de largos trechos tediosos, paso a paso, día a día, sin que suceda nada impactante, pero la memoria se hace con los acontecimientos inesperados que marcan el trayecto. Esos son los que vale la pena narrar”.

Autora de 18 novelas, con 75 millones de ejemplares vendidos, Isabel Allende es la escritora en lengua española más popular en el mundo. Su trayectoria personal y literaria está atravesada de momentos inesperados y definitorios, entre ellos el exilio.

-Sin el golpe militar yo no sería escritora, sería una periodista jubilada en Chile. Yo he escrito dos o tres memorias. ¿Y qué es lo que uno cuenta? Lo más luminoso y lo más trágico, lo demás son los grises entremedio, que son la vida de todos nosotros, la vida diaria. Y eso a nadie le importa. En mi vida, los momentos más luminosos fueron cuando nacieron los niños, cuando se publicó La casa de los espíritus, cada vez que me he enamorado, etc. Y los momentos más trágicos, que se fuera mi padre cuando era niña, el golpe militar, que se muriera la Paulita, los divorcios, etc.

Escritora apegada a la memoria, narradora con vocación histórica, su nueva novela atraviesa un siglo: desde 1920, cuando llega a Chile la gripe española, a 2020, cuando se expande la pandemia de coronavirus. Entre ambas fechas se suceden la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, los procesos revolucionarios de América Latina, la dictadura y las violaciones a los derechos humanos. “¿Es posible contar la historia del siglo XX en América Latina sin referirse a dos décadas de represión y dictadura?”, se pregunta.

Su dedicación a la novela de bordes históricos, que abarca Inés del alma mía y Largo pétalo de mar, le ha permitido comprender el modo en que el pasado va delineando el presente, dice: “Estudio el pasado y tú ves que hay consecuencias, eso se ve en la curva de la historia. Nada es gratuito; todo se paga tarde o temprano. Estados Unidos está pagando el crimen de la esclavitud, y lo está pagando con racismo, división, con gente empobrecida, con supremacía blanca, con violencia constante. El proceso que está ocurriendo hoy en Chile con Boric no habría ocurrido sin todo lo que ha pasado antes, sin décadas de desigualdad, décadas en que la gente se ha sentido marginada, excluida del gran milagro económico. No se explica lo de hoy si no miras al pasado”.

¿Qué expectativas tiene del nuevo ciclo político que se inicia en el país?

Tengo mucha esperanza y optimismo. En el discurso de triunfo Boric mencionó todas aquellas cosas por las cuales yo vengo abogando desde hace décadas y le agregó el cambio climático, que no había sido un tema mío hasta muy recientemente. Pero todos aquellos temas de la inclusión, de la igualdad, de acabar con este sistema de clase atroz que tenemos, de incorporar a la mujer completamente en la administración del país. Me sentí completamente representada. Y tengo esperanza de que si no hay una oposición abiertamente destructiva y hay colaboración, el país va a ser un ejemplo de una izquierda social, o sea, una democracia social en la que podamos sacar adelante a todo el mundo sin que nadie se sienta marginado, que se resuelvan muchos de los problemas de la desigualdad. ¿Habrá otros problemas? Sí, claro, pero se pueden resolver con voluntad, enriqueciendo al país en todas sus formas. Creo que puede ser un ejemplo para toda América Latina.

¿No le asusta la juventud de Boric?

Para nada, todo lo contrario. Me asustan los viejos que no cambian, los viejos que siguen repitiendo lo que no funcionó antes con la esperanza de que funcione ahora. ¿Cómo, si ya no funcionó? Que los viejos se vayan para su casa a jugar bingo.

Las generaciones mayores acusan que a esta generación le falta experiencia

Qué importa, no tienen experiencia, pero tienen visión, energía, idealismo, tienen todo lo que se necesita hoy. Mira, yo tengo 80 años, voy a cumplirlos pronto, y estoy feliz de que estos cabros que pueden ser mis nietos vayan a tomar las riendas del poder. Si el planeta está hecho pedazos por la forma en que ha sido manejado por las generaciones anteriores. Ya es tiempo de que se levanten los jóvenes y digan no, pues, este planeta lo heredamos nosotros y aquí vamos a vivir el próximo medio siglo y nuestros hijos y nietos. Queremos un mundo diferente.

La Convención Constitucional ha despertado expectativas, pero también muchas críticas. ¿Qué piensa de su composición y su trabajo?

Es una representación de Chile, de un Chile inclusivo. Y me parece que así tiene que ser si quieren una Constitución que salga del pueblo. Una Constitución verdaderamente democrática nunca se ha hecho en Chile; todas las constituciones han provenido de un grupo de pensadores, de políticos, todos hombres, todos viejos, que han creído algo y lo han impuesto, en algunos casos con brutalidad y represión. Pero esta posibilidad de preguntarle a la gente: oye, ¿qué país queremos? Vamos a imaginar un país y vamos a crear las normas para que ese país sea posible. Eso no había pasado y no está pasando en ninguna otra parte. Es realmente excepcional. Fíjate que estuve en una conferencia con un constitucionalista que es profesor en Yale. Y habló de la Constitución americana, de cómo se formó, las enmiendas que ha tenido, en fin. Al final me acerqué y le pregunté: ¿Usted sabe lo que está pasando en Chile? Sí, me dijo, lo estoy estudiando de cerca, porque es fascinante. Yo le dije: ¿Y por qué no lo hacemos aquí? Esta Constitución está añeja, esta Constitución aprobó la esclavitud, entre otras cosas, y hubo que enmendarla porque decía que los ciudadanos, los hombres blancos, valían 100 por ciento y los negros valían dos tercios de un blanco. Se enmendó para borrar eso y después para incorporar a la mujer. Pero ya es tiempo de que el país imagine qué país queremos ser. Tal vez el país quiere ser como Texas o tal vez ya no quiere ser federal y que California sea un país y Texas otro. Pero entonces él me dijo que eso sería imposible en Estados Unidos. Nosotros tenemos la ventaja en Chile de que somos un país homogéneo y pequeño, y podemos imaginar.

¿Es difícil aceptar que lleguen nuevas generaciones con ideas distintas?

Yo creo que en cada etapa de la vida nos resulta difícil cederle el paso al otro y aceptar que el otro puede saber más de algo que uno cree que sabe. Ahora, es obvio que estamos despegados de la generación joven que está a caballo en la tecnología, que tiene otra visión del mundo, otra manera de relacionarse, otras maneras hasta de enamorarse. Yo, por el trabajo que tengo y por la fundación me mantengo a caballo de lo que está pasando, porque tengo una vida muy entretenida, pero veo a mi alrededor y la gente mayor se asusta. Cualquier cambio asusta. La gente vive con miedo. Miedo del cambio, miedo de que otro triunfe, miedo de que se nos acabe la plata, miedo de todo. Ahora, el virus, además. Y yo no sé si será porque soy una descocada, pero no tengo miedo casi de nada. No tengo miedo de la muerte, no tengo miedo a envejecer.

¿Qué destaca de la figura de Boric?

La madurez y la calma. Da la impresión de que no se irrita fácilmente. O sea, no pisa el palito de la provocación. Y eso a su edad es extraordinario.

¿Qué le parece la representación femenina en el nuevo gobierno?

Bueno, ya era hora, ¿no te parece? Eso es parte de lo que es ser joven. Estos chiquillos fueron criados por madres feministas o en ambientes en que hombres y mujeres compartían el tiempo. Yo creo que los políticos más respetados de las generaciones anteriores de Chile fueron a colegios de hombres y las mujeres a colegio de mujeres, y a partir de ahí viene el machismo, la segregación y no entender al otro género. Ahora esta generación joven incorpora a la mujer, incorpora a los gays, naturalmente, no lo cuestiona, porque es parte de su realidad.

En Violeta incorpora una reflexión y una narración de las conquistas del feminismo. ¿Los logros del feminismo la dejan tranquila?

Nada me deja tranquila, nada, ni en lo político ni en lo social y mucho menos en el feminismo. Hay mucho que hacer. A cada rato me dicen bueno, ¿cuándo vas a pasar la antorcha? No pienso pasar mi antorcha a nadie. Tal vez alumbre otras antorchas, pero la mía no me la quita nadie hasta que me muera. Lo que se ha logrado es mucho menos de lo que yo creía que habríamos logrado y, además, no alcanza para todo el mundo. Estamos hablando de Occidente, pero hay otras partes del mundo donde venden niñitas de ocho años. Hoy la violencia contra la mujer ha aumentado de la manera más brutal.

¿Cómo es su relación con la derecha? ¿Tiene lectores de derecha?

Francamente, no sé, porque no conozco la tendencia política de mis lectores. Pero supongo que la gente que me lee es gente que está más o menos de acuerdo con lo que soy y con lo que escribo. Cuando voy a Chile y me junto con gente de derecha, siento la desconexión con la realidad, que se quedaron pegados en una mentalidad medieval y están pegados ahí, no ven cómo ha cambiado el mundo. Les da terror esta ola de gente joven, la ola de feminismo, la ola de no secularidad, o sea de que no te puedes amparar en la religión para hacer lo que te da la gana. Sin embargo, hay un sector amplio, no solamente en Chile, que añora el autoritarismo, tiene nostalgia del pasado.

¿Se ha puesto en el caso de perder a los lectores?

Por supuesto. Mira, en el trabajo que yo tengo te tropiezas, haces una estupidez y pierdes todo en cinco minutos. Pero es parte de la vida también. O sea, yo no puedo pretender que cada uno de mis libros tenga éxito, cómo se te ocurre. Por supuesto que me voy a caer en cualquier momento. Pero siento que lo hecho está hecho ya y ok, a la edad que tengo estoy feliz con lo que he hecho, y si puedo seguir haciéndolo, regio, y si no puedo, bueno, pues me pondré a jardinear o a cocinar. No sé, algo se me va a ocurrir.

¿Pero por ahora no está en esos planes, no?

Por el momento, sigo escribiendo como una demente. Tengo otro libro en el horno que lo están traduciendo al inglés. Y el 8 de enero empecé otro.

Con casi 80 años, ¿cómo ve la vida, cómo ve la muerte?

La muerte se ve cercana, se ve una absoluta realidad cercana, pero no le tengo una pizca de miedo; espero morirme con dignidad y sin dolor. La muerte no es un problema para mí, y la vida... Quiero cambiarlo todo, todo. Me interesa el mundo, me fascina. Quiero contar historias, quiero escribir, quisiera darle toda la experiencia, que no sirve para nada en este caso, a esa generación, la generación de mi hijo, de mis nietos, de Boric, y decirles aquí estamos para ayudar.

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