"No me arrepiento de mi anonimato. Descubrir la personalidad de quien escribe a través de las historias que propone, de sus personajes, de los objetos y paisajes que describe, del tono de su escritura, no es ni más ni menos que un buen modo de leer", decía en 2014 la escritora italiana Elena Ferrante, a estas alturas una verdadera maestra en el arte de la invisibilidad.

La autora de la exitosa saga Dos amigas (2011-2015), de quien se ha dicho hasta el cansancio que nació en Nápoles en 1943 y que hoy pasa sus días en Grecia o Turín, se ha negado a revelar su verdadera identidad.

En 2016 el misterio estuvo a punto de resolverse: tras una serie de especulaciones, la prensa italiana sostuvo que se trataba de la traductora literaria Anita Raja, quien el 4 de octubre de ese año declaró ser la verdadera Elena Ferrante a través de Twitter. Solo días después, sin embargo, el periodista italiano Tommaso Debenedetti, célebre por publicar entrevistas falsas, confesó ser el autor del perfil en la misma red social.

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En 2016 se dijo que la traductora italiana Anita Raja era Elena Ferrante.[/caption]

Comparada con Elsa Morante y Alice Munro, y reacia a las entrevistas aun cuando no le exijan aparecer en público, el viernes pasado Elena Ferrante publicó en extenso una columna en el periódico The New York Times en la que pareciera querer dejar en claro al menos una cosa: que, aunque nunca lleguemos a saber su verdadero nombre, también tiene algo que decir hoy con respecto a los hombres, el poder y la invisibilidad de las mujeres.

"El poder, aunque es difícil de manejar, es muy deseado. No hay persona, grupo, secta, partido o mafia que no quiera poder, convencido de que sabría cómo usarlo como nadie lo ha hecho antes", arranca el texto, que lleva por título Elena Ferrante: un poder propio. "No soy diferente. Y, sin embargo, siempre he tenido miedo de que se me asigne autoridad. Ya sea en la escuela o en el trabajo, los hombres eran mayoría en cualquier órgano de gobierno y las mujeres adoptaron formas masculinas. Nunca me sentí a gusto, así que me quedé al margen. Estaba segura de que no tenía la fuerza para sostener conflictos con los hombres y que me traicionaría adaptando mis puntos de vista a los de ellos. Durante milenios, cada expresión de poder ha sido condicionada por las actitudes masculinas hacia el mundo. Para las mujeres, entonces, parece que el poder se puede usar solo de la manera en que los hombres lo han usado tradicionalmente", agregó.

Teoría machista

"Hay una forma de poder que me ha fascinado desde que era niña, a pesar de que ha sido ampliamente colonizada por los hombres: el poder de contar historias", se lee en la columna de la escritora, cuyos lectores en el mundo de habla inglesa abarcan desde Zadie Smith y Alice Sebold, hasta Gwyneth Paltrow y James Franco.

"Contar historias realmente es un tipo de poder, y no uno insignificante. Las historias dan forma a la experiencia, a veces acomodándolas a formas literarias tradicionales, a veces dándoles la vuelta, a veces reorganizándolas. Las historias atraen a los lectores a su red y los involucran poniéndolos a trabajar, cuerpo y alma, para que puedan transformar el hilo negro de la escritura en personas, ideas, sentimientos, acciones, ciudades, mundos, humanidad, vida. En otras palabras, contar historias nos da el poder de poner orden en el caos de lo real bajo nuestro propio signo, y en esto no está muy lejos del poder político", añadió.

¿Qué decir, entonces?, se pregunta la autora: "Supongo que elegí escribir por temor a manejar formas de poder más concretas y peligrosas. Y quizás también debido a un fuerte sentimiento de alienación de las técnicas de dominación, de modo que a veces la escritura parecía ser la forma más agradable de reaccionar ante los abusos de poder".

La autora señala que los triunfos femeninos no le quitan el sueño: "Nunca me ha influido especialmente la fórmula retórica '¡Por fin, una mujer presidenta!', O la primera ministra, la ganadora del Premio Nobel o cualquier otra posición en la cima de nuestras jerarquías políticas o culturales actuales. La pregunta es, más bien: ¿dentro de qué cultura, dentro de qué sistema de poder están subiendo las mujeres a la cima?", propone la escritora en su más reciente texto, donde además saca a colación el Decameron, la serie de cuentos escritos por Giovanni Boccaccio entre 1351 y 1353.

"Solo más tarde descubrí que, aunque en la ficción del Decameron Boccaccio había sido generoso con las mujeres, en el mundo real las cosas eran muy diferentes, y siguen siendo", apunta Ferrante. "Las mujeres hemos sido empujadas a los márgenes, hacia la sumisión, incluso cuando se trata de nuestro trabajo literario. Es un hecho: las bibliotecas y los archivos de todo tipo conservan el pensamiento y las acciones de un número desproporcionado de hombres prominentes. Construir, en cambio, una potente genealogía nuestra, una genealogía femenina, sería una tarea delicada y ardua. Si las cosas hubieran sido diferentes, ¿lo habríamos hecho mejor que los hombres? ¿Somos, en última instancia, mejores que ellos? Como una mujer joven, pensé que sí, pero hoy no lo sé".

Sin embargo, la autora se muestra optimista ante los cambios del presente: "Las cosas están cambiando rápidamente. Los logros de las mujeres se multiplican. No siempre tenemos que demostrar que somos cómplices o cómplices para disfrutar de las migajas dispensadas por el sistema de poder masculino. El poder que necesitamos debe ser tan sólido y activo que podamos prescindir de la sanción de los hombres", escribe. Y concluye: "Las siete narradoras del Decameron nunca deberían volver a necesitar confiar en el gran Giovanni Boccaccio para expresarse. Junto con sus innumerables lectores femeninos, saben cómo describir el mundo de maneras inesperadas. La historia femenina, contada con una habilidad cada vez mayor, cada vez más extendida y sin disculpas, es lo que ahora debe asumir el poder".