Chile tiene un nuevo campeón de voltereta olímpica: el alcalde Daniel Jadue. En menos de 48 horas y por orden directa del Comité Central del Partido Comunista, agarró su IPhone del año y marcó el +4122 que lo comunicó con Ginebra, Suiza. Seguramente en breves palabras, agachó el moño y se arrepintió del excesivo entusiasmo que lo llevó a descalificar a la ex Presidenta Bachelet en una entrevista el domingo.

Es verdad, la entrevista que dio a La Tercera fue dura. No sólo cuestionó la calidad y veracidad del informe de la Alta Comisionada de Derechos Humanos y relativizó las violaciones de derechos humanos en Venezuela; sino que, para su mala fortuna, sus ambiguas frases sobre el apoyo implícito de Bachelet a intentos de golpes de Estado contra el chavismo, fueron resumidos en una sola frase por sus colegas de coalición: según Jadue, Bachelet es golpista.

Incluso para el estándar de la derecha, son afirmaciones y calificativos nunca antes vistos. Por eso que a las pocas horas, las condenas a las palabras del alcalde se sucedieron rápidamente. Heraldo Muñoz lo comparó con Maduro; Fuad Chahín lo trató de delirante; y Carlos Maldonado de "comunista dogmático". Pero, seguramente, la condena que más le dolió a Jadue fue la que surgió desde su propio partido. Mientras la diputada Hertz los calificó de inaceptables, los ex ministros comunistas de Bachelet la salieron a defender y aunque reconocieron que dentro de su partido existían visiones distintas sobre Venezuela, Bachelet debía ser exonerada de cualquier responsabilidad en los hechos denunciados.

¿Qué hay detrás de esta fuerte ofensiva de la ex Nueva Mayoría y particularmente de sectores del Partido Comunista en contra de Daniel Jadue? ¿Acaso temen que siga creciendo su opción presidencial? ¿Será que ya muchos se convencieron de que la única alternativa de izquierda posible es que Michelle Bachelet regrese por tercera vez a hacer cargo del país? Probablemente las dos interrogantes son igual de válidas, pero unidas por un elemento esencial: la ambición por el poder.

Es evidente que la inexistencia de liderazgos en la izquierda nos está llevando a la inevitabilidad del regreso de la ex Presidenta Bachelet. La centroizquierda se acostumbró a los cargos públicos y está con síndrome de privación por falta de pitutos, prevendas y posiciones privilegiadas en el aparato estatal. Pero este es un mal que ahora se extiende con mayor fuerza al Partido Comunista, debido a la experiencia que vivió, precisamente, en el segundo gobierno de Michelle Bachelet. En 2010, por primera vez luego de muchas décadas, el Partido Comunista pudo designar a una ministra de Estado, Claudia Pascual, a la que luego se le sumó Marcos Barraza, en la cartera de Desarrollo Social. Al comunismo se le abrió un mundo de posibilidades adentro del Gobierno.

La derrota con la derecha el 2017, le debe haber dolido al orgullo del Partido Comunista. Pero mucho más le debe haber dolido a sus finanzas y a las seguridades y comodidades de muchos militantes que se quedaron sin pega en el Gobierno. El gustito a poder ya les había quedado impregnado. Tanta era la complacencia de los comunistas con el poder que la propia Bachelet afirmó alguna vez que eran "super ordenaditos" y disciplinados, y que pese a no estar de acuerdo con ciertas decisiones, igual estaban presentes y las apoyaban.

Menos Jadue. Desde la alcaldía de Recoleta, Jadue había marcado su independencia y en cada uno de sus proyectos y resoluciones, marcaba con fuerza su acento ideológico. No necesitaba de componendas ni acomodos, y se peleaba constantemente con la DC y con sus dirigentes. No los necesitaba para fortalecer su posición ni para darle rienda suelta a sus ideas.

De cierta manera, la independencia de Jadue evocaba la autonomía que tenía Gladys Marín en su época y la doctrina que precisamente se encargaba de reiterar en forma permanente. En su discurso, en el marco del XXII Congreso del Partido Comunista en 2002, Gladys Marín reforzaba el llamado a rechazar rotundamente una alianza con la entonces Concertación, afirmando que significaría renunciar a lo construido con una posición independiente y consecuente, que se niega a someterse a una política de alternancias en los marcos del sistema y abandonar, en definitiva, la construcción de alternativas al modelo.

La voltereta de Jadue no es otra cosa que la renuncia a la independencia del alcalde y el sometimiento a las políticas de consenso que le impone la centroizquierda a su partido. El ataque a Bachelet no es solo una agresión contra un dirigente político "aliado", sino que representa una amenaza contra la única líder que puede permitirle recuperar el poder que tanto ambiciona la centroizquierda. Mientras Jadue es una quimera, Bachelet es una realidad, y es por eso que incluso los compañeros de Jadue están dispuestos a desecharlo, para asegurarse un cupo en el próximo gobierno.

Menos de 48 horas duró el entusiasmo del alcalde y usando nuevamente su Iphone, comunicó al mundo su arrepentimiento, por medio de una red social. Con este simple gesto digital, cientos de comunistas pudieron dormir tranquilos nuevamente y soñar, quizás, con un nuevo cargo público a futuro. Todos menos una insigne comunista, que en el sueño profundo de su cripta en Recoleta, más de alguna sacudida se pegó. Seguramente, si Gladys viviera, el hasta ayer caudillo Jadue la habría decepcionado y no estaría a la altura de las convicciones y la coherencia del partido por el que tanto luchó.