La semana pasada me dio por tomar nota –pantallazos, en rigor– de noticias llamativas: "Camión que transportaba cerveza se volcó y vecinos intentaron salvar lo que quedó"; "Muere el hijo menor de Vicente Huidobro"; "Un hombre cae al interior de una obra de arte abstracto y acaba hospitalizado" (esta no era chilena); "Moto fantasma eludió a Carabineros, un peaje y se escondió en la cárcel" (¡fue un gendarme!). Y así varias noticias más, incluyendo la de la concejala RN que dijo que la actriz Daniela Vega "va a morir con pirulín", mostrando en 20 segundos lo peor de 200 años de historia. Y también, claro, tomé pantallazos de la noticia permanente de 2018: el desaguisado mayor o el estrepitoso derrumbe de confianzas –como quiera llamársele– del Ejército, que en poco tiempo ha entrado en Modo Crisis Extrema más rápida y turbiamente que Carabineros.

Un homenaje a Krassnoff, un ex director que en vez de blanca paloma resultó pájaro negro encubridor y casos y casos de corrupción de militares que, al alero de los desmesurados presupuestos que los benefician por la ley del cobre, y no contentos con esos sendos sistemas de salud y pensiones estatales que tienen –establecidos mientras a garrotazo imponían al resto del país paupérrimos sistemas privados–, vivían guachipetéandose el vuelto de los vuelos, la cola larga de los viáticos y acometiendo otras lindezas que hundían secretamente a una institución que iba, se suponía, por fin saliendo de las cloacas de la historia.

Pero no hay noticia que, en cobertura, le compita a la perpetua disputa por el nombre del aeropuerto de Santiago. Si la principal gesta de nuestra Fuerza Aérea fue bombardear el palacio de su propio país, por qué homenajear a su fundador. Mejor un poeta, nos han dado más vuelo que la FACh. Podría ponérsele Aeropuerto Internacional Residencia en la Tierra: se evitarían las polémicas por la vida de Neruda y se ganaría para la principal puerta de entrada al país un nombre inolvidable que transmitiría sosiego a todo quien deba aterrizar acá. También podría ser Aeropuerto Internacional Vicente Huidobro, es el poeta de los aires y cuando nos aprontamos a aterrizar todos somos Altazor, pero el estándar actual lo pondría difícil, atendidas las incorrecciones huidobrianas, esas que Nicanor Parra consignó en el discurso de sobremesa que le dedicó: "Una vez le enrostraron / Que su abuelo el Marqués de Casa Real / Se había hecho rico durante la Colonia / Comerciando en esclavos / Prefiero descender de mi abuelo / Que trajo esclavos replicó / A descender como Uds / De los esclavos que trajo mi abuelo".

Quizás la traba resida en la manía de homenajear poetas en vez de poemas. Si se quisiera honrar a Violeta Parra, mejor ponerle Aeropuerto Internacional Maldigo del Alto Cielo; si a Jorge Teillier, Aeropuerto Internacional El Cielo Cae Con Las Hojas, aunque puedan sonar intimidantes. Pero lejos lo más justo –considerando el alma nacional y los méritos de la señalada– sería homenajear a la Mistral poniéndole Aeropuerto Internacional Desolación. Sino, que simplemente se llame como en el fondo siempre se ha llamado: Pudahuel. Total, seguirá siendo el mismo, eficiente en la medida de lo posible y con el ultrasensible SAG escaneando al visitante y al retornante con un celo que ya quisiéramos verle al ente encargado de fiscalizar la contaminación sonora de las motos, esas impunes destructoras del equilibrio síquico nacional.

Hace unos años tuve que dejar en el SAG unos salames y una butifarra madrileña. Cuando pedí presenciar la destrucción de lo requisado se me dijo que ok, pero debía esperar cuatro horas. Por orgullo decidí quedarme y a la media hora estaba desesperado. Como echar pie atrás habría aumentado las risillas del personal en mi contra, tuve que echar mano a esa herramienta clave de la sociabilidad chilena que es la bomba de humo, táctica de discreta desaparición que evita molestias, latas y burlas. Un día no quedará otra que hacer bomba de humo nacional. Deportación humanitaria para todos. Se cierra Chile (por necesidades de la empresa). Sería un gran titular.