Los paralelos siempre son odiosos, pero esta vez valen. Lollapalooza llegó en 2011 al Parque O'Higgins y se ha consolidado como el festival más sólido, diverso y atractivo que se levanta en el país, siempre observando como brújula y referente a la versión madre importada desde Chicago.

Por eso, hay varios aspectos que en Santiago funcionan mejor que más al norte o que resultan mucho más cómodos y efectivos para un público como el chileno. A cambio, nuestra edición aún luce ajustes pendientes, matices que mejorar y que en Chicago ya parecen resueltos hace años.

Aquí, un cara a cara entre madre e hijo, entre maestro y discípulo, entre lo mejor de lo nuestro y lo mejor de ellos.

[caption id="attachment_765449" align="alignnone" width="2327"]

Público de Lollapalooza Chicago 2019. Foto: Roger Ho.[/caption]

La edición de Lollapalooza Chile es superior en:

*Kidzapalooza: acá es un asunto de grandes

No hay comparación. Si hay un punto en que realmente Lollapalooza Chile golea a su símil de EE.UU. es en el escenario dedicado a los niños. En Chicago, el lugar es un espacio reducido y marginal, con poca oferta para los más pequeños (unas mesas para pintarse la cara por aquí, unos paneles para jugar a ser rockero por acá) y un lineup más bien enfocado en números desconocidos o incipientes.

[caption id="attachment_765425" align="alignnone" width="1600"]

Público en Kidzapalloza, Lollapalooza Chicago 2019. Foto: Taylor Regulski.[/caption]

En Santiago, es un atractivo más y un gancho que va más allá de su audiencia objetiva, ya que apunta a toda la familia. Es un escenario que ha lucido sus propios hitos y puntos de quiebre –el renacer de 31 Minutos, el debut de Heavysaurios, ese alucinante grupo de rockeros disfrazados de reptiles ya extintos- y que posee una curatoría bien pensada para las varias generaciones que peregrinan al Parque O'Higgins durante ese fin de semana.

Quizás es el reflejo de algo mayor: Lolla EE.UU. no tiene un perfil tan familiar y transversal como su cría chilena. Chicago es más bien un festín de jovialidad para los jóvenes y los veinteañeros antes que un punto de encuentro para fanáticos que portan coches y pañales, o para niños que fantasean con parecerse a las estrellas de turno.

[caption id="attachment_765591" align="alignnone" width="5500"]

Público de Lollapalooza Chicago 2019. Foto: Taylor Regulski.[/caption]

*El tamaño: ¿es mejor ser grande?

Este ítem puede ser discutible, pero vale mirarlo así: el Grant Park donde se monta la fiesta en Chicago es el cuádruple de nuestro Parque O'Higgins. 319 hectáreas contra 80 del espacio verde capitalino.

En lo concreto, allá entre los dos escenarios centrales -el Bud Light y el T-Mobile- hay una distancia de un kilómetro y medio.

[caption id="attachment_765347" align="alignnone" width="2333"]

Ghostemane. Foto: Roger Ho.[/caption]

Salvo que las capacidades atléticas y maratónicas de los presentes sean deslumbrantes, y sobre todo que la capacidad para aguantar el calor sea altísima, se hace muy difícil correr de una tarima a otra para no perderse dos números que puedes estar tocando de manera simultánea. Hacerlo es un desafío exclusivo para valientes.

En Chile, los escenarios protagónicos están separados por pocos metros en la elipse y, naturalmente, nunca presentan a artistas sonando a la par. Y si se topan dos figuras de peso en una tarima central y en otra de las más pequeñas, correr y ver un poco de cada una no es una misión titánica. Se puede.

Por tanto, en el saldo final, en Chicago el número de shows que se puede apreciar por jornada es más reducido. Simplemente hay que optar y sacrificar. No queda otra.

[caption id="attachment_765517" align="alignnone" width="5500"]

King Princess en Lollaplooza Chicago 2019. Foto: Charles Reagan Hackleman.[/caption]

*El inicio: empezamos con todo

Desde que en 2018 se extendió a tres jornadas, Lolla Chile ha tenido la compleja misión de convertirse en un evento atractivo en un día laboral como el viernes, ejercicio casi inédito en el historial de la cartelera chilena, siempre habituada a que los festines artísticos de largo aliento sucedan en la tranquilidad del fin de semana.

Para asegurarse público desde el pitazo inicial, sus organizadores, en los dos años que ya cuenta la nueva distribución, han concentrado lo mejor del cartel en esa jornada.

[caption id="attachment_765470" align="alignnone" width="1600"]

The Strokes. Foto: Charles Reagan Hackleman.[/caption]

¿Ejemplo? En 2018 el día debut tuvo a Pearl Jam, LCD Soundsystem, The National y David Byrne, artistas que al final terminaron como lo mejor de esa edición. En marzo pasado fue algo similar: Kendrick Lamar, Greta Van Fleet y Lenny Kravitz, dentro de lo más esperado del último Lolla, también salieron a cantar cuando en Santiago la gente terminaba de trabajar y cerrar sus oficinas.

En Chicago, la jornada de ayer, la que inició la nueva entrega de la cita, estuvo tibia y con apenas un par de números interesantes en el despegue, como H.E.R, Hozier y King Princess, cerrando con The Strokes y The Chainsmokers.

Una dupleta de fuste, pero que en ningún caso asoma como lo más granado del encuentro, rol quizás reservado a lo que se verá estos días que restan, como Childish Gambino, Tame Impala, Gary Clark Jr. o incluso J Balvin.

Mientras en Norteamérica el primer día es casi un aperitivo y un precalentamiento, en Chile el arranque semeja de inmediato el plato principal y la gran fiesta, para después sólo resistir la resaca.

[caption id="attachment_765299" align="alignnone" width="3500"]

Gud Vibrations vs Slugz Music.[/caption]

La edición de Lollapalooza EE.UU. es mejor en:

*La fiesta electrónica: bailemos al aire libre

En Santiago, destinar el Movistar Arena a los representantes de la música electrónica –como si se tratara de una gran discoteca que refugia bajo techo el desmadre y el agite- parece una gran idea. Hasta que se repleta.

Desde su inicio en 2011, Lolla Chile ha debido lidiar con un escenario que siempre parece quedarse chico ante el altísimo interés del público por los beats y los DJs. Desde temprano hay atochamientos, empujones, una masa de gente que quiere entrar en un lugar que parece estar siempre colapsado, con postales que incluso rasguñan el peligro, como las extensas filas que se forman en la elipse ya avanzada la tarde, entre forcejeos, patadones y fanáticos que en cualquier momento parecen caer asfixiados.

[caption id="attachment_765399" align="alignnone" width="5500"]

WinandWoo. Foto: Madi Ellis.[/caption]

Si la electrónica es parte esencial de la música actual y es lo que escucha el público más leal de Lolla, ¿por qué no darle derechamente más escenarios u otras condiciones?

En Chicago, tal tarima, bautizada como Perry's, está en un campo abierto, al aire libre, lo que evita el colapso y permite una bocanada de aire para el gentío que se apiña en torno a los DJs. Ello también facilita la fluidez de los accesos y hace que la experiencia de asistir al espacio electrónico no se convierta en una tormenta perfecta de empujones, gritos, descontrol y malos ratos.

[caption id="attachment_765278" align="alignnone" width="2400"]

Lollapalooza Chicago 2019. Foto: Keenan Hairston.[/caption]

*El pago por la comida y la bebida: seamos efectivos

En EE.UU., todos los alimentos y las bebidas que ofrece el festival se pueden pagar en efectivo o con tarjetas. En rigor, pagas por lo que vale un producto: así de elemental.

En Chile, el sistema es otro, algo más engorroso: debes cargar una cantidad de plata en tu pulsera antes de comprar. No se puede pagar directamente con dinero o con tarjetas. Hay un mínimo y ciertas cifras ya determinadas para cargar. Naturalmente, todo es más fácil de la otra manera.

[caption id="attachment_765413" align="alignnone" width="5500"]

Público de Lollapalooza Chicago 2019. Foto: Katrina Barber.[/caption]

*Los accesos: libertad para moverse

Tiene que ver quizás con la configuración del Grant Park, pero en Chicago la alta cantidad de accesos y la distribución de los escenarios –a los costados, mientras en el medio hay un camino central para el libre tránsito del público- permite que los recorridos sean más fluidos. Incluso en plena noche, cuando ya el lugar es un polvorín de gente y los números más esperados están en escena.

[caption id="attachment_765383" align="alignnone" width="5507"]

The Chainsmokers. Foto: Greg Noire.[/caption]

Nunca es difícil caminar y sobre el final se puede salir más menos rápido sin grandes atochamientos.

En Santiago, a partir de las 18 horas más menos, cuando el grueso de gente ya está en el parque, caminar por ahí semeja un campo minado: la elipse repleta hace que los traslados de un lado a otro sean desafiantes y no exentos de tropezones, caídas y empujones.

El tamaño gigantesco del recinto estadounidense permite que esa experiencia sea, por el contrario, sinónimo de comodidad y rapidez.