Una de las prácticas más sorprendentes de los delfines es su capacidad para suicidarse. Para hacerlo, el cetáceo simplemente deja de respirar. Es lo que en 1970 hizo Cathy, uno de los cinco delfines del Miami Seaquarium que protagonizaba la serie Flipper.

Según su entrenador, Richard O'Barry, el animal estaba deprimido. Sólo se posó sobre sus brazos y dejó de respirar, recordó O'Barry. Murió minutos después.

El episodio marcó el inicio de su lucha para defender a estos animales de su confinamiento en delfinarios. Su cruzada lo llevó a dirigir el documental The Cove, que relata la cruda práctica de caza que año a año pescadores japoneses llevan a cabo en la localidad de Taiji, en que los animales son encerrados y muertos con arpones.

La cinta, que en 2009 ganó el Oscar a Mejor Documental, puso en órbita una práctica que los japoneses defienden como tradición, pero que es vista como cruel por ONG ambientalistas.

Precisamente ayer, en el inicio de una nueva temporada de caza, la polémica escaló a esferas gubernamentales, después que la embajadora de EE.UU. en Japón, Caroline Kennedy, fijara en Twitter su posición. "Profundamente preocupada por la inhumanidad de la pesca de delfines por drive hunt (consistente en conducir los ejemplares con barcos a la costa). El gobierno de EE. UU. se opone a la pesca por drive hunt", escribió.

El comentario fue replicado ayer por el secretario del gabinete de Japón, Yoshihide Suga, quien dijo que la caza se lleva a cabo de acuerdo con la ley. "Es una forma de pesca tradicional en nuestro país. Vamos a explicar la posición de Japón a los americanos", añadió.

Comienza la caza

La organización Sea Shepard denunció el fin de semana que, al menos, 250 delfines ya están encerrados.

"Hay dos diferencias de esta campaña con años anteriores: este grupo de 250 delfines es mucho más grande que cualquier otro que hayamos visto en Taiji y hay un delfín albino que llamamos Angel, muy inusual", dijo a La Tercera Mark Palmer, miembro de Earth Island Institute y quien ha trabajado con O'Barry.

Cada año, los pescadores de esta localidad reúnen a cientos de delfines y los conducen interfiriendo con sonares su sentido de localización a una bahía de la que no pueden escapar, seleccionando ejemplares para venderlos a parques acuáticos y matar a los que sobran para vender su carne. "Seleccionan ejemplares que no tengan heridas o que sean más blancos y luego son ofrecidos a entrenadores de centros acuáticos. Un sólo delfín puede costar hasta 100 millones de pesos", dice Arturo Ellis, director de Sea Shepard Chile.

"El resto de los ejemplares, agrega, es muerto con un gancho y luego son subidos al bote, donde se les corta la cabeza".

Según el activista, la escena es particularmente cruel, pues los delfines viven en manadas familiares, lo que genera llantos y gritos de los ejemplares al ver como hijos o madres son masacrados.