Esa tarde de diciembre, Paulo Henríquez (40) no quería seguir luchando. Le dijo a Renato, su mejor amigo, que lo acompañaba en la ambulancia, que llamara a sus padres y que les transmitiera un mensaje tan cariñoso como dramático. Paulo sólo quería cerrar los ojos. Sabía  que difícilmente los volvería a abrir. Una hora antes,  una ola embustera y un piquero mal calculado a orilla del mar, desencadenaron el crudo diagnóstico: fractura de las vértebras C5 y C6 con serio daño cervical medular.

El basquetbolista, en ese entonces símbolo de la plantilla de Deportes Valdivia, despertó un mes después de aquel día de 2008.  No entendía mucho del tema, se ilusionaba con volver a su vida de antes o aproximarse a ella. Con el tiempo entendió que eso era imposible. Nunca más podría caminar.

En la Ciudad de Los Ríos,  todos los amantes del básquetbol -es decir, la mayoría- conocen a Henríquez. Lo recuerdan por su historia y también por sus días en el parquet, como miembro de la única plantilla campeona de la Liga Nacional. Fue en 2001, ante Provincial Llanquihue, cuando aún existía la Dimayor. Hoy, el ex base estará en las primeras filas de las tribunas del Coliseo Antonio Azurmendy. Quiere ver a su ex equipo ganar otro título, ahora frente a Universidad de Concepción. Lo  cuenta el mismo Paulo, mientras recibe a La Tercera en su hogar.

“Esta temporada volví a ver el básquetbol en la cancha. Antes no era agradable ir a verlo, porque la calidad había bajado mucho”, explica el valdiviano. Su relación con el CDV, sin embargo, se limita casi exclusivamente a una entrada liberada para él y su acompañante. “El cariño de la gente lo siento en otras partes, en la calle, cuando la gente me saluda. Como jugador uno no dimensiona muchas veces esas cosas”, complementa.

La zona de la casa dedicada a Henríquez es sencilla. Una cama con colchón antiescaras (para prevenir las heridas en la piel que se generan por  la fricción de estar postrado), una camilla de ejercicios y una repisa colmada de medicamentos. Del deporte que jugó por años, sólo vestigios: las cinco medallas más preciadas  y sus respectivos galvanos (incluidos los de campeón de la Dimayor) y un televisor de 21 pulgadas, en el que observa partidos de la NBA y la Euroliga. “No necesito más tampoco. Nunca he sido muy autorreferente, por eso no tengo fotos de mi época de jugador, por ejemplo”.

Eso no significa que el básquetbol esté olvidado. A través de internet, se preocupa de actualizar lo más posible sus archivos cesteros. Con esa base, más lo que conoce a Valdivia y la UdeC, analiza la definición que hoy vive su partido seis: “La U de Concepción tiene más plantel, pero la expulsión de Patrick Sáez afectó demasiado. Valdivia es un equipo corto y depende mucho de su defensa y tiene tres jugadores con mucho gol, Suárez y los dos extranjeros [Summers y Louis]. Es un equipo que necesita correr mucho, más que jugar en media cancha. Por eso necesita buena defensa”.

Además de la movilidad de las piernas, Paulo perdió  fuerza y motricidad en tronco y brazos. El baloncesto sólo lo disfruta como un conocedor. “Pero sí me gustaría trabajar con niños de alguna manera, aunque es frustrante no poder siquiera tomar la pelota”, explica. Eso sí, junto a otro ex basquetbolista (Felipe Ziegele), está ideando un proyecto deportivo, donde su participación estaría más ligada a lo sicológico. “He dado charlas en colegios, en la cárcel. Quiero contar mi historia, contar que el sacrificio es lo más importante. Hablar de superación”, subraya.

De hecho, hoy cursa segundo año de sicología en la Universidad Santo Tomás de Valdivia. Tuvo que congelar, eso sí, por una escara profunda, que obligó la extirpación del glúteo izquierdo, para evitar el riesgo vital.

Difícil. Los ingresos de la familia Henríquez-Salazar son pocos y los cuidados costosos. La pensión de Paulo es de $ 330 mil, pero irá bajando con el tiempo, a medida que las necesidades crecen. En la Región de Los Ríos, de hecho, hay una campaña para  que pueda adquirir un aparato que facilite su traslado desde la cama a la silla de ruedas, y viceversa. Cuesta cerca de $ 1,5 millón, que hoy no están en la casa.

Eso y el regreso a la universidad son los grandes objetivos para 2016. El ánimo está, los sueños, también. Ahí Paulo se mueve más ligero que muchos.