EN PALABRAS de la Presidenta de la República, el devastador incendio que afecta a la ciudad de Valparaíso "es de dimensiones no vistas". La magnitud del siniestro se evidencia en el balance que ha dejado hasta ahora: 13 fallecidos, más de 2.000 viviendas destruidas, cerca de ocho mil damnificados, cuantiosos daños materiales y miles de hectáreas quemadas, además del gasto en personal y recursos técnicos para sofocar el fuego. Una de las grandes lecciones que dejará este incendio es que era previsible que ocurriera una tragedia como ésta, pues ello ha sido fruto del hecho de que, a lo largo de las décadas, Valparaíso se ha venido edificando y creciendo de manera inorgánica, sin atender a los peligros que encierra su propia geografía -con cerros y quebradas de espesa vegetación- y la forma en que se ha entendido su arquitectura, con casas colindantes unas de otras, construidas en lugares de difícil acceso.

Los esfuerzos deben concentrarse ahora en sofocar las llamas y dar auxilio a las víctimas. En dicha tarea, los distintos organismos involucrados han mostrado presteza y la coordinación desde el gobierno central ha fluido con acierto. Una vez controlada la emergencia, corresponderá hacer una detenida revisión de los protocolos frente a este tipo de emergencias, pues hay antecedentes que sugieren que, al parecer, no se reaccionó con rapidez cuando se detectaron las primeras llamas. En este tipo de casos resulta imprescindible que tanto Bomberos como la Conaf estén plenamente coordinados y existan protocolos claros, pues una reacción oportuna en las primeras horas es vital.

Es en la construcción misma de Valparaíso donde radica su principal vulnerabilidad. Su especial y pintoresca arquitectura ha sido alabada internacionalmente, y a lo largo del tiempo las autoridades y los propios habitantes de la ciudad decidieron ignorar el riesgo que significaba expandir la ciudad hacia los cerros, sin contar con vías de acceso eficientes, prescindiendo de cortafuegos y permitiendo la construcción, incluso, en quebradas o en zonas de muy difícil acceso. En esas condiciones, lo único sorprendente es que un incendio de esta magnitud no ocurriera antes, y el riesgo de que algo así se repita, lamentablemente, sigue latente. En el pasado han existido numerosos incendios con un origen similar a éste -como el ocurrido en 2012, con cientos de casas destruidas- y que debieron haber encendido las alertas, pero, desafortunadamente, ello no ocurrió.

Las actuales y futuras autoridades de la región y la ciudad deben abocarse a tomar decisiones difíciles y que pueden ser impopulares en la población, pero la ciudad debe comenzar a establecer -y hacer respetar- límites claros en sus normas de construcción e impedir que siga una expansión de viviendas en zonas no autorizadas o de alto riesgo. Lo "pintoresco" o un supuesto derecho adquirido de construir en cualquier lugar donde haya espacio no puede prevalecer sobre la seguridad misma de la ciudad y sus habitantes. Conviene no olvidar que el municipio porteño opera con un fuerte déficit, pues muchas viviendas no pagan contribuciones, lo que hace más difícil mantener un adecuado control y asistencia en las zonas más remotas o recónditas. Junto con la tarea de reconstrucción, debe darse paso a una cuidada planificación, que haga respetar la normativa ya existente y corrija cualquier vacío que pueda haber.