El uruguayo Jorge Ruffinelli (65) es dueño de una colección de 13.500 DVD con filmes latinoamericanos. Todos los días ve una de esas películas, con la intención de armar una enciclopedia. "Llevo escritos 2.500 artículos que nadie me ha comisionado", señala este investigador y docente de la Universidad de Stanford (California) que ha publicado numerosos libros sobre cineastas continentales, entre los que destacan las monografías sobre autores chilenos El cine nómada de Cristián Sánchez y El cine de Patricio Guzmán. El libro sobre el autor de La batalla de Chile apareció a fines del 2008 en nuestro país, poco antes de la venida de Ruffinelli  a Chile.

Pero antes del cine, estuvo la literatura. En los 60 Ruffinelli sucedió al legendario Angel Rama como crítico del semanario uruguayo Marcha y, años después, se instaló en México para hacer clases de letras en la Universidad Veracruzana. "Hasta que un día le pedí al rector que me comisionara para escribir un libro sobre una película de Miguel Littin basada en un cuento de García Márquez: La viuda de Montiel (1979). Lo escribí en tres días, sobre la base de entrevistas con actores y técnicos. A la semana el libro estaba impreso", recuerda Ruffinelli.

Más tarde complementaría las clases de literatura con cursos sobre películas inspiradas en libros, una forma original y muy moderna de "seguir enseñando literatura", como el mismo aclara. Durante su estadía en el país, de hecho, Ruffinelli estuvo en la sede santiaguina de Stanford como profesor visitante, mostrando cine chileno a alumnos de distintas latitudes.

¿Qué elemento define el cine chileno de los últimos años?
Está la incomunicación, pero no como en los 60, no la cuestión existencial, sino algo más directo que he estado observando incluso en películas como En la cama, donde se supone que los dos personajes hablan toda la película, pero se comunican sólo en los últimos cinco minutos, cuando saben que no se verán más. Me nombras cualquier película y hay incomunicación: en La sagrada familia el joven termina yéndose de su casa con la chica que es muda; en Paréntesis el tipo rompe con su novia y se va con su amigo que decidió no hablar más. Play es otra, cada uno con sus audífonos, en su mundo privado.

Nombra películas de directores jóvenes…
Tomo esto como síntoma, pero no me atrevo a decir de qué. Me interesa plantear un mapa, pero no resolverlo. Chile tuvo un proyecto de país socialista con Allende y con la dictadura, pero después cuesta ver un proyecto de país. Lo que se ve en películas como La buena vida es insensibilidad social, falta de solidaridad, ausencia de comunicación. ¿Dónde está el imaginario colectivo? El corredor, de Cristián Leighton, me parece una magnífica metáfora. Me gustó mucho, porque representaba algo que yo veo en Chile: mucho trabajo, mucho empeño, pero también una gran incógnita: ¿para qué?

¿Qué le enseñó la obra de Cristián Sánchez y Patricio Guzmán?
Recuerdo que el propio Guzmán dudó de mí, por decirlo de alguna manera, porque yo no estaba tan interiorizado como él en el documental europeo. Así que le dije: 'enséñame'. Y creo que he sido un buen discípulo. Cristián Sánchez usa el cine de ficción en un nivel que no es habitual. Con Guzmán el desafío era apoderarme intelectualmente de un campo muy vasto, pero despreciado, porque los documentales no tienen salas. No los pasan en televisión, a menos que sean escandalosos, o los evitan por ser demasiado escandalosos. En 2009 saldrá un libro mío sobre el documental a secas y la mitad del libro será sobre el documental en Chile.

¿Qué cintas le parecen las más destacadasdel cine chileno, de ayer y de hoy?
Creo que El chacal de Nahueltoro y Tony Manero. Son dos películas muy diferentes, con el elemento común del asesino múltiple.

¿Por qué Tony Manero?
Aquí soy como un abogado del diablo. Entrevisté a Pablo Larraín y le pregunté por la duda etica y me dijo que no hay duda ética, que su visión es amoral y que la película es amoral. Y eso me gustó mucho: por fin una película con un personaje sin redención posible.