Cuando Maite Alberdi (33) presentó en 2011 su documental El salvavidas, en el que cuenta la vida de uno de la playa El Tabo que tiene como máxima nunca entrar al agua, su abuela no pudo ir al estreno porque tenía una reunión con las amigas con las que se juntaba una vez al mes desde hace sesenta años. A partir de eso, a ella se le ocurrió empezar a filmar ese ritual de mujeres, al principio esporádicamente, luego con más regularidad, hasta que después de cinco años, y tras la muerte de su abuela, las 100 horas de grabaciones se transformaron en La once, un documental de 70 minutos. La película la vieron más de 25 mil personas en salas, actualmente está en Netflix y en 2015 fue nominado a los Goya en la categoría Mejor Película Iberoamericana, premiación a la que la directora llegó con dos de las tres protagonistas que están vivas. "El otro día fui a tomar té con ellas y en dos horas les deben haber pedido tres selfies y dos autógrafos", cuenta.

Con el tiempo, la cineasta se dio cuenta de que la película era más universal de lo que pensaba. "Noté que la gente conectaba fácil con el tema de la vejez, de los abuelos, los padres, la amistad. Cuando la llevamos a Corea el público decía 'se parece a mi abuela'", cuenta.

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No es país para viejos

Lo que vino después tuvo que ver con que la situación en la que vivían las protagonistas de La once, que es bien distinta a la de la mayor parte de los ancianos en Chile. "Ellas tienen la libertad para pasarlo bien, pueden vivir solas o tienen para pagarle a alguien que las acompañe, para no estar en un asilo", comenta. La otra cara es justamente la que apareció en su siguiente proyecto Yo no soy de aquí, que fue nominado recientemente a Mejor Cortometraje en los European Film Awards tras estrenarse en la página del New York Times a mediados de septiembre de este año: "Nadie va a al cine a ver un corto, entonces había que pensar otras ventanas de distribución. El New York Times lo pidió mucho tiempo, tuvimos la duda, pero fue la mejor plataforma. Te da un sello de calidad", cuenta.

Yo no soy de aquí surgió en el marco del Festival de Cine Documental de Copenhague, que tiene un programa que une a dos directores de distintas partes, casi en una cita a ciegas, para que lleven a cabo un proyecto conjunto. Por eso es un corto codirigido con la lituana Giedre Zickyte. La protagonista es Josebe, una mujer que se vino desde Rentería, una localidad del País Vasco, en el norte de España, a Chile siguiendo a su esposo. Es una historia real que la muestra a sus 90 años en el momento en el que se presenta ante el resto de las personas de su hogar de ancianos y recuerda orgullosa sus orígenes. Aunque ella tiene las memorias de su juventud y sobre todo la vida en su pueblo natal, ha olvidado su vida después y no sabe cómo llegó al asilo. "Antes era más normal que el abuelo estuviera en la casa, ahora hay una edad en que asumimos que tienen que vivir en asilos. Claro que hay personas que requieren cuidados especiales, pero siento que hemos empezado a marginar a la tercera edad de los círculos familiares y sociales, donde sólo una clase tiene el derecho de acceder a ciertos privilegios o panoramas", dice Alberdi.

¿Por qué quisiste retratar a la tercera edad?

Por varias razones. Primero con que me interesa representar el presente. Así tengo que elegir situaciones y espacios donde pasen cosas y donde los personajes tengan presiones y se puedan revelar ante la cámara. Y la tercera edad claramente es una etapa en la que están en un momento crítico, la memoria se revela, la muerte aparece.

¿Cuál es la otra razón?

Porque son personajes que vienen de vuelta. Entonces dicen todo lo que piensan, no tienen problemas con la cámara, uno les ve las personalidades claras. Gasto mucho menos tiempo en que se acostumbren, están totalmente abiertos. Además, es una etapa que se puede graficar desde muchas visiones y posturas, con preguntas y discusiones que parecen resueltas pero no lo están.

Aun así, aclara que no se siente "anclada a la tercera edad". La mejor muestra es su trabajo actual, Los niños, documental que está terminando y que sigue a un grupo de adultos con síndrome de Down que, a sus cincuenta años, anhelan ser tratados como adultos. "Mi trabajo tiene más que ver con la observación profunda de microespacios, de pequeñas sociedades que representan una parte de nuestra idiosincrasia y va más allá de las edades", comenta. Aunque ya está listo, y se estrenará en salas el primer semestre de 2017, su debut fue este mes en el Festival Internacional de Documentales de Ámsterdam, donde tuvo una muy buena recepción: después de su estreno Alberdi obtuvo el premio EDA Award for Best Female-Directed Documentary (mejor dirección femenina de documental) que otorga la IDFA Alliance of Women Film Journalists. "Es el festival de documentales más importante del mundo, y pocas películas latinoamericanas han llegado a la competencia oficial. Es el lugar donde he estrenado todos mis documentales anteriores, un espacio que ha apoyado mi carrera y estoy muy agradecida de ellos, pero es la primera vez que estoy en la competencia oficial, lo que me enorgullece mucho", cuenta.

El crítico Guy Lodge, de la revista Variety, en su reseña del documental, destacó el lado suave, conmovedor y empático de la obra, que no pierde carisma en ese acto. "Aunque la breve y acogedora película de Alberdi ofrece mucha dulzura y humor ligero, la triste rabia de su mensaje no deja de arder", comenta el crítico, señalando a cómo la directora habla de los problemas que deben enfrentar los personajes en una sociedad que los trata como discapacitados.

¿Cómo fue trabajar con personas con síndrome de Down?

Yo tengo una tía que lo tiene, así que he estado toda la vida acostumbrada a relacionarme con ella. Más bien, el reto como directora fue al revés, lo complejo fue tratar de ponerme en los ojos de alguien que no tiene ese tipo de relación y mostrarle la historia y a los personajes.

Cuenta, eso sí, que lo que más difícil vino al cortar y montar: "Fue un rodaje muy largo, de muchas horas y mucho material".

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Irreversible

El documental chileno vive un buen momento, del cual ella es solo una parte. En 2015, El botón de nácar, de Patricio Guzmán, fue elegido mejor guión en la Berlinale, y Allende, mi abuelo Allende, de Marcia Tambutti, se quedó con el Ojo de Oro de Cannes. Está Como me da la gana 2, de Ignacio Agüero, que obtuvo el gran premio del FID Marsella. "Se están haciendo grandes documentales, de alta calidad y para todos los gustos", dice Alberdi y agrega que "se producen muchos más y hay distribuidoras grandes arriesgándose a ponerlos en cines comerciales. Eso realmente te habla de un florecimiento del género, pero también de un público que está aprendiendo a verlos. Confío en que este cambio no tenga vuelta atrás".

También ayuda que plataformas como Netflix estén difundiendo este género.

Es bueno. Netflix de alguna manera permite acceder a un público que jamás iría a ver un documental a las salas. Y como la televisión abierta y pública no es algo real en Chile, no hay otra forma de tener oferta de documentales. Pero todavía siento que la oferta que tienen es más bien limitada. Netflix pone muchos más reportajes periodísticos, un documental es una historia con un punto de vista subjetivo, una ficción construida desde la realidad donde estás representando una mirada.

¿Por qué dices que no hay una televisión pública real?

La programación cultural es de unas horas a la semana, y lo que entra en ese espacio son programas de viajes o comida. Como documentalista, yo tengo más llegada en la televisión pública de otros países que en la de acá. No hay una cultura de programación de documentales o cine chileno a un horario decente y constante.

¿Y en los cines?

Somos una industria que tiene que estar peleando el espacio en las salas de cine, donde no hay ley de cuotas como sucede con la música chilena en las radios. Compites de igual a igual con lo que esté en cartelera. Con La once a mí me tocó hacerlo con Jurassic World. Estoy de acuerdo en que no a todos les va a interesar ver un documental, pero no puedes no tener la posibilidad de ver otras cosas. No sacas nada con tener documentalistas que hagan cosas distintas, directores de ficción con ideas nuevas o productoras que ofrecen programas de televisión si no tienes un lugar donde mostrar eso.

¿Cómo se logra que un documental llegue a grandes audiencias?

No tiene que ver con que sean cien por ciento masivos, sino con que apelen a un nicho específico que no esté necesariamente interesado en ver documentales, sino que le interesen las historias. Yo busco historias universales, que manejen una emoción con la cual el público se pueda conectar, más allá de si el espectador está familiarizado o no con el asunto. El documental tiene un rol social, queremos poner temas en la mesa, generar cambios de conciencia. Pero por años esos cambios estuvieron ligados a la denuncia, a la tragedia y al drama.

¿Y cómo quieres hacerlo tú?

En mi caso, pienso que el uso del humor es un agente movilizador, mi forma de llegar es desde la risa, que se manifiesta colectivamente en las salas y une. Un tema no es menos grave porque te hayas reído en la sala. El humor es un buen elemento de conexión.