Dejé de hacer televisión porque me resultaba muy fácil. Me aburrí de hacer siempre lo mismo, sentí que no había profundidad. Me empecé a angustiar, porque necesitaba hacer algo más. Me aburro rápido de las cosas y para hacer teleseries tienes que estar ocho meses en lo mismo. No sé cómo hay actores con 25 teleseries en el cuerpo, yo no podría. Lo que más me gusta es el cine, es lo máximo. Intento no actuar, es decir, que el personaje esté tan dentro que al momento de rodar solo fluya la verdad. Ahí no se puede corregir nada y esa adrenalina me encanta.

Mi mamá me pidió que fuera actriz y eso lo recuerdo como una epifanía. Ibamos mucho al teatro, al cine y a conciertos de piano. Un día fuimos a ver La Negra Ester, y en el aplauso, al final, me agarra y me dice: "¿Mariana, por qué no estudias teatro?". Luego hablamos con el elenco sobre las posibilidades que había para estudiar. Tenía 16 años y quería ser abogada o periodista, pero en ese momento me decidí. Ella murió cinco años después de una hipertensión pulmonar, por eso recuerdo mucho esa conversación.

En el colegio era bien rebelde y pasaba suspendida. El inspector tenía en su oficina una fotografía de Pinochet y yo le decía que no le iba a hacer caso a alguien que tuviera un retrato del dictador en la espalda. Mi mamá estaba cansada, a la cuarta vez que la llamaron al colegio me dijo que no iba a ir más, que me las arreglara sola. Tenía buenas notas y, a la vez, era una alumna bien política.

Fui cuatro años seguidos campeona nacional de gimnasia rítmica. Cuando era niña iba del colegio al gimnasio. Así era mi día, pasaba entrenando. Mi hermano jugaba tenis; mis papás siempre nos inculcaron el deporte como algo importante en la familia.

Me crié en Talca, pero me vine a estudiar a Santiago para nunca más volver. Quería puro salir de allá. Entré a teatro en la Universidad Católica y no extrañé nada. No sé cómo será ahora, pero en ese tiempo era una ciudad bien fome, no había nada de cultura y el panorama más divertido era ir a tomar un vino en caja al cerro. Yo me aburría de eso. Todo bien con mis compañeros de curso, pero la gente era súper peladora y muy facha. Como dice el dicho: pueblo chico, infierno grande.

En mi casa les prohibí a mis hijas escuchar reggaetón por las letras. Llegó un minuto en que me pareció ridículo ver las noticias sobre femicidios y al mismo tiempo escuchar esas canciones que denigran a la mujer. Mi hija menor alegó un poco. Soy súper estricta en esos temas. A ellas les digo que ningún amigo las puede tratar mal, a la primera, chao. Porque después del garabato viene el combo y después la violación. Las educo para que tengan tolerancia cero al machismo.

En televisión las actrices ganamos la mitad de lo que gana un actor. Si un rostro hombre gana 20, la mujer gana 10. Aunque los papeles sean igual de protagónicos. Eso pasa a todo nivel, acá en Chile y también en Hollywood. Lo encuentro insólito.

Me sorprendió el triunfo de Matthei en Providencia. Seguimos siendo un país donde hay gente muy de derecha. Lo que más me hizo doler la guata fue escuchar en el comando de Matthei los gritos de: "Pinochet, aquí estamos otra vez". Me parece fuerte que a la alcaldía llegue una mujer abiertamente pinochetista. Gran parte de la responsabilidad fue de la gente que no fue a votar. Se llenan la boca diciendo que son súper anarquistas, pero el modelo no se cambia desde Twitter. Se cambia yendo a las urnas y conformando una fuerza votante.

La prensa de derecha me ha sacado de contexto varias veces. Dicen que yo hablo mal de la Presidenta Michelle Bachelet y jamás lo he hecho. La respeto mucho como mujer y porque es la presidenta. Me parece que la gestión de su gobierno no ha sido de lo mejor y que se han equivocado en estupideces y tonteras. Tiene muy malos asesores.