NOS ENCONTRAMOS en medio de tiempos complejos justo a la hora de discutir el presupuesto de la nación. El cobre baja su cotización y genera un recorte en el ingreso del país. Pasa lo mismo con otras materias primas. Incluso la mantención en el tiempo de precios muy altos de nuestros recursos básicos es estar en la cuerda floja, ya que incentiva que países desarrollados busquen alternativas mediante la ciencia y la tecnología. Ejemplo claro fue la invención del salitre sintético en Alemania, que fulminó la bonanza económica de Chile a principios del siglo XX. Fritz Haber y Carl Bosch desarrollaron la síntesis catalítica del amoniaco, que independizó de los depósitos naturales los productos nitrogenados, del cual Chile era casi único productor. Ambos científicos recibieron el Premio Nobel de Química y confirmaron que incluso para la economía son más valiosas las capacidades humanas que los recursos naturales.

Ante esta situación de vulnerabilidad, es clave aplicar la consigna de realismo sin renuncia, aunque en un sentido distinto. En el foro sobre ciencia y tecnología organizado por la Comisión Futuro del Senado, quedó claro que existe consenso entre políticos, empresarios y científicos sobre lo ilusorio que parece alcanzar una sociedad del conocimiento invirtiendo solamente el 0,4% del PIB en ciencia y tecnología, cuando la media en la Ocde es cercana al 2%. Entre los países que han dado un salto al desarrollo, como Corea del Sur, la cifra es diez veces mayor.

No hay realismo en quienes defienden que para alcanzar el desarrollo bastaría con mejorar algunos procesos en la industria exportadora. Lo realista es dar un golpe de timón y apostar a un salto al desarrollo, sembrando ciencia y tecnología para entregar sus frutos a la siguiente generación. La forma y las prioridades quedan establecidas en el documento “Un sueño compartido para el futuro de Chile”, entregado a la Presidenta de la República por la Comisión Ciencia para el Desarrollo de Chile, que propone acciones para transformar la matriz productiva del país.

No tomar cartas en el asunto representa una mirada estrecha e irresponsable. Es renunciar a la construcción de un país con mejor calidad de vida. Con un royalty del cobre subutilizado, o fondos de inversión estratégicos estancados, no podemos argumentar falta de recursos económicos. Tampoco carecemos de capacidades humanas, con cientos de doctores chilenos formados con apoyo estatal en las mejores universidades del mundo, sin una misión que les permita aportar al progreso de su país.

Y no le echemos la culpa a la desaceleración o a los desastres naturales que hemos sufrido. Recientemente nos visitó el Profesor Yoshiaki Ohsawa de la U. de Tsukuba, quien contó que en la década del 50, el Estado japonés invirtió millones de dólares en construir la Ciudad de la Ciencia, apenas unos años después de las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima. ¿Qué situación más catastrófica que esa? Hoy la Ciudad Científica de Tsukuba es un motor del prestigioso desarrollo tecnológico del Japón, un país casi carente de recursos naturales. Sólo queda entonces exigir realismo sin renuncia para la ciencia y la innovación ahora.