Desde luego que se trata de un contrasentido. Da incluso para pensar que los polos magnéticos de la ciudadanía, por un lado, y de la política, por el otro, están completamente descentrados. No coinciden, no se juntan y todo indica que los polos de la política están corridos a la izquierda. Así ha ocurrido persistentemente en los últimos años y, por lo visto, el descuadre seguirá manteniéndose.

En gran parte, el desfondamiento del centro político obedece a la crisis de la Democracia Cristiana. También a las múltiples dificultades que han tenido los movimientos políticos interesados en levantar carpa en esos parajes. Esos intentos van de la picaresca de la Unión de Centro-Centro, de Francisco Javier Errázuriz, a la altanería posmo y tecnocrática de Ciudadanos, partido al cual el Servel puso al borde de la disolución esta semana por problemas de refichaje.

¿Por qué el centro no prende y no prende justo cuando la cancha parece abonada en su favor y cuando se supone que el abandono del sistema binominal debería estar aflojando la presión que ejercían sobre el arco político las opciones binarias excluyentes, dejando espacio, en principio, para alternativas más matizadas?

Una interpretación del fenómeno es que, por culpa del error de diagnóstico acerca de los verdaderos problemas del país, la Nueva Mayoría descentralizó más de la cuenta el escenario político del país. Es cierto: algo de eso ocurrió. Lo curioso es que, no obstante lo mal que le ha ido al gobierno en las encuestas y lo duras que fueron las elecciones municipales para el oficialismo, la Nueva Mayoría persista en fugarse a la izquierda, poniendo en aprietos el pacto con el centro, que fue el factor que jugó un rol clave en la transición. De hecho, la decisión de descartar a Lagos y de preferir al senador Alejandro Guillier como abanderado presidencial mostró a un Partido Socialista mucho más interesado en disputarle el voto de izquierda al Frente Amplio que en cuidar al electorado centrista que aportaba la DC.

Obviamente esa decisión dejó a esta última colectividad en una posición muy incómoda. Pero la culpa no es exactamente de los socialistas. Es de los DC, que no hicieron oportunamente su trabajo, que le firmaron el 2013 un cheque en blanco a Michelle Bachelet y que pensaron que las ventajas electorales asociadas al magnetismo suyo como candidata iban a favorecer a la DC como partido para siempre.

Parece que fue pan para hoy y hambre para mañana. Hoy, la DC está en una situación difícil. Ha perdido atractivo como alternativa política y, lo que es más grave, lo ha perdido a ojos de sus socios en la Nueva Mayoría. Hoy vale menos dentro de la coalición y su capacidad de negociación es muy inferior a la que tuvo en el pasado. El partido no ha podido generar un proyecto político potente, se ha desperfilado ante la opinión pública, desde hace rato que prácticamente desapareció del mundo estudiantil y sus contribuciones al debate intelectual de los últimos años tampoco han sido muchas. Después de Patricio Aylwin, la DC no ha podido generar líderes de convocatoria realmente nacional y el gran problema que tiene su abanderada -vaya a las primarias del oficialismo o vaya directamente a la primera vuelta, que al final son leseras- es que, dicho con crudeza, ella no mueve las agujas en ninguna encuesta. Si las moviera, el cuento sería muy distinto: que nadie tenga la menor duda, en esa hipótesis, que las dirigencias de la Nueva Mayoría estarían tomando números para sacarse por lo bajo una foto con Carolina Goic.

Tal como se han estado dando las cosas, al día de hoy es muy alta la posibilidad de que el voto de centro vaya a parar sin mucho esfuerzo a la candidatura de Sebastián Piñera. Piñera, aparte de ser un político de perfil centrista, no ha hecho nada del otro mundo para ganarse esos votos. En realidad, este es otro de los efectos del fracaso del gobierno de Michelle Bachelet. Se ha insistido mucho en que ese fracaso está dejando la izquierda más debilitada, más dividida y más confundida de lo que nunca estuvo desde el regreso de la democracia. Pero en lo que hace al centro político que acompañó a la Mandataria el balance hasta aquí tampoco es mucho mejor.

Quizás en esto no haya mucha novedad. Cuando a los gobiernos les va mal, el daño que provocan en las fuerzas políticas que lo sostuvieron es inevitable. Véase, sin ir más lejos, lo que acaba de ocurrir en Francia, donde la izquierda terminó muy fraccionada y el partido del Presidente Hollande, reducido poco menos que a la nada. Las cuentas en política tarde o temprano se pagan. Y cuando no las cobran los partidos, porque es ahí donde están los responsables, bueno, entonces no queda otra que las terminen cobrando los ciudadanos.R