"No hay nada que conmemorar. Cómo voy a conmemorar un error de 25 años atrás. Hace mucho que no vivo del pasado. No tengo nada que recordar. No es una fecha agradable. Fue lamentable". Así, Roberto Rojas  recalca a La Tercera que quiere cerrar el capítulo más ingrato de su vida. Han pasado 25 años desde que el ex capitán de la Selección se infirió un corte en la sien izquierda.

El 3 de septiembre de 1989, Chile llegaba al estadio Maracaná con una opción para clasificar al Mundial de Italia del año siguiente: debía vencer al Scratch para dejarlo fuera de un torneo planetario por única vez en su historia. Ambos estaban igualados en puntaje, pero el combinado de Sebastiao Lazaroni tenía mejor diferencia de goles (+10 contra +7 de la Roja). A pesar de que no había nada definido, FIFA ya había designado a Brasil como el cabeza de serie de la Copa.

Los ánimos estaban enrarecidos desde el partido que se disputó en el Estadio Nacional, el 13 de agosto. Ese día igualaron 1-1. Hubo serios incidentes. Expedito Teixeira, padre de Ricardo, el presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol, murió en Santiago, producto de un infarto, un desenlace que en Brasil atribuyeron a la impresión por el clima hostil de esa tarde en Ñuñoa. Chile fue sancionado con la localía y debió recibir a Venezuela en Mendoza.

En Teresópolis, lugar de concentración de la Verdeamarela, Lazaroni amenazaba: "No vamos a recibir a Chile con los brazos abiertos. Estoy entrenando para un juego que es una guerra".

La declaración causó preocupación en las autoridades chilenas y brasileñas. "Es una cosa un poco incomprensible. La guerra futbolística no debe salir de la cancha", decía Heloísa Vilhena de Araujo, ministra consejera de la Embajada de Brasil en Chile. Mientras, el canciller Hernán Felipe Errázuriz reconocía gestiones con sus pares brasileños para garantizar un clima de tranquilidad.

La prensa también participó en el juego. Mientras algunos medios crearon el clima de conflicto, otros mantenían la mesura. "En Brasil estaba todo normal. Incluso, los colegas nos recibieron y nos transportaron en sus autos. Sin embargo, en un sector de la prensa chilena se insistió con una hostilidad que no existía", recuerda Ramón Reyes, enviado especial del diario La Nación.

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La Roja viajó el 2 de septiembre a Río de Janeiro. La Tercera inició una campaña para despedirla masivamente. El mismo diario contabilizó 12 mil personas en el trayecto entre Juan Pinto Durán y el aeropuerto de Pudahuel. Incluso, la Asociación Gremial Metropolitana de Transporte de Pasajeros dispuso de seis máquinas para acompañar el recorrido de la Selección. En suelo carioca, la recepción no fue tan cordial. Los hinchas realizaron una macumba, rito que invoca la mala suerte. Los oficiales de aduana le retuvieron los pasaportes y cédulas a toda la delegación chilena.

El grupo se instaló en el hotel Atlántico Sur, distante a una hora  y media del centro de la ciudad. La noche pasó sin mayores inconvenientes. El desayuno fue a las 10 horas. Dos horas después, se organizó una caminata por el recinto  y el posterior almuerzo. A las 14 horas, se inició el trayecto hacia el Maracaná. "Voy a jugar mi mejor partido. Mi valla deberá volver invicta", advertía el Cóndor. Mientras, el técnico Orlando Aravena aseguraba: "Nada me asusta y nada me tiene nervioso. Mis muchachos, todos avezados, están tan imbuidos del proceso que no sería extraño que ganen en el Maracaná".

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Chile llegó al estadio bajo estrictas medidas de seguridad. El operativo contempló la participación de 1.667 efectivos de la policía militar, 200 de la policía civil y 500 soldados del regimiento 2 de Río de Janeiro. "La delegación también fue protegida por guardias que habíamos contratado. Muchos de ellos eran especialistas en artes marciales. Después de lo que pasó con Rojas, varios hinchas intentaron agredirnos. Era divertido ver cómo caían con las patadas de karate que recibían", relata Raúl Sabando, entonces tesorero de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional.

De las 157.900 entradas disponibles, se vendieron 131.156. El clima era de absoluta normalidad, pese a las aprensiones de la delegación nacional.

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Rojas era la figura del partido. El entonces arquero de Sao Paulo había evitado por lo menos en tres ocasiones el gol que sentenciaba a Chile. Careca abrió el marcador en los 49', después de una genialidad de Bebeto que permitió la entrada en diagonal del 9 del Napoli, quien eludió a Héctor Puebla y Patricio Reyes antes de disparar abajo y cruzado. Rojas manoteó, pero su esfuerzo no alcanzó. Un tiro libre muy desviado de Jorge Aravena, a los 23', fue la única aproximación chilena al pórtico de Claudio Taffarel.

Después del gol de Careca, Chile se adelantó, pero siguió sin profundizar. En eso estaban hasta el minuto 69, cuando una bengala cayó sobre el área chilena.

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"Detengo el juego. En ese momento el balón lo tenía Astengo sobre una de las bandas y voy a ver qué pasa. Cuando quiero llegar, porque estoy a 50 metros, me da la sensación de que la bengala no le pegó a Rojas. Pero no podía tener seguridad. Me llamó la atención que los jugadores de Chile corrieran rápidamente donde estaba Rojas. Entonces, no podía ver con claridad qué tenía. Sólo veía una mancha colorada, pero no tenía la certeza de lo que estaba ocurriendo. Les dije a los jugadores de Chile que me dejaran verlo, para que lo atendieran. Ellos se negaron. Entonces me corrí". La descripción de los instantes posteriores al incidente es del juez argentino Juan Carlos Loustau, quien dirigió el encuentro.

Los jugadores fraguaban la idea de retirarse de la cancha. En el vestuario, recibieron múltiples advertencias para volver. Dos dirigentes chilenos -Miguel Nasur y Alfredo Asfura- insistieron en la inconveniencia de abandonar el partido. El resto estaba conmocionado y creía ciegamente en la autenticidad del corte. Sergio Stoppel, quien ya había decidido renunciar a la presidencia de la Federación y de la ANFP, solidarizó con ellos. Ni siquiera la intervención de Ricardo Teixeira ni de los comisarios, el español Agustín Domínguez y el uruguayo Eduardo Rocca Couture, pudo cambiar su opinión. El brasileño, incluso, le dijo que existían imágenes que revelaban que la bengala no había impactado a Rojas. Las habían tomado el argentino Ricardo Alfieri junior y el japonés Atsushi Kondo, quienes estaban a un costado del arco chileno.

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Orlando Aravena estaba suspendido y siguió el partido en la caseta de Canal 13. Ahí estaba fuertemente custodiado. Pese a ello, igual fue agredido. Incluso, un policía le gritó "sinvergüenza". También recibieron golpes el comentarista Milton Millas y Sabando. Los guardaespaldas hicieron su trabajo y disiparon a los fanáticos. "No quiero hablar del tema. Es algo muy desagradable para mí", se excusa el Cabezón, quien aclara que no mantiene contacto con ninguno de sus ex pupilos. Hoy, es un próspero empresario. Tiene dos gimnasios.

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En el camarín, el golero recibió cinco puntos de sutura. El médico uruguayo Daniel Rodríguez, quien acompañaba a la delegación chilena, se encarga del procedimiento. Al día siguiente, el médico del Comité Olímpico de Chile, Bernardo Chernilo, envía un informe al secretario general de FIFA, Joseph Blatter. Detalla una herida contusa de tres centímetros y un TEC simple en evolución.

"Sacamos al Cóndor en una camilla. Cincuenta negros nos pegaban patadas camino al bus. Los policías se hacían los huevones. Meter la camilla al bus fue terrible. Nos fuimos directo al avión que nos había proporcionado el gobierno. Llegamos a las cuatro de la mañana", rememora Sabando.

En ese momento, en Brasil, comenzaban a surgir las primeras dudas. Acusaban al kinesiólogo Alejandro Kock y a Rojas de un montaje. Había dos teorías: que Rojas se había cortado y que el profesional le había vaciado una bolsa de mercurocromo en la frente.

El tiempo confirmaría el fiasco.

La controvertida Fogueteira

Minutos después de la caída de la bengala, la policía brasileña detuvo a la responsable de lanzar el artefacto, curiosamente de marca Cóndor. Una mujer de 24 años, llamada Rosenery Mello do Nascimento, fue identificada como la causante de la situación. Por su acto fue bautizada como Fogueteira.

Al día siguiente fue dejada en libertad, por falta de cargos, al momento que la prensa mundial la asediaba. Se convirtió en una celebridad; fue invitada a diversos programas de televisión y recibió suculentas ofertas. Una de ellas fue de la revista Playboy, que le pagó US$ 40 mil por posar desnuda.

Después, su fama decayó y volvió al anonimato. Incursionó en la venta de hot dogs y luego instaló una verdulería. No obstante, la muerte se le cruzaría en el camino y un aneurisma pondría fin a sus días, a los 45 años, el 4 de junio de 2011.

Ataques a la embajada de Brasil

Apenas se supo en Chile del incidente de Maracaná, la gente salió a la calle. A las 18 horas del 3 de septiembre, cuatro mil personas se manifestaban frente a la embajada de Brasil, ubicada en plena Alameda.

La gente estaba enardecida por lo que consideraban como "una injusticia". Esto hizo que un grupo atacara con todo tipo de objetos contundentes el frontis de la sede diplomática, que terminó con 44 vidrios rotos.

Los incidentes se prolongaron por cinco horas y no sólo afectaron a ese lugar, sino también a las oficinas de la línea aérea brasileña Varig, en calle Miraflores, que debió lamentar daños.

Las autoridades llamaron a la calma. Sin embargo, hubo declaraciones como las del almirante José Toribio Merino, miembro de la Junta Militar, que no ayudaron a este fin. El uniformado no dudó en calificar a Brasil como un "país primitivo".