SEÑOR DIRECTOR

En las últimas semanas vuelven a surgir propuestas de cambio para las elecciones, como extender la votación a dos días. Para evaluar su pertinencia se requiere claridad en los aspectos que se busca mejorar y por qué, así como una evaluación profunda de los beneficios y potenciales riesgos de cada modificación.

Sin duda que la Covid-19 ha impactado las elecciones a nivel mundial; con diferencias entre países, la participación electoral mostró una tendencia a la baja durante el 2020. Sin embargo, en medio de la pandemia el resultado del 25 de octubre fue auspicioso en Chile: los 7.562.173 votos emitidos representan la más alta concurrencia a las urnas en una década, superando por primera vez desde la introducción del voto voluntario en 2012, la barrera del 50%.

Los factores que inciden en la participación son múltiples, en Chile de larga data y sin relación al efecto de la pandemia. El nivel educativo, de ingresos, la edad, el lugar de residencia, así como el desapego con la política formal están dentro de las variables más relevantes. Quienes votan lo hacen por hábito, porque creen que es su deber, que su opinión importa, porque esperan transformaciones. Promover la participación electoral de quienes siguen lejos de las urnas requiere medidas específicas, distintas de aquellas destinadas a facilitar el sufragio de quienes ya votan. Facilitar el voto requiere concluir el análisis e implementar mecanismos de voto adelantado, no presencial, acercar las urnas a quienes tienen problemas de movilidad o están privados de libertad, entre otras medidas. Siempre evitando improvisaciones que pueden mermar la integridad o confianza en el proceso.

La revisión de experiencias y recomendaciones internacionales en materia de elecciones realizada por el PNUD muestra que a la hora de promover reformas se requiere contar con una base técnica sólida, realizar consultas con todos los actores involucrados, logrando un amplio apoyo y, sobre todo, informar masivamente y con tiempo a la población. De lo contrario, el remedio puede ser peor que la enfermedad.

Marcela Ríos Tobar

Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo