A principios de año, según Transparencia Internacional, Chile salió el segundo país con menos corrupción en América Latina y en la posición 26, en comparación a 180 otros países. Lo particular de este tipo de ranking, es que nunca debiera ser motivo de consuelo y peor aún, de orgullo estar menos mal que otros.

La corrupción en Chile existe más de lo que la gente se imagina y lamentablemente, este problema podría incluso aumentar por la pandemia y por la recesión económica que se aproxima a pasos acelerados.

Es muy común pensar que los actos de corrupción se generan por la codicia de algunos, en tiempo de bonanza. Sin embargo, el otro lado de la moneda de este fenómeno, precisamente se produce en momentos de crisis por la necesidad de quienes, viendo mermada su situación económica, buscan otras formas de obtener ingresos, de manera ilícita.

Hace muy poco, conversando con personas dedicadas a asesorar a compañías en materias de ética y responsabilidad empresarial, coincidimos en la mayor preocupación que, por la crisis, debiera existir en los dueños y directorios de las empresas para incrementar las medidas de resguardo frente a actos que puedan ser cuestionables, no sólo moramente, sino que incluso desde el punto de vista penal.

Todos los días vemos ejemplos en las noticias de cómo la necesidad actual no respeta leyes ni buenas costumbres. ¿Por qué entonces no debiera ser lo mismo en el ámbito de los negocios?

Es importante, en consecuencia, que las empresas destinen más tiempo y recursos para cuidar sus activos frente al incremento de un riesgo en específico. Y en este caso, no estamos hablando de proteger un activo cualquiera. Esta vez se trata de uno de los más valiosos a pesar de que, paradójicamente, no se refleje en los estados financieros: el activo reputacional.

Cuántas veces hemos escuchado que el buen nombre y la reputación (y cualquier marca que esté detrás), implican años de esfuerzo y trabajo bien hecho, pero basta un segundo para que un error la deje por el suelo. Enfoquémonos en mirar dentro de nuestras propias empresas para buscar no sólo en cumplir la ley (que es lo mínimo), sino que ir más allá, con modelos de prevención de delitos, con auto-regulación y capacitación que refuercen una cultura de cumplimiento ético, acorde con estos tiempos en que la sociedad exige comportamientos incólumes a la comunidad empresarial.

Goethe no se equivocaba al decir que la ley es poderosa, pero más poderosa es la necesidad. Y esa necesidad es la que aumenta la probabilidad de que un hereje puede estar trabajando a nuestro lado.

-El autor es director de empresas y socio en Guerrero Olivos