A comienzos del siglo XX el 10% de la población vivía en una ciudad; hoy lo hace un 53%. Este crecimiento exponencial, sin embargo, viene aparejado con un deseo de volver a la naturaleza. Llanuras en vez de carreteras asfaltadas, bosques en vez de hormigón, comunidades en vez de aglomeraciones, paz en vez de bullicio… Y en paralelo se multiplican los libros que profetizan crisis energéticas, tecnológicas e higiénicas.

Más interesante, me parece, resulta descubrir aquellos textos que, independiente de la necesidad de trabajo, indagan en las razones que llevan a los individuos a vivir en grandes urbes. La ciudad promete novedad y emoción. También es pobreza y violencia, aunque pareciera que el grueso de la población mundial está dispuesta a asumir esos costos con tal de obtener, por ejemplo, mayor libertad que la que tenía en su pueblo.

Para Suketu Mehta, escritor que nació en Calcuta pero que vive entre Nueva York y Bombay, la ciudad es un flujo constante de recuerdos, intercambios y relatos. Proveniente de una familia de comerciantes de diamantes, comprendió desde pequeño lo importante que era conocer la personalidad –los rasgos distintivos– de cada cliente.

La razón es obvia: el negocio se basa esencialmente en la confianza."El comercio de diamantes no es algo que se aprenda en una escuela de negocios", escribe en La vida secreta de las ciudades, un ensayo admirable, con datos que jamás ahogan las vivencias y con la combinación justa de experiencia personal y perspectiva histórica. Un libro altamente imaginativo, que le da una vuelta a los lugares comunes en torno a la migración, violencia y gentrificación.

Mehta se lamenta de que los urbanistas hablen una jerga especializada, dejando en manos de los publicistas de la industria inmobiliaria la idea de futuro. Para el autor, esa es una de las causas por las que fracasan muchas políticas públicas. Otra, porque en la universidad tampoco tienen cursos que los motiven a entender la complejidad humana, constantes como la corrupción de las autoridades o la mentira de los inmigrantes, quienes muchas veces deben inventarse un pasado más dramático para conseguir permisos de residencia. O en ocasiones el engaño es más bondadoso: compran zapatos caros y ropa a la moda no porque sean arribistas, sino porque cada fotografía que envían a sus familiares es el testimonio de que están mejor que antes.

De estas invenciones necesarias –variantes de la ficción– está hecha la ciudad, que por supuesto tiene también una economía secreta, no regulada, al margen de la ley. Considerando la gigantesca brecha entre ricos y pobres, y que la migración es un proceso en alza, la pregunta que plantea Mehta se vuelve esencial para comprender la vida en el siglo XXI: "¿Podemos admitir la posibilidad de que un ser humano pueda hacer algo que sea ilegal pero no inmoral?".