“¿Ya leíste el borrador?” es la pregunta del momento.

Los “amarillos” Javiera Parada y Cristián Warnken fueron ridiculizados por dar opiniones tajantes sobre un texto que -según propia confesión- aún no habían leído. La convencional pro-Apruebo Patricia Politzer compartió un titular, basado en un estudio de la Universidad Central, que afirmaba que el 97% de los partidarios del Rechazo no han leído el borrador. Y el ingeniero pro-Rechazo Franco Basso compartió resultados opuestos, citando la encuesta Activa: “El Rechazo se dispara entre quienes han leído el borrador”, concluyó.

Estas interpretaciones fueron muy populares en sus nichos de redes sociales, porque mezclan un deseo con una frustración. El deseo es que la lectura del texto efectivamente lleve agua al molino electoral de cada bando. La frustración es ver que millones de chilenos votarán por la otra alternativa. Y atribuir ese hecho frustrante a la ignorancia: es que los otros no han leído, es que no saben lo que yo sí sé.

Puede ser reconfortante, pero es falso. No, no es cierto que “los del otro lado” sean ignorantes.

El titular del 97% es falso. Lo que realmente dice el estudio de la Universidad Central es que el 97% de los comentarios negativos sobre el proceso constituyente en redes sociales no se refieren al contenido del borrador.

Tampoco el titular de “el Rechazo se dispara” es real. De hecho, la relación del Rechazo sobre el Apruebo según la encuesta Activa cambia poco entre quienes no han leído nada del texto (casi el doble a favor del Apruebo, 39,3% a 20,5%), comparado con quienes dicen haberlo leído completo (63,3% a 35%). La única diferencia significativa es que los indecisos caen fuertemente. Lógico: los más politizados, que ya tienen una opinión clara, son los que más dicen haberlo leído.

Es curioso que una prestigiosa periodista no identifique un titular groseramente falso antes de compartirlo, y que un destacado ingeniero no haga una sencillísima operación matemática antes de emitir una conclusión falsa. Pero así funciona la desinformación: nos da lo que queremos escuchar.

Por supuesto, a quienes tenemos espacios privilegiados en los medios de comunicación sí se nos debe exigir que leamos el borrador de la Constitución. Pero es absurdo plantear ese requisito para todos los ciudadanos. La gran mayoría de los chilenos no leerá la Constitución completa antes de votar, tal como la gran mayoría no lee completos los programas de gobierno antes de elegir Presidente. Ello no hace menos válidos sus votos. Esa supuesta superioridad moral de quienes tienen “mejores” razones es antidemocrática y, de paso, el peor argumento posible para hacer campaña.

Incluso, por contraintuitivo que parezca, una ciudadanía más enfrascada en la discusión política puede empeorar ese debate. Es la conclusión del profesor de filosofía de la Universidad de Nottingham, Michael Hannon. Él advierte que “las personas más informadas tienden a ser extremadamente partisanas”. Esto, porque “la lealtad partidaria opera como una pantalla perceptual a través de la cual filtramos la información.

Tendemos a buscar, aceptar acríticamente, y recordar más, la evidencia que es favorable a nuestra visión, y tendemos a evitar, ser más críticos y olvidar la evidencia contraria”.

¿Por qué pasa esto? Porque, como decía el filósofo David Hume, “la razón es, y sólo debe ser, esclava de las pasiones”: los seres humanos solemos usar nuestra razón para dar una justificación racional a nuestras pasiones.

Pensemos en un clásico entre Colo-Colo y la U en que se cobra un penal polémico en el minuto 90. Lo más probable es que los hinchas más expertos sean los peores árbitros: los fanáticos se pondrán la camiseta y usarán sus conocimientos sobre las reglas del fútbol como herramientas para argumentar un juicio emocional: mi equipo tiene la razón.

La política, tal como el fútbol, también se basa en la lealtad a un equipo. Por eso, Hannon advierte que “cuando nos identificamos fuertemente con un equipo político, nuestras creencias políticas se convierten en parte constitutiva de nuestra identidad”. Así, “cuando una información amenaza nuestros valores o identidad, desplegamos nuestra artillería intelectual para destruirla. Mientras más sepas sobre un tópico, más munición tienes para encontrar razones que permitan rechazar hechos que entren en conflicto con tus puntos de vista favoritos”.

Un experimento del profesor de Yale Dan Kahan prueba el punto. Le pidió a un grupo de voluntarios que hiciera algunas operaciones matemáticas para llegar a una conclusión. Mientras los asuntos a tratar eran neutros (como la efectividad de una crema para el rostro) pasó lo lógico: los más duchos en matemáticas obtenían los resultados correctos.

Pero cuando Kahan planteó temas políticamente cargados, como la tenencia de armas, los resultados se distorsionaron. Los más expertos, tanto de izquierda como de derecha, llegaron a respuestas incorrectas cuando los números presentaban un resultado opuesto a sus convicciones.

Cuando nuestra identidad está en juego, la razón se vuelve esclava de la pasión.

Eso se exacerba en redes sociales, donde los ciudadanos más ávidos de información minuto a minuto sobre política, no suelen ser los más racionales a la hora de juzgar cada una de esas informaciones en su mérito.

Como dice el filósofo Byung-Chul Han, “las tribus digitales hacen posible una fuerte experiencia de identidad y pertenencia. Para ellas, la información no es un recurso para el conocimiento, sino para la identidad”. Las opiniones se vuelven “sagradas, porque coinciden plenamente con su identidad, algo a lo que no pueden renunciar”.

Y la incómoda verdad es que la gran mayoría de quienes lean completo el texto de la Constitución, lo harán buscando munición para defender una opinión “sagrada” ya definida, antes que como un intento objetivo de discernir lo bueno de lo malo.

Es la naturaleza humana.