La Convención empezó a fracasar el día mismo de la elección de sus integrantes, cuando Daniel Stingo dijo: “que quede claro, los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros”. El transcurso de los meses posteriores mostró que ese era precisamente el espíritu imperante en la mayoría que la extrema izquierda y el indigenismo conformó en el órgano encargado de redactar la propuesta.

Los dioses conceden sus deseos a quienes quieren perder, reza un antiguo proverbio, y eso es lo que le ocurrió a ese sector que se encontró, de manera imprevista, con el poder de redactar lo que quisiera, sin tener que escuchar la voz -para ellos insoportable- de la derecha, ni la de “los amarillos” de siempre, esos burgueses que en la hora decisiva responden más a su clase que al pueblo, según dictamina su ideología. Así, la Convención comenzó con el aroma inconfundible de la revancha, con el grito implícito de “ahora nos toca a nosotros”.

Pero el fanatismo produce la peor de las cegueras, que es la de la razón; es la que les impidió ver ayer, así como les impide ver hoy, que ese “nosotros” no representa a la mayoría del país; les impide comprender que una constitución partisana es un oxímoron, porque las constituciones existen, entre otras cosas, para que todos los proyectos legítimamente partisanos puedan competir en igualdad de condiciones y el triunfo de ninguno de ellos sea amenaza para la vida y la seguridad de las personas. En definitiva, existen para que se haga verdad la frase de Churchill que dice que en política ninguna victoria es definitiva y ninguna derrota es fatal. Una constitución partisana es una anti constitución.

La Convención fracasó porque generó, respecto del tema constitucional, una división mayor que la que había respecto de la Constitución vigente; y porque logró que el rechazo a su propuesta se convirtiera en una opción mucho más transversal que la aprobación. Finalmente, porque hasta los partidarios de su texto lo votan a favor con la promesa de modificarlo después, como disculpándose por apoyar estos artículos.

El gobierno se ha embarcado en un esfuerzo enorme, equivalente al del náufrago que lucha por su vida, por el triunfo de la opción Apruebo, sin cuidado por las formas ni respeto por las instituciones; pareciera que la consigna fuera ganar “como sea”. La antítesis de un pacto social, en que la victoria estrecha de una parte solo augura la derrota amplia del conjunto.

El día después, si gana el Rechazo, será la hora de la centroizquierda y del Presidente Boric, será, especialmente para ellos, el momento de enterrar la lógica de Stingo -si es que a eso se le puede llamar lógica- y buscar un camino de encuentro amplio. La derecha representa establemente el cuarenta por ciento del electorado, conciliar algunos elementos esenciales de su visión conjuntamente con los del centro y la izquierda democrática es esencial para alcanzar un pacto social viable. Aprender de su fracaso es lo único bueno que nos puede dejar la Convención.